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viernes, 30 de octubre de 2015

El Último Suspiro de la Humanidad - Parte II

Revelaciones

Atravesaron el umbral de una oxidada puerta verde y se
internaron en un laberinto de improvisadas habitaciones con
reducidos grupos de mujeres indiferentes a su presencia;
avanzaron torpemente entre apolillados muebles, baratijas,
trastos y otros objetos inservibles, Abigaíl miraba el
asfixiante panorama y se preguntaba cómo habría sido la
vida de antes y si estas personas también habían despertado
en una solitaria casa en medio de una playa. Un suave roce
en el brazo la hizo salir de su ensimismamiento para dirigirla
a una obscura y mugrienta habitación en donde le invitaron a
tomar asiento
-Me llamo Elia –se presentó la chica que la había llevado
hasta ahí. Estaba igual de sucia que todo lo demás, sin
embargo su piel era clara, llevaba el cabello negro por
encima de los hombros e iba ataviada con grises ropas que
se rasgaban en los codos y las rodillas; se le notaba una
expresión cansada que desdibujaba la tenue sonrisa que le
dirigía. Tenía una fina nariz y hermosos ojos castaños.
-Mi nombre es Abigaíl –dijo ésta.
-Él es Bruno –indicó Elia. Y el hombre de cabello castaño y
aspecto taciturno les ofreció una jarra con fresca agua y una
porción de sardina enlatada que engulleron con satisfacción.
Abigaíl creyó haber visto sólo mujeres en el túnel, pero en
cuanto vio a este hombre tan sólo pensó que probablemente
estuvieran separados por razones de comodidad, pero antes
de que pudiera decir nada se oyeron gritos e histéricas voces
irrumpieron pidiendo auxilio. Estaban atacando el refugio y
todas corrían desesperadas tratando de ocultarse de las
bestias para salvar sus vidas.
-Elia, rápido, toma lo que puedas y vámonos –ordenó Bruno.
Ambos giraron bruscamente hacia un pequeño gabinete
ubicado al centro de la estancia de donde extrajeron agua
embotellada, comida enlatada, una gruesa manta y con
tembloroso tacto acomodaron todo al interior de una vieja
mochila; después, Elia tomó dos navajas y se las tendió a la
nueva huésped indicándole que la siguiera y velozmente
atravesaron los desvencijados pasillos hasta dar con un
zaguán negro tras el cual yacían, sobre improvisadas
camillas, cuatro mujeres malheridas a las que otras
sobrevivientes habían aplicado torniquetes para evitar que
se desangraran pero que ante el inminente ataque dejaron
atrás. Los tres jóvenes siguieron corriendo hasta conseguir
llegar a una vieja casona en donde se escondieron dentro del
sótano; permanecieron muy juntos y callados, Elia y Bruno
temblaban igual que Abigaíl a pesar de contar con mayor
experiencia lidiando con estos asuntos. Afuera se
escuchaban, ya lejanos, los gritos y zumbidos de los
combatientes. Al parecer, este tipo de ataques eran
frecuentes, según le explicaron más tarde a Abigaíl.
- Habrá que buscar otro refugio- exclamó Elia.
-¿Adónde iremos?- cuestionó Abigaíl con sumo interés.
-Aún no sabemos las coordenadas, más tarde nos las dará la
doctora Bolaños, ella es la líder de la resistencia de esta
zona. -mencionó la joven de ojos castaños.
-Los Vespas son seres muy inestables, pero lo que pasó hace
un momento se ha intensificado en los últimos meses, así
que debemos tener extremo cuidado cuando nos movamos y
definitivamente no podemos permanecer por mucho tiempo
en un mismo sitio, pues tarde o temprano nos encontraríanindicó
Bruno.
-Mmm… ¿Y dónde están los demás hombres?, ¿acaso viven
separados de las mujeres?- preguntó con cierta curiosidad.
-Me temo que seré el único que verás- puntualizó el joven.
Nadie, en más de quince años, ha vuelto a ver a otro hombre.
-El mejor y único ejemplar de la especie –bromeó Elia.
-Pero…¿cómo es eso posible? –inquirió Abigaíl con seriedad.
-Pfff es una larga historia, incompleta siempre en sus
diferentes versiones y con un capítulo inédito añadido por
cada nuevo integrante –confesó Elia. Para mi –continuó al
tiempo que alcanzaba una botellita de agua a cada uno- todo
comenzó hace dieciséis años cuando salía de la escuela con
varios amigos, estaba en la preparatoria y caminaba cinco
cuadras para llegar a mi casa, eran las tres de la tarde, el
calor era insoportable y recuerdo que me ardía la garganta.
Unos días antes habían anunciado que un eclipse solar
tendría lugar esa tarde y decidimos verlo desde mi casa pues
era la más próxima, se suponía que no duraría más de quince
minutos, pero con todo lo que pasó después, la obscuridad
se prolongó por seis días.
>>Entramos a la casa, dejamos las mochilas en la sala,
servimos algunas botanas y aprovechamos la ausencia de
mis padres para probar su extensa variedad de licores y
vinos -y una pícara expresión apenas se dibujó en sus labios-.
Llegó la hora del eclipse y subimos a la terraza con los
correspondientes lentes para admirar a nuestros más
grandes astros y poco a poco quedamos envueltos en la
penumbra, el espectáculo fue asombroso; pasados los diez o
quince minutos esperados se escucharon terribles
estruendos, pensamos que se trataba de alguna explosión
cercana en una gasolinera o supermercado pero el ruido
avanzó sobre nosotros y sin saber qué más hacer corrimos a
resguardarnos en el piso de abajo; teníamos mucho miedo e
ignorábamos qué estaba pasando así que intenté llamar por
teléfono a mis padres y descubrí que no había línea, otros
probaron con sus propios teléfonos y corrieron con la misma
suerte, habían interrumpido todos los canales de
comunicación. Asustados e incapaces de pensar en nada
esperamos durante horas con la esperanza de recibir la luz
del sol anunciando el desenlace de nuestras preocupaciones,
en lugar de ello, un estentóreo zumbido atravesó el cielo
desatando el caos y a partir de ahí sólo recuerdo gritos y
llanto, no sé cómo ni por qué me encontré corriendo en la
calle con algunos de mis amigos que gritaban y se jalaban
unos a otros en diferentes direcciones, fue entonces cuando
los vi por primera vez, estaban a unos metros de distancia,
entre autos destrozados y miles de piezas de vidrio,
despedazando un cuerpo sobre la acera, y como si acabara
de despertar tomé conciencia de mi propia existencia, me
aferré con fuerza a un delgado brazo que se encontraba a mi
derecha y del lado contrario, una mano de gruesos dedos
hizo que nos lanzáramos en desbandada hacia la multitud
enloquecida. Había incendios por todas partes, muchas
calles estaban bloqueadas por autos o edificaciones
derrumbadas, la gente corría desesperada, se escuchaban
disparos, explosiones y un zumbido incesante. Los servicios
médicos colapsaron antes de 24 horas, había demasiados
heridos y ningún lugar era seguro.
>>Pasamos varios días escondidos en una bodega de
muebles junto con numerosas familias y demás grupos de
personas, los niños estaban hambrientos e inquietos pero
teníamos miedo de salir, aún estaba obscuro y no
entendíamos qué había pasado, todos estaban tan
impactados y confundidos como yo. Una noche descubrieron
nuestro escondite, creímos que nos matarían, todos estaban
aterrorizados, entonces se produjo una pelea y nos
redujeron a un centenar, hubo quienes lograron escapar en
medio de la trifulca, los demás esperábamos, acorralados, la
inminente muerte, en vez de eso nos condujeron a un hangar
totalmente aislado en donde la temperatura descendía por
debajo de los cero grados; cada día se presentaban grupos
de sobrevivientes capturados en diversas regiones del
mundo; como es lógico, el lugar rebasó su máxima capacidad
rápidamente y la falta de higiene se elevó en la misma
proporción pero conseguimos acomodamos de la mejor
manera posible y nos las arreglamos con el escaso alimento
que nos proporcionaban las bestias, no obstante, mucha
gente enfermó y comenzaron los decesos, principalmente de
los niños, quienes no fueron capaces de sobrevivir ante tales
circunstancias adversas.
>>Jamás se nos informó de nada, todos los días nos
obligaban a tomar muestras de sangre entre nosotros,
después debíamos destruir libros, desmantelar aparatos
electrónicos, plantar semillas y hortalizas; se nos permitía
cosechar legumbres, tubérculos y comestibles similares para
nuestro consumo pero se nos prohibió el contacto con
animales de crianza y a todo aquél que intentaba escapar lo
devoraban sin piedad. Meses después nos agruparon por
género y fue la última vez que vi a mis amigos pues me
trajeron a esta ciudad en la que solamente habitan mujeres,
nunca encontré ni supe nada acerca de la suerte de mi
familia.
>>Seguimos trabajando para ellos porque todo lo que se nos
permitía hacer hasta hace poco era sembrar sus semillas y
nuestro propio alimento, se supone que todos somos
vegetarianos, aparte de los insectos y las aves no hemos
visto más animales, sospechamos que los ubicaron en otra
zona pero quién sabe, tampoco quedan árboles, creemos
que tratan de adaptar la tierra a sus necesidades. Casi nadie
puede salir de la ciudad sin perder la vida. Hace diez años
una mujer llamada Gloria y la doctora Aurora formaron una
resistencia y desde entonces buscamos la manera de
escapar, mantenemos contacto con otros grupos de lucha
por medio de mensajes cifrados que colocamos en las
fronteras pues no hemos encontrado una mejor forma de
comunicarnos, las consecuencias de estas excursiones han
sido devastadoras pero somos conscientes de que la libertad
exige grandes sacrificios antes de ser conquistada.
-¿Tampoco hay niños? –cuestionó Abigaíl quien no recordaba
haber visto a alguno.
- No –respondió Elia con tristeza. Ni niños ni ancianos ni
hombres, sólo mujeres, ninguna mayor de cincuenta y cinco
