Atravesaron el umbral de una oxidada puerta verde y se
internaron en un laberinto de improvisadas habitaciones con
reducidos grupos de mujeres indiferentes a su presencia;
avanzaron torpemente entre apolillados muebles, baratijas,
trastos y otros objetos inservibles, Abigaíl miraba el
asfixiante panorama y se preguntaba cómo habría sido la
vida de antes y si estas personas también habían despertado
en una solitaria casa en medio de una playa. Un suave roce
en el brazo la hizo salir de su ensimismamiento para dirigirla
a una obscura y mugrienta habitación en donde le invitaron a
tomar asiento
-Me llamo Elia –se presentó la chica que la había llevado
hasta ahí. Estaba igual de sucia que todo lo demás, sin
embargo su piel era clara, llevaba el cabello negro por
encima de los hombros e iba ataviada con grises ropas que
se rasgaban en los codos y las rodillas; se le notaba una
expresión cansada que desdibujaba la tenue sonrisa que le
dirigía. Tenía una fina nariz y hermosos ojos castaños.
-Mi nombre es Abigaíl –dijo ésta.
-Él es Bruno –indicó Elia. Y el hombre de cabello castaño y
aspecto taciturno les ofreció una jarra con fresca agua y una
porción de sardina enlatada que engulleron con satisfacción.
Abigaíl creyó haber visto sólo mujeres en el túnel, pero en
cuanto vio a este hombre tan sólo pensó que probablemente
estuvieran separados por razones de comodidad, pero antes
de que pudiera decir nada se oyeron gritos e histéricas voces
irrumpieron pidiendo auxilio. Estaban atacando el refugio y
todas corrían desesperadas tratando de ocultarse de las
bestias para salvar sus vidas.
-Elia, rápido, toma lo que puedas y vámonos –ordenó Bruno.
Ambos giraron bruscamente hacia un pequeño gabinete
ubicado al centro de la estancia de donde extrajeron agua
embotellada, comida enlatada, una gruesa manta y con
tembloroso tacto acomodaron todo al interior de una vieja
mochila; después, Elia tomó dos navajas y se las tendió a la
nueva huésped indicándole que la siguiera y velozmente
atravesaron los desvencijados pasillos hasta dar con un
zaguán negro tras el cual yacían, sobre improvisadas
camillas, cuatro mujeres malheridas a las que otras
sobrevivientes habían aplicado torniquetes para evitar que
se desangraran pero que ante el inminente ataque dejaron
atrás. Los tres jóvenes siguieron corriendo hasta conseguir
llegar a una vieja casona en donde se escondieron dentro del
sótano; permanecieron muy juntos y callados, Elia y Bruno
temblaban igual que Abigaíl a pesar de contar con mayor
experiencia lidiando con estos asuntos. Afuera se
escuchaban, ya lejanos, los gritos y zumbidos de los
combatientes. Al parecer, este tipo de ataques eran
frecuentes, según le explicaron más tarde a Abigaíl.
- Habrá que buscar otro refugio- exclamó Elia.
-¿Adónde iremos?- cuestionó Abigaíl con sumo interés.
-Aún no sabemos las coordenadas, más tarde nos las dará la
doctora Bolaños, ella es la líder de la resistencia de esta
zona. -mencionó la joven de ojos castaños.
-Los Vespas son seres muy inestables, pero lo que pasó hace
un momento se ha intensificado en los últimos meses, así
que debemos tener extremo cuidado cuando nos movamos y
definitivamente no podemos permanecer por mucho tiempo
en un mismo sitio, pues tarde o temprano nos encontraríanindicó
Bruno.
-Mmm… ¿Y dónde están los demás hombres?, ¿acaso viven
separados de las mujeres?- preguntó con cierta curiosidad.
-Me temo que seré el único que verás- puntualizó el joven.
Nadie, en más de quince años, ha vuelto a ver a otro hombre.
-El mejor y único ejemplar de la especie –bromeó Elia.
-Pero…¿cómo es eso posible? –inquirió Abigaíl con seriedad.
-Pfff es una larga historia, incompleta siempre en sus
diferentes versiones y con un capítulo inédito añadido por
cada nuevo integrante –confesó Elia. Para mi –continuó al
tiempo que alcanzaba una botellita de agua a cada uno- todo
comenzó hace dieciséis años cuando salía de la escuela con
varios amigos, estaba en la preparatoria y caminaba cinco
cuadras para llegar a mi casa, eran las tres de la tarde, el
calor era insoportable y recuerdo que me ardía la garganta.
Unos días antes habían anunciado que un eclipse solar
tendría lugar esa tarde y decidimos verlo desde mi casa pues
era la más próxima, se suponía que no duraría más de quince
minutos, pero con todo lo que pasó después, la obscuridad
se prolongó por seis días.
>>Entramos a la casa, dejamos las mochilas en la sala,
servimos algunas botanas y aprovechamos la ausencia de
mis padres para probar su extensa variedad de licores y
vinos -y una pícara expresión apenas se dibujó en sus labios-.
Llegó la hora del eclipse y subimos a la terraza con los
correspondientes lentes para admirar a nuestros más
grandes astros y poco a poco quedamos envueltos en la
penumbra, el espectáculo fue asombroso; pasados los diez o
quince minutos esperados se escucharon terribles
estruendos, pensamos que se trataba de alguna explosión
cercana en una gasolinera o supermercado pero el ruido
avanzó sobre nosotros y sin saber qué más hacer corrimos a
resguardarnos en el piso de abajo; teníamos mucho miedo e
ignorábamos qué estaba pasando así que intenté llamar por
teléfono a mis padres y descubrí que no había línea, otros
probaron con sus propios teléfonos y corrieron con la misma
suerte, habían interrumpido todos los canales de
comunicación. Asustados e incapaces de pensar en nada
esperamos durante horas con la esperanza de recibir la luz
del sol anunciando el desenlace de nuestras preocupaciones,
en lugar de ello, un estentóreo zumbido atravesó el cielo
desatando el caos y a partir de ahí sólo recuerdo gritos y
llanto, no sé cómo ni por qué me encontré corriendo en la
calle con algunos de mis amigos que gritaban y se jalaban
unos a otros en diferentes direcciones, fue entonces cuando
los vi por primera vez, estaban a unos metros de distancia,
entre autos destrozados y miles de piezas de vidrio,
despedazando un cuerpo sobre la acera, y como si acabara
de despertar tomé conciencia de mi propia existencia, me
aferré con fuerza a un delgado brazo que se encontraba a mi
derecha y del lado contrario, una mano de gruesos dedos
hizo que nos lanzáramos en desbandada hacia la multitud
enloquecida. Había incendios por todas partes, muchas
calles estaban bloqueadas por autos o edificaciones
derrumbadas, la gente corría desesperada, se escuchaban
disparos, explosiones y un zumbido incesante. Los servicios
médicos colapsaron antes de 24 horas, había demasiados
heridos y ningún lugar era seguro.
>>Pasamos varios días escondidos en una bodega de
muebles junto con numerosas familias y