años. Es la esperanza de vida a la que nos redujeron.
-Y tú, ¿cómo has logrado sobrevivir? –interrogó Abigaíl al
muchacho.
-Mi historia es un tanto extraña –dijo el joven. Desperté en
una casa con vista al mar sin saber quién era ni qué había
hecho antes de eso. Tenía comida, agua, entretenimiento y
una agradable sensación de bienestar pero al cabo de unos
meses el encierro se tornó insoportable, necesitaba aire,
sentía que no podía respirar y me estaba volviendo
paranoico, escuchaba ruidos en las habitaciones contiguas;
dos o tres veces, en la noche, creí ver a alguien detrás de las
ventanas observándome y por más que intenté y me esforcé,
nunca pude abrir la puerta o alguna de las ventanas, así que
supe que debía salir de ahí cuanto antes, preparé las
provisiones que creí necesarias y rompí el piso de la cocina,
justo donde se empotraba el desagüe, lo cual me mostró un
pasillo subterráneo que decidí atravesar. Estuve una o dos
horas dentro de esa alcantarilla y al salir me encontré en un
desierto, supuse que la playa estaría cerca al ver tanta arena
pero tras una agotadora caminata me di cuenta de lo
equivocado que estaba, en ese sitio no había absolutamente
nada. Me pasé días enteros recorriendo cientos de
kilómetros y terminé completamente desorientado,
exhausto y deshidratado cuando al fin vislumbré una
cordillera, me dirigí a ella temiendo que fuera una
alucinación pero mi miedo se esfumó al tocar la firme roca,
inmediatamente escalé sintiendo escapar mis últimas
fuerzas hasta alcanzar la cima y ahí pude observar el vasto
mar que se pronunciaba en un suave oleaje. Descendí tan
rápido como me fue posible y me tendí sobre la húmeda
arena dejándome vencer por el cansancio que me hundió en
un profundo sueño; después de reposar lo suficiente busqué
un medio de transporte resistente al agua y lo único que
pude hallar fueron pedazos de troncos, los uní con hierbajos
diseminados en las cercanías y obtuve un remedo de balsa.
Sabía que tenía muy pocas probabilidades de sobrevivir a tan
arriesgada excursión, sin embargo, las posibilidades de
mantenerme con vida en aquel solitario lugar eran
igualmente nulas, así que tomé lo poco que quedaba de mis
provisiones y me sumergí en el refrescante burbujeo del mar
con la tosca barcaza impulsada por el viento y la marea. Tras
un breve periodo de tiempo perdí de vista la costa y miles de
estrellas iluminaron la noche.
>>La travesía era pesada, me sentía muy cansado, notaba
severas quemaduras en la espalda y los hombros y mis
reservas de alimento y agua se habían agotado, estaba
derrotado, no sabía cómo resolver la situación ni a dónde
debía dirigirme en tan vasto territorio, el viento rugía con
fuerza, las aguas se agitaron ferozmente y gruesas nubes
ocultaron el sol bajo tremendos relámpagos; la tormenta
que siguió no apaciguó mis temores aun cuando me resigné
a la idea de morir en sus brazos, la densidad del océano
aplastaba mi deteriorado cuerpo, en más de una ocasión me
sumergió en sus profundidades permitiéndome apenas
tomar irregulares bocanadas de aire, destruyó mi
improvisado bote y, contrariando mis expectativas, al pasar
la tempestad también se encargó de mantenerme a flote. Así
pues, estaba perdido en medio del mar atlántico, a punto de
desfallecer y sin esperanza alguna cuando sorpresivamente
golpeé un objeto metálico, ¡una gran cadena proveniente de
un barco!, experimenté tal conmoción que estuve a punto de
dejarlo pasar pero por fortuna un tripulante me vio y pidió
ayuda para socorrerme, me lanzaron un salvavidas y una
escalera, subí aprisa, ya casi sin aliento y fui recibido por un
corro de mujeres en uniforme militar tan sorprendidas como
yo de ver a otra gente. Atendieron mi estado de salud y me
explicaron la situación a grandes rasgos: combatían una
invasión extraterrestre en la cual iban perdiendo terreno
rápidamente, al parecer yo era un descubrimiento
impresionante, debían mantenerme a salvo y me
transportaron a la costa más cercana. Cuando me recuperé
un poco me interrogaron e intentaron rastrear mi ubicación
en el desierto, fue inútil, no encontramos nada y mi relato
era de poca ayuda así que de ahí viajamos hasta esta ciudad,
la cual se decidió que sería el mejor escondite, y me uní a
estas valientes chicas –concluyó Bruno dirigiendo un gesto
de complicidad a Elia.
-Ves por qué te dije que tenías que hablar con él- aseveró
Elia.
-Y tenías razón. Nuestra historia es muy parecida, yo también
estuve en esa casa y sabía que no estaba completamente
sola, tampoco recuerdo quién soy ni de dónde provengo;
nada, ni una lejana memoria, y sin embargo, tengo
conocimiento de lo que es el mundo y todo lo que hay en él,
como si hubiera estado observándolo pacientemente, desde
afuera –reflexionó Abigaíl.
-Un asunto muy extraño –concedió Elia. Son las únicas
personas que conozco que han hablado de esa casa y ambos
carecen de memoria. Por su aspecto diría que tienen la
misma edad que yo, eso significa que deberían saber qué
pasó exactamente cuando la Tierra fue invadida, pero no es
así.
-Me temo que no es ninguna coincidencia y si nosotros
hemos emergido de ellas seguramente habrá otros en la
misma situación –sentenció Abigaíl, conteniendo el
profundo enojo que le provocaba haber sido despojada de
todo lo que daba sentido a una vida.
-La similitud de las condiciones en que nos encontrábamos
también deben decirnos algo. Posiblemente los Vespas
estaban estudiándonos y la casa era un laboratorio –sugirió
el chico. ¿Pero dónde estarán ubicadas y cuántas habrá?
-Quizá nunca lo sabremos, hasta el día de ayer pensábamos
que sólo tú provenías de ese lugar –contestó Elia. Nadie sabe
dónde están los demás hombres ni a dónde los llevaron o si
siquiera siguen vivos, el primer indicio se obtuvo hace más
de seis años, al rescatarte, pero estamos en desventaja y es
muy difícil y peligroso moverse a otros territorios. Mucha
gente ha muerto en esa búsqueda.
>>Cuando aún colaborábamos con los Vespas en las
plantaciones, la gente debía tener suma precaución a la vista
de los extraterrestres pues eran incompatibles con la mente
humana y por lo tanto irracionales; mantenían estrictos
controles en los sembradíos y en el cuidado de la tierra,
cualquier intento de boicot o el más mínimo signo de
desobediencia desencadenaba su furia y el castigo era
siempre la pena de muerte mediante métodos brutales y
sangrientos, además, muchos de ellos presentaban un
comportamiento violento totalmente impredecible que le
recordaba a la comunidad entera lo dañinos y peligrosos que
eran.
Abigaíl había anhelado conseguir respuestas por largo
tiempo, pero no fue hasta que realmente estuvo fuera de esa
habitación, en la que confeccionó su mundo entero, que
comprendió las verdaderas incógnitas que había de resolver
y los desafíos a vencer.
De acuerdo con la versión de Elia, la situación había llegado a
un punto de relativa calma gracias a la capacidad de
adaptación propia del ser humano. Las mujeres
sobrevivientes trabajaban arduamente para conservar la
vida y procuraban no ser presa fácil de ninguna bestia alada
mientras realizaban arriesgadas misiones que ellas mismas
se asignaban en la búsqueda incansable por la
independencia de la humanidad. La necesidad de liberarse
del yugo alienígena era el pilar que mantenía en
funcionamiento el campamento y la urgencia de alcanzar
esta meta fortalecía los lazos de unión generados al paso de
esos años en lo que antaño había sido llamado Siberia. Se
sabía que al cumplirse el objetivo de los Vespas de crear un
ambiente óptimo para su especie sobrevendría
inminentemente la destrucción de la nuestra y no debía
faltar mucho para conseguirlo, pues miles de mujeres habían
trabajado en ello durante más de diez años.
-Hemos asistido a los usurpadores a levantar un nuevo
ecosistema en el que la especie humana no está
contemplada. Basta con echar una ojeada alrededor para
advertir que hay enormes diferencias entre la Tierra que se
conocía en la era del Internet y la más sofisticada tecnología
y la que existe ahora que cohabitamos con Ellos; lo primero
que exterminaron fueron los árboles, desconocemos la
razón, después se dejaron de ver ciertas flores como los
tulipanes, las margaritas y los girasoles, más tarde
desaparecieron los niños y finalmente los hombres. Cada día
que se aleja es un paso adelante para Ellos y la proximidad
de nuestro certero exterminio. Avanzamos a ciegas porque
no hay forma de comunicarnos con su especie, carecen de
lenguaje y desde el inicio han mantenido una actitud hostil
que no da pie al diálogo y mucho menos a reconciliacionesaseveró
Bruno.
-Queda claro que el planeta está en mejores condiciones
desde su reinado pues se han esmerado en reconstruir –
aunque a costa de nuestra libertad y despojándonos de todo
derecho humano- este nuevo hábitat que incluye toda forma
de vida excepto la nuestra. Hay quienes aseguran que hay
espacio suficiente para ambas especies e incluso consideran
posible una sana convivencia, sin embargo se trata de una
minoría que no atiende a la experiencia vivida en los últimos
dieciséis años. No existen indicios de que alguna vez hayan
mostrado una pizca de bondad, misericordia o justicia y es
sencillamente porque nuestros razonamientos son
incomprensibles para el otro y por lo tanto incompatibles.
El ataque había terminado, era hora de partir. Debían
contactar a las sobrevivientes y establecer un nuevo refugio,
para ello sería necesario localizar algunos de los pasajes
subterráneos que durante años habían venido construyendo
como medida de escape y evitar en lo posible salir a la
superficie.

Fortaleza

El frío de la madrugada azotaba su feroz aliento sobre los
caminantes y los hacía titilar sin control. Suaves gotas de
rocío se posaban sobre sus cabellos y humedecían el exterior
de sus ropas conforme atravesaban la gruesa cortina de
niebla que los ocultaba de los ojos asesinos que acechaban
desde las alturas. Elia se encargaría de conducirlos por la
ciudad a través de las rutas menos accesibles a los Vespas
hasta llegar a los lindes del bosque en donde quizá pudiesen
recolectar leña para la noche y enseguida refugiarse en
algún búnker.
Avanzaron cautelosamente y en completo silencio pues se
sabía que uno de los sentidos más sofisticados de los Vespas
era el oído y podían detectarlos fácilmente si se descuidaban
ya que alcanzaban a percibir sonidos a cincuenta metros de
distancia por lo que a estas horas que no había ajetreo serían
más vulnerables.
Atravesaron el lado oriente de la ciudad sin ningún
inconveniente pero no pudieron contactar a nadie porque
simultáneos ataques comenzaron en ese momento y
tuvieron que usar las antiguas instalaciones del metro para
refugiarse. Muchas mujeres huían y había muchas heridas. La
superficie era un verdadero caos y diversos puntos de
reunión habían sido masacrados; en el subterráneo también
se veían daños evidentes y muchas rutas estaban totalmente
bloqueadas por los escombros así que se vieron obligados a
continuar por las vías del tren y escapar así de los ojos
asesinos. Una mujer alta y rubia llegó a su encuentro y les
informó que todos debían dirigirse a la costa, los Vespas
estaban acabando con la ciudad y no había forma de
detenerlos, estaban exterminando la vida humana.
-¡Sigan la ruta hacia *buscar una costa de Siberia*, es la línea
amarilla!- gritó antes de desaparecer en la oscuridad del
túnel.
Los tres amigos querían preguntarle más detalles sobre la
situación pero la chica sólo se detuvo un momento y corrió a
buscar a más sobrevivientes para indicarles el camino. Elia y
Bruno sabían muy bien que el metro no llegaba hasta la
costa, sin embargo siguieron las instrucciones de la mujer y
continuaron sobre las vías alrededor de tres horas más hasta
llegar a la terminal de la línea amarilla donde hallaron a un
reducido número de mujeres atravesando uno de los muros
del túnel; entre ellas, Bruno pudo reconocer a Sandra, una
francesa que ayudaba a la doctora Bolaños con la
organización del lugar desde hacía varios años.
-Hey Sandra, ¿adónde se dirigen?, ¿sabes cómo va todo allá
afuera?- la detuvo el joven para interrogarla.
-¡Chicos, qué sorpresa! Y con un ligero movimiento de cabeza
y la mirada gacha dijo: afuera es un cementerio, ya no queda
nada ni nadie. Pensamos que podrían llegar más compañeras
pero han venido muy pocas y no creo que lleguen muchas
más. Sabían que nos refugiaríamos bajo tierra y destruyeron
casi todos nuestros refugios y también nuestras salidas de
escape. Arriba es un infierno.
-¿Y qué vamos a hacer entonces?- preguntó Elia con evidente
consternación.
-Seguir avanzando- contestó Sandra. La fortaleza fue
terminada hace dos noches, estábamos haciendo los
preparativos para instalarnos ahí pero los malditos Vespas
atacaron primero.
-¿De verdad está terminada?- dijo Elia con incredulidad, pues
a pesar de haber visto los avances durante todo este tiempo
no podía creer que hubiesen concluido su obra más
importante, su nuevo hogar, lejos del alcance de las bestias.
-Es algo increíble, ya lo verás. Era una estación militar
submarina que hemos rehabilitado y expandido- le informó
Bruno a Abigaíl con una gran sonrisa y fueron tras el grupo
de mujeres.
A pesar de andar bajo tierra el clima aún era inclemente y se
empecinaba en humedecerles la ropa y entorpecer sus
músculos, el cansancio también se hacía presente y la
ansiedad acumulada les irritaba cada vez más.
-¿Y los alienígenas nunca han atacado a esta profundidad?-
inquirió Abigaíl.
-Sí, ya ha pasado, en realidad han sido raras veces pero no
sabemos de nada que les impida venir y matarnos aquí abajo
excepto que no suelen permanecer más de diez minutos en
áreas tan profundas y esa es la única pista que hemos
obtenido que nos hace pensar en una posible incapacidad de
su parte- apuntó Sandra.
-Vivir bajo la superficie ha sido nuestra mejor arma hasta el
momento- agregó Elia.

Epílogo

Iniciaron otra vez una larga odisea y se dirigieron al sudoeste
por las viejas rutas clausuradas del sistema ferroviario.
Tenían pocos víveres y la tempestad del clima los agobiaba.
Muy pronto debieron buscar refugio al interior de los
desvencijados vagones, encendieron una débil fogata y
durmieron. A la mañana siguiente encontraron enormes
rocas obstruyendo el camino por lo que debieron abandonar
la seguridad del túnel y salieron por uno de los ductos de
ventilación, descendieron por una ladera montañosa y
atravesaron un gran valle sin vislumbrar rastro alguno de un
solo extraterrestre. En cinco días de agotadoras jornadas
habían logrado llegar al cauce de un río cristalino y fresco
que por su fuerte corriente evitaba el congelamiento y los
impulsaría a la inmensidad del mar.
-Por aquí cerca debe haber algunas balsas escondidas –dijo
una de las mujeres viendo reflejar sus azules ojos en la
nitidez del agua.
Hallaron una a pocos metros de la orilla y con ella se
internaron en la fría corriente. Atravesaron un antiguo
poblado de pintorescas casitas con tejas descoloridas entre
las cuales se alzaba una gran torre con una cúpula en la cima.
Abigaíl guardó en su memoria la imagen de aquella ciudad
ancestral y bucólica, no podía evitar preguntarse si algún día
volvería a ser habitable y si podrían borrarse las huellas de la
destrucción infringida por la raza alienígena.
Muchos días y noches transcurrieron para alcanzar la
desembocadura hacia el mar, sabían que aún les esperaban
jornadas difíciles y sin embargo sus corazones se alegraron,
pues cada paso que daban los acercaba a su destino.
-Debemos hallar una isla pronto, estén atentos por si ven
alguna bolla –informó una de las mujeres que remaban con
más fuerza.
-¡La veo! –gritó Itzy con alegría después de una media hora
señalando con impaciencia un puntito naranja que asomaba
en el horizonte.
Una frondosa isla aparecía ante sus ojos y todos festejaron
con risas de alivio y sus cansados cuerpos se reanimaron
para dar el último esfuerzo. La isla tenía una longitud
considerable, enormes palmeras formaban una muralla que
acordonaba una vasta vegetación; la suave arena y el cálido
viento reconfortaron a los viajeros entumecidos que pronto
olvidaron el duro invierno de días atrás. Se internaron en el
paisaje selvático de la playa y subieron por una escarpada
montaña donde los recibieron dos vigías,
-Bienvenidos –saludó una mujer alta y morena. Han llegado a
la tierra de los sobrevivientes.
-Por fin -musitaron Elia y Sandra al unísono con un suspiro de
alivio. No podían creer que hubiesen llegado tan lejos y
estaban agradecidas.
-¿Son los únicos sobrevivientes o dejaron a más gente atrás?
–cuestionó una de las guardianas con tono afable.
-Hasta donde sabemos algunas de nuestras compañeras
podrían haber regresado al campamento del que salimos, en
Siberia. Tuvimos que dejarlo para venir aquí –señaló Bruno.
-Los campamentos fueron destruidos. Los Vespas arrasaron
con todo y creemos que hay muy pocos sobrevivientes. Mi
grupo llevaba años buscando a otros supervivientes, sólo
nos fue posible encontrar este lugar gracias al esmero de
valientes mujeres que sacrificaron su vida para hallarlo –
informó la vigía de más edad.
Incapaces de articular palabra alguna, los jóvenes sólo
pudieron imaginar el destino de sus compañeras en el
campamento y sus pensamientos se unieron en el recuerdo
de la doctora Aurora y la compañía que habían dejado atrás.
-Será mejor que entren y se pongan al corriente de todo –
sugirió la chica de cabello corto, rubio y rizado, de ojos
almendrados. Mi nombre es Mary, los acompañaré con la
profesora Delia, ella les explicará la situación y el
funcionamiento de nuestra guarida. Por favor vengan
conmigo.
Escondido al interior de la montaña se hallaba un amplio
túnel de rieles; un hermoso y extraño tren rojo esperaba por
ellos.
-Pónganse cómodos, les traeré algo de beber.
Los siete jóvenes se acomodaron alegres en uno de los
cubículos del lujoso tren, estaban famélicos y una vez más
quedaron impresionados al encontrarse en condiciones tan
favorables e inesperadas; las noticias de los ataques Vespas
eran sin duda un duro golpe pero por primera vez parecía
que habían hallado un verdadero refugio. Comieron hasta
saciarse y se dejaron maravillar con el hermoso paisaje tras
las gruesas ventanas que mostraban el fondo del mar y la
vida acuática que ahí pululaba.
-Nos ha sido imposible perdurar en la tierra desde que
llegaron los extraterrestres, así que algunas mujeres fueron
construyendo un refugio impenetrable para ellos y esto fue
lo que consiguieron –comentó la joven de ojos almendrados.
>>Ahora trabajaremos juntos en la construcción de esta
estación submarina y seguiremos buscando más
asentamientos de sobrevivientes.
-¿Y ningún Vespa los ha ubicado desde que llegaron? –
inquirió Itzy.
-Por el momento no contamos con los medios suficientes
para asegurarlo pero hasta ahora todo indica que se han
replegado a sus guaridas, quizá piensen que no quedan
sobrevivientes. Esta semana pudimos observar muchas de
sus naves partiendo pero no sabemos nada más –contestó
Mary.
-¡Una ciudad submarina! –confirmó Abigaíl bastante
impresionada. Estaba maravillada con el paisaje marino;
desde que llegara a la ciudad no había observado ni un solo
animal y los únicos especímenes que conocía estaban en las
páginas de sus libros, verlos en movimiento y en su hábitat
natural le pareció una experiencia inigualable.
El tren se sumergía en las profundidades del océano con una
rapidez inusitada y la luz solar tuvo que ser sustituida por
lámparas fluorescentes. Al cabo de unos minutos el tren se
detuvo y salieron a una reducida cámara donde una diáfana
luz les daba la bienvenida a su nuevo hogar y para Abigaíl fue
como un flash back a su primer amanecer, aunque esta vez
sabía que estaría lista para cuando aquellos seres regresaran
para terminar lo que iniciaron.

FIN

Por Ella Rucinter

domingo, 30 de agosto de 2015

El Último suspiro de la Humanidad



Por Ella Rucinter

Abrió los ojos a las siete en punto, como de costumbre; la habitación era fría y húmeda a pesar de que tras las ventanas podía observarse un sol radiante; el olor nauseabundo invadía cada rincón de la casa, parecía no haber corriente de aire capaz de colarse por alguna rendija y su milésimo ducentésimo quincuagésimo cuarto día de intento por abrir alguna ventana o puerta había corroborado la imposibilidad de ello. Hoy, sin embargo -pensó-, será diferente. Había descubierto, bajo el lavabo, un pequeño resquicio; habría jurado que no estaba ahí en un principio, es decir, desde que comenzó toda esta absurda pesadilla, pero -¿cómo iba a ocurrírsele buscar en un lugar así?, ¿acaso no era tozudamente improbable? -se dijo- mientras miraba con atención aquella abertura que, quizá por la creciente desesperación de aquellos días insoportables, le parecía la última esperanza de tocar la cálida luz del día y volver a sentir la fresca brisa del mar que se le aparecía como la única visión de un mundo que ya no recordaba y al que -pronto lo sabría- ya no pertenecía.

Día 1

Su primer recuerdo era sumamente nítido, tal vez debido a que todos los días habían sido casi idénticos dentro de ese espacio; poco antes de abrir los ojos sintió su respiración, era tranquila; reconoció su cuerpo, sintió su piel tibia y finalmente comenzó a percibir la quietud del ambiente; el sobresalto vino después, cuando, al alcanzar la consciencia absoluta, su mente no pudo reconocer dónde se hallaba y, peor aún, tampoco fue capaz de recordar algún suceso antes de ese amanecer. No obstante, sabía que era ella misma, se trataba de una extraña sensación de conocimiento propio pero sin la posesión de aquella historia de vida -que intuía- debía tener todo ser humano. -Tranquila –susurró al espejo que encontró en el baño- es sólo un desajuste pasajero; mas los días venideros acentuaron su ansiedad y la invadieron de un miedo inconcebible.

La inspección de la casa tomó poco tiempo; contó dos recámaras en la parte superior acompañadas de un baño que se conectaba entre ambas, las tres piezas lucían limpias y estaban acondicionadas con lo mínimamente necesario, lo cual daba la apariencia de un lugar amplio y luminoso; halló una cama individual con un tocador a lado en el que descansaba un cepillo café de cerdas blancas y una lamparilla color crema. Escaleras abajo había una cómoda sala con un enorme ventanal y un pequeño librero de madera y al lado izquierdo, la cocina, en la que encontró una mesita con dos sillas, un viejo refrigerador y una alacena amarilla adecuadamente surtida. Cada habitación contaba con ventanas que mostraban exactamente lo mismo: una hermosa playa solitaria; sin embargo, cada intento que hizo por salir a su encuentro fue inútil y lo mismo pasó al tratar de abrir las ventanas. Como por consuelo y al igual que con su condición de amnesia, Abigaíl pensó que aparte de este interesante inconveniente, la casa era bastante acogedora y luchó por relajarse y concentrarse en obtener más información que le ayudara a disipar tanta confusión.

Después de unas cuantas semanas y apartando el miedo de encontrarse cara a cara con su posible captor, la necesidad del contacto humano fue tomando fuerza, aunque no demasiada, pues la soledad, aún en contra de sus propias expectativas, no representó su mayor obstáculo; sin darse cuenta pronto se acostumbró al silencio del lugar e incluso, algunas veces, se sorprendió a sí misma disfrutando la serenidad del mar a través de cualquier cristal que se le atravesara y a pesar de no comprender la razón de su extraña retención, reconoció que no padecía molestias importantes ni grandes incomodidades así que hasta cierto punto se sintió aliviada de que nadie apareciera. -Además –meditó- quizá hiciera más difícil su estancia tener que explicar a alguien más su falta de memoria y se estremeció al imaginar el horror que experimentaría al no poder confiar en ese otro ser. Entonces, en ocasiones, cuando la nostalgia por la voz humana le embargaba, leía alguno de los libros en voz alta y otras veces entonaba fragmentos de canciones que creía recordar de cuando había tenido un nombre y una historia, para esto, le gustaba imaginar diversas situaciones en las que podía contar su vida como hubiera deseado que fuera o tratando de darle una explicación a su presente. Pronto, todas estas fantasías fueron desapareciendo para dar lugar a sueños tormentosos, insensatos e intranquilos, aunque a veces también agradables acerca de su destino. Más de una vez despertó creyendo que su realidad era otra mejor y cuando al fin la alcanzaba la verdadera, una punzada de dolor e irritación horadaba en su interior y le arrebataba toda esperanza. Decidió entonces registrar la cuenta de los días y organizar su tiempo con pequeñas actividades que le permitieran conservar la cordura y el buen juicio; empezó a experimentar con combinaciones de los alimentos disponibles para conseguir algo de variedad en los sabores; leía todos los libros que ofreciera el librero; se ejercitaba; aseaba la casa y aunque la calidad del agua no era muy buena también se duchaba constantemente; finalmente, el tiempo libre del que trataba de escapar lo ocupaba en la infructuosa e insidiosa tarea de pretender abrir alguna de las dos puertas con que contaba la casa o bien, las ventanas, que hasta en sus más desesperados intentos –arrojando pesados objetos hacia ellas- resultaron ilesas.

La mayor de sus frustraciones era saberse rehén de quién sabe qué mente o circunstancia enfermiza; el esfuerzo por desquiciarla con esta simple duda –debía reconocerlo- era admirable pues no se necesitaba nada más que paciencia para salir victorioso, tarde o temprano perdería la razón dando vueltas dentro de este espacio inmutable. -¿Qué mejor tortura que la de ponerle enfrente a uno lo que más desea y al mismo tiempo asegurarle lo absolutamente imposible que es conseguirlo? –reflexionaba.

La imagen de una silueta alada dentro de una jaula le vino a la mente, -¿era esto un recuerdo?, -no lo sabía, pero creyó que nunca le había gustado la idea de impedir a un ave el vuelo, despreciaba la irracionalidad con que la gente se apropiaba de la libertad de estas criaturas y la tortura que les causaba confinándolas, igual que a ella, a un diminuto y triste mundo artificial. Sintió tanta lástima con este pensamiento que por primera vez notó con claridad la aplastante dimensión de su fragilidad y con ello, el temor que guardaba dentro de sí arreció. A pesar de todo, Abigaíl conservaba la calma y fiel a sus pequeñas actividades logró ver pasar los días. Su nombre, Abigaíl, lo encontró por casualidad en una de las lecturas que hacía; la protagonista sucumbía al tormento de desconocer cuál era el propósito de su vida, razón por la cual perdía su libertad y su lugar en el mundo y era enviada a un lejano planeta llamado Olvido donde todos los habitantes habían extraviado su razón de existir, y ahí, en compañía de un melancólico joven, descubría la pasión por la vida misma y el deleite de una mente sin preocupaciones ni miedos; la historia la conmovió de tal manera que se apropió del nombre con que el autor había bautizado su creación.

Día 1,255


Había pasado ya mucho tiempo de ese primer día. El
deterioro fue posándose lenta y sutilmente, apareció en
cada esquina, se instaló en todo pequeño detalle, utensilio u
forma, incluso lo vio adherirse a ella inevitablemente;
comenzó como algo simple y creció hasta convertirse en una
sólida presencia que irrumpía en un lugar ya apenas
soportable. El agua semi cristalina fue adquiriendo un tono
marrón consecuente con un fuerte hedor que inundaba toda
la estancia cada vez que abría los grifos; las blancas paredes
perdieron el brillo y una fina capa de suciedad se impregnó a
ellas, el mobiliario envejecía con la rapidez con que pasaban
los días y el alimento era notoriamente más escaso. Si bien le
preocupaba encontrarse con alguien sin conocer las
circunstancias que la habían dejado varada en aquel paraje,
de vez en cuando añoraba la compañía, pues aunque los
libros eran una efectiva válvula de escape, no habían logrado
distraerla de la imposibilidad de salir o si quiera de romper
un trozo de aquella necia muralla de vidrio; ahora sabía, con
seguridad, que aunque estaba sola en esa casa y afuera
nunca había visto a nadie más, de alguna forma alguien o
algo se encargaba de mantenerla con vida, pues con
extrañeza había comprobado que una reducida y discontinua
cantidad de víveres conseguía llegar hasta la pequeña
alacena de la cocina y los libros -no estaba muy segura de
esto- también eran renovados cada cierto tiempo, lo cual era
a la vez un alivio y el signo del terror de ser vigilada sin saber
cuál era el motivo ni la finalidad; hasta ese momento nadie
se había tomado la molestia de comunicarse con ella o de
explicarle su situación, así, llegó a pensar que quizá había
cometido algún crimen horrendo y este cautiverio era su
castigo; pasó muchos meses tratando de encontrar sentido a
este encierro pero sólo pudo contar con la certeza de estar
atrapada en esa pavorosa prisión que la torturaba con la
terrible visión del exterior.

Tres días antes y como parte de su rutina, Abigaíl bajó
cautelosa por las escaleras con la idea de sorprenderse con
la presencia de alguien –sólo por si acaso –se decía- y
nuevamente, a pesar de sus más fervientes y contradictorios
deseos, se encontró sola en la imperturbable casa.
Desayunó, se tendió en el sofá a leer ‘Tokio Blues’ por
segunda vez y al cabo de un rato llenó la bañera con el agua
rancia de la cañería que, a fuerza de costumbre, resultaba
reconfortante, y ahí, justo debajo del lavamanos vislumbró
una grieta en el azulejo. Su primera impresión fue de
indiferencia y al cabo de unos minutos de contemplación
comprendió que ese diminuto hueco podía significar su
boleto de salida, así que tratando de conservar la calma por
si alguien vigilaba, salió del agua y miró más de cerca aquella
rasgadura en la pared, la tocó discretamente y supo que era
real así que fue a su habitación, se vistió y se dirigió a la
cocina, tomó un cuchillo, subió al baño de nuevo, desprendió
el azulejo con la grieta y para su sorpresa, descubrió que lo
que servía de pared estaba bastante deteriorado y con unos
cuantos golpes del cuchillo se desmoronaba fácilmente, lo
cual le permitió echar un vistazo al otro lado, pero lo que vio
a continuación estaba lejos de parecerse a la desierta playa
que anhelaba pisar.

Al principio, lo único visible fue la tubería, la peculiar fetidez
de una alcantarilla penetró en la habitación pero enseguida
una corriente fría y limpia se coló también así que aunque
era difícil describir lo que estaba mirando, cuando aspiró su
primera bocanada de aire fresco no albergó ninguna duda de
que cualquier cosa que pudiera haber del otro lado sería
mejor que continuar esperando la muerte o la locura en este
recinto, entonces, con un pavor y determinación
incognoscibles siguió retirando azulejos y cemento lo más
rápido que pudo durante los dos días que siguieron; y
temiendo que en cualquier momento fueran a detenerla
estos seres invisibles que se encargaban de alimentarla y
mantenerla bajo llave, fingió -aunque sabía lo absurdo que
resultaba- llevar a cabo sus actividades cotidianas a pesar de
ser evidente que pasaba mucho más tiempo en el cuarto de
baño.

Por las noches, la dificultad para dormir la dominaba, llegó a
pensar que podría tratarse de una cruel broma y que al
despertar por la mañana el orificio habría desaparecido
llevándose consigo todas sus esperanzas, pero no fue así y
una vez que hubo retirado un tramo considerable de pared,
comprobó que fuera lo suficientemente grande para
atravesarla y asomó la cabeza. Estaba ante una sucia avenida
de aspecto sombrío y eso era todo lo que alcanzaba a
vislumbrar porque más allá de treinta centímetros la
obscuridad era impenetrable, esto la intimidó por un
instante, mas haciendo uso de todo el coraje acumulado en
los últimos días, al fin cruzó al otro lado del muro.

Detrás del agujero

Se le doblaron las piernas nada más pisó el concreto, el
miedo recorría cada poro de su piel y todos sus sentidos
quedaron al descubierto mientras avanzaba dando la espalda
a su antigua morada envuelta en aquella espesa tiniebla.
Podía sentir un sudor frío que la empapaba, escuchaba el
metálico eco de sus pasos y uno que otro chapoteo a la
distancia; el ambiente tenía un sabor a óxido y una fragancia
de podredumbre y humedad impregnaba el lugar. La visión
era deficiente a causa de la nula iluminación pero se
compensaba con la atención que su tacto prestaba a todo lo
que había alrededor para poder conquistar el camino y de
esta forma, al cabo de dos horas de angustiosos tropiezos,
dio con un pasillo estrecho en el que se atesoraba un claro al
final. Corrió hasta quedar sin aliento y cegada por la
emoción y la diáfana luz, apenas logró percatarse de lo que
pasaba; había caído por una pendiente pedregosa que
desembocaba en un bosque putrefacto, mientras su cuerpo
recibía golpes por todas partes consiguió asirse de una rama
que sobresalía entre la tierra y esto amortiguó un poco el
impacto que la dejó inconsciente un par de horas. Cuando
abrió los ojos, por un momento esperó ver la habitación que
la aprisionaba, sin embargo, el frío y un dolor penetrante le
recordaron su ubicación y con dificultad fue incorporándose
en este nuevo mundo que la recibía. -¿Dónde carajos estoy?
¿Es que acaso han decidido dejarme escapar? ¡Imposible!,
demasiado fácil -reclamó. Tuvo que dejar pendiente esta
incógnita al percatarse de que no estaba en una playa, trató
entonces de entender cómo podía haber cambiado tan
bruscamente el panorama o si habría recorrido una larga
distancia por aquella cloaca pero enseguida desechó
cuestionarse todas estas cosas en aquel preciso momento
pues empezaba a anochecer; miró en derredor y no encontró
mejor opción que enfrentarse a aquel paraje hostil en el que
estaba a punto de internarse.

Tenía miedo, sí, eso era lo que la tenía tan alterada, la ya
vieja sensación insoportable que le nublaba el pensamiento
estaba atormentándola para impedirle el avance. ¡No lo
permitiría!, no iba a ser derrotada de esta manera,
encontraría ayuda, aclararía este disparatado episodio y
sobreviviría, con esto en mente, caminó durante horas a
través de una angosta vereda sin observar ningún cambio
significativo en el paisaje, los árboles ya no tenían vida, eran
huecos troncos empecinados en mantenerse erguidos
sosteniendo abundantes inmundicias; enmarañadas, las
telarañas se adherían entre las ramas suplantando a las hojas
de antaño, la adusta tierra era de un color pardo e infinidad
de deshechos se esparcían sobre ella, hierbajos secos y
raíces podridas surgían por todos los rincones, montañas
enormes y grises acordonaban la zona, las rocas vestían una
gruesa capa de alguna especie de moho negruzco que
acompañadas del silencio sepulcral daban al paisaje su tono
más lúgubre; el tibio aire y la fresca brisa de mar que
anhelaba fueron reemplazados por un gélido soplo que
transportaba gran cantidad de tierra a sus pulmones y el
intenso azul del cielo que viera a través del vidrio tantas
veces, se transformaba en un pálido cúmulo de nubes grises
con tintes rojizos; parecía no haber más vida y por ello le
resultó evidente que la vista de la playa a la que estaba
acostumbrada era inexistente.

El viento embestía con fuerza y tuvo que refugiarse en un
tronco alto y ancho que lucía una gran abertura en el centro,
y contra todo el terror que la abrumaba se aventuró a pasar
ahí el resto de la noche, al fin y al cabo –concluyó- ya otro
agujero la había salvado antes. Se acomodó lo mejor que
pudo aunque no logró conciliar el sueño, repasó entonces
cada uno de los acontecimientos pasados y al igual que otras
tantas veces elaboró descabelladas y complicadas hipótesis
que en nada le ayudaban a descifrar este enigma. -¿Por qué
molestarse en conservarla viva y bajo la ilusión óptica de un
paraíso si lo que observaba ahora era sólo devastación? ¿Qué
propósito tenía aquello y para quién?– ese era el verdadero
misterio. Sabía que no estaba sola, por lo menos no en
aquella casa, y ante esto, la perturbadora idea de que
estuvieran jugando con ella u observándola y acechándola le
infundía un terror asfixiante. Cerró los ojos y escuchó
atentamente, nada ocurrió y una neblinosa mañana asomó a
su encuentro.

Salió de su escondite sigilosamente y continuó sin rumbo fijo
por las entrañas del bosque. Su cuerpo, que había resistido
el primer embate de la huida, ahora se percibía pesado y
doliente; la respiración era penosa debido a la espesa bruma
que aspiraba y un ardor abdominal le reprochó su falta de
provisiones; al atardecer, el cansancio y el hambre habían
incrementado, lo que minaba su concentración y dificultaba
en gran medida la búsqueda de algún rastro de civilización.

El ejército Vespa

Apesadumbrada, prosiguió su andanza a través de un vasto
matorral que le produjo pequeños pero consistentes
rasguños a cada roce y cuando se hubo detenido a causa del
escozor que los acompañaba, escuchó el avance de un ligero
zumbido a sus espaldas; el sonido se hizo cada vez más
estridente e imaginando que podría tratarse de un avión o
algún otro transporte permaneció expectante a su
avistamiento. Cuando el origen de aquel estruendo asomó a
poca distancia, Abigaíl no atinó más que a echarse boca
abajo, casi petrificada, para ocultarse entre la áspera maleza.
Despejar la mente de miedos y dudas ya no bastaba para
conservar la calma ante aquella imagen y cuando el sonoro
ruido quedó encima de ella, un fuerte escalofrío la sacudió
por la nuca devolviéndole la movilidad a todos sus músculos,
no obstante, no se atrevió a perder la postura hasta pasados
unos prudentes minutos y sin convicción, giró el cuerpo para
observar mejor la irreal escena; complejas naves surcaban el
cielo dejando a la vista únicamente cuatro delgados cables
que sostenían inmundos seres de largos brazos blancuzcos
con esféricos ojos acuosos que Abigaíl relacionó, desde
entonces, con un inminente peligro; la piel cetrina del
abdomen de estas criaturas mostraba finas líneas amarillas
que abrazaban una buena parte de la espalda y se unían a los
antebrazos; una coraza de aspecto similar a la piel de
serpiente protegía la cadera que se prolongaba hacia una
gruesa extremidad puntiaguda encorvada hacia atrás, e
incapaz de imaginar más horror, vio desplegarse unas
membranosas alas en cada una de estas abominaciones que
emprendieron el vuelo para internarse en diferentes áreas
del bosque. Tras comprobar que estaba fuera de peligro se
irguió y con alivio volvió a contemplar la quieta desolación.

Conmocionada por el reciente suceso consideró regresar
sobre sus pasos y abandonar toda búsqueda de interacción
humana, sin embargo su instinto de supervivencia le
aconsejó refugiarse en la espesura del bosque antes de
encontrarse con más de aquellos seres. Apresuró el paso y
sin ocuparse de ningún otro pensamiento localizó su
siguiente escondite; una saliente descansaba a la orilla de un
estrecho canal maloliente y oculta debajo de ésta halló una
diminuta cueva en la que reposó su maltrecho espíritu.
Repetidas veces despertó atemorizada por lejanos ruidos
nocturnos que su cerebro identificaba con aquel
espeluznante zumbido e intranquilos sueños visitaron su
estancia durante la larga noche. Al día siguiente no se
atrevió a salir ni por un segundo, su estado de alerta
persistía a pesar de sentirse abatida por la deshidratación, la
somnolencia y la falta de alimento y cualquier inocente
sonido le aceleraba el pulso dolorosamente; se cernía otra
penosa noche.

Acurrucada entre las frías paredes, Abigaíl despertó
sintiendo el movimiento de sus entrañas provocado por
desesperados pasos que se aproximaban vertiginosamente,
permaneció inmóvil, atenta al desarrollo de la cercana
persecución cuando repentinamente se detuvo la carrera y
un breve grito anunció el desenlace. Preparada para echar a
correr aguzó la vista y el oído en espera de algún peligro y se
mantuvo en vela, conteniendo, bajo sus brazos, fieros
espasmos que la atravesaban; suaves pisadas merodeaban
en las cercanías del riachuelo, Abigaíl redujo la respiración
para estabilizar los latidos de su corazón, el cual, le parecía,
podía ser escuchado a miles de kilómetros de distancia
revelando su paradero así que permaneció muy quieta hasta
que finalmente todos los sonidos se desvanecieron con el
paso de la madrugada. A la mañana siguiente salió de la
cueva a echar un vistazo, tenía muchísima sed y tuvo que
considerar beber de la sucia substancia que corría frente a
ella, cuando se acercó notó que había muchas huellas de
pisadas humanas y esto la sorprendió y emocionó tanto que
decidió continuar su travesía hacia lo desconocido y en lugar
de arriesgarse a tomar agua contaminada arrancó un botón
de su blusa y lo metió a su boca para generar saliva mientras
hallaba una mejor solución.

El bosque parecía desierto, no obstante, tomando en cuenta
los acontecimientos recientes, Abigaíl sentía una tremenda
ansiedad y avanzaba con extrema precaución buscando en
todo momento posibles escondites o maquinando
estrategias de escape entre todo aquel forraje sin vida.
Caminó sin descanso hasta el crepúsculo y en la cúspide de
una colina logró reconocer la silueta de una ciudad y una
última descarga de adrenalina la impulsó hasta ella. La
metrópoli era enorme, le fascinaba, casi le hipnotizaba,
aunque conforme se acercaba podía ver el inmenso
deterioro que la permeaba; le pareció nunca haber visto
nada igual pero en realidad era imposible saberlo pues
aunque no guardaba ningún recuerdo tampoco era
totalmente ignorante de lo que eran las cosas, simplemente
no tenía memoria.

Humanidad

Por fin entró a la derruida ciudad y con asombro contempló
inmensos edificios en ruinas distribuidos sobre amplias
avenidas de concreto descritas en aquellos libros del lugar
donde tiempo atrás despertó sin saber quién era ni qué hacía
ahí. Quería observar cada detalle del agrietado pavimento,
subir a uno de esos automóviles abandonados, explorar
entre los pasillos de cada construcción y por un segundo
logró desprenderse del terror que la había atormentado
desde que vio a tan monstruosas abominaciones.

La noche extendió su majestuoso manto luminiscente sobre
aquellos resquicios de urbanidad y Abigaíl contempló con
dicha el vasto cielo. Enseguida ingresó en un gran edificio de
piedra con amplios cristales y al entrar observó una pequeña
y polvorienta placa que rezaba: La Biblioteca Central se
construyó gracias al apoyo del Dr. Ikari Matsumoto en 1994.
Se preguntó entonces qué año sería éste y si encontraría
información útil en los libros que albergaba el recinto pues
era evidente que algún desastre había arrasado con la
comunidad que hubiese visto el esplendor de tan inmensa
metrópoli. Visitó todos los anaqueles pero no encontró nada
que disipara sus cuestionamientos o que le ayudara a
orientarse en este nuevo mundo. Había muy pocos libros y la
mayoría estaban en pésimas condiciones; la hemeroteca era
el espacio mejor conservado, sin embargo también había
sido vaciada y los pedazos de periódico que estaban
desperdigados por el suelo tenían distintas fechas y no había
forma de saber si el de fecha más reciente era el
correspondiente a esta época.

Exhausta y sin pensar mucho en lo que hacía, Abigaíl cogió
un trozo de papel periódico y lo metió a su boca
masticándolo con un tanto de dificultad por la falta de saliva,
cuando por fin lo tragó, el dolor abdominal que sentía cedió
lentamente hasta que tras dos bocados más un desagradable
sabor se impregnó a sus encías y desistió. Se desplazó a los
pisos superiores pero tampoco halló algo que le explicara la
situación actual aunque sí un mapa que le sería muy útil;
decidió conciliar el sueño en la hemeroteca donde descansó
unos escasos 45 minutos debido al paso de una horda de
estruendosos zumbidos que la obligaron a mantenerse en
vilo el resto de la noche, y en ese momento supo que ya no
podría resistir mucho tiempo más en pie si no conseguía
agua y alimentos así que en cuanto amaneció y después de
considerar sus opciones y asegurarse de que ningún
alienígena estuviera merodeando el lugar resolvió
arriesgarse a salir de nuevo en busca de algún almacén u
otro posible lugar donde pudiera encontrar víveres.

Un ligero viento atravesaba la ciudad y Abigaíl sintió
estremecer su delgado cuerpo. Se dirigió al sur siguiendo las
indicaciones del mapa, aún se preguntaba dónde estarían las
demás personas, al menos las que habían impreso sus
huellas en el bosque la otra noche y tras caminar seis
cuadras y media dio con una diminuta escalerilla que llevaba
a un pasaje subterráneo donde para su sorpresa por fin
logró encontrarse con otras personas, las primeras que veía
desde aquél lejano primer despertar.

Nadie se inmutó al verla bajar, la mayoría ni siquiera notaba
su presencia; se desplazó sigilosa entre diversos grupos de
mujeres, algunas lucían cansadas y tristes, tenían la mirada
perdida, otras yacían sobre sucios cartones acomodados en
el obscuro pasillo, algunas otras se reunían alrededor de
modestas fogatas y las demás hablaban sentadas o comían
en silencio. Abigaíl no podía creer que finalmente pudiese
ver a otro ser humano y a pesar de ver las horribles
condiciones de vida que llevaban y de no saber a qué se
debía, sintió un gran alivio de estar junto a ellas y por el
momento no se preocupó en saber por qué había sólo
mujeres, e incapaz de resistirse, se dejó vencer por un sopor
fatigante y al cabo de poco tiempo el silencio dominó
nuevamente la atmósfera. Al volver en sí notó un leve mareo
que se transformó en extrañeza cuando una sucia mano le
acercó una cantimplora, bebió tan rápido como pudo y se
incorporó con esfuerzo pero las mismas manos le impidieron
levantarse del todo.

-No te levantes- ordenó una joven de grandes ojos marrones
y le ofreció una bola de arroz que Abigaíl engulló
rápidamente. Tienes dos costillas rotas y aún no te hemos
vendado.

-Lo siento- se disculpó Abigaíl. Llevo días viajando

-¿De dónde has venido?- preguntó la chica con verdadero
interés.

Aislada por un largo período, Abigail no daba crédito a nada
de lo que había visto en las últimas horas y con desazón,
también advirtió lo raro y difícil que resultaba conversar con
alguien.

-Yo -atinó a decir- estaba encerrada en una casa; apenas,
hace unos pocos días, logré salir de ella. Siempre había
comida, en verdad un lugar apacible, cómodo, excepto
porque no había forma de salir de ella hasta que hallé el
agujero; se estaba bien dentro sin tomar en cuenta ese
detalle. Afuera se veía una playa, no sé si era real o no
porque cuando logré huir me encontré con este bosque y
luego… ¡vi seres horrendos que volaban!

-¿Te refieres a los Vespas? –fue la respuesta de la gentil
mujer que la atendía.

-¿Los qué cosas? –articuló.

-Me refiero a los invasores, las bestias aladas que andan
destruyendo y asesinando todo lo que se halla a su paso. –
dijo la mujer con voz trémula. Han extinguido la vida en el
planeta, bueno… casi toda, aún quedamos unas pocas
personas, en realidad desconocemos la magnitud del daño. Y
tímidas lágrimas asomaron a sus ojos.

Aquella escena sacudió a Abigaíl y la plantó ante una nueva
realidad; infinidad de veces había urdido el diálogo en el que
se le aclararía satisfactoriamente el caudal de incógnitas
acumuladas en los largos días de cautiverio y se le explicaría
la situación actual enfatizando los acontecimientos de mayor
relevancia; diversas vertientes apaciguaban el ferviente
deseo por esclarecer su identidad e invariablemente
guardaban relación con el encierro, jamás imaginó una
libertad en donde cada paso sería desconcertante.

-Pero me parece que tendrías que hablar con un amigo mío,
estoy segura de que él puede ayudarte más que yo- aseguró
la joven. Te llevaré con él en cuanto te recuperes un poco,
ahora duerme- concluyó.

Continuará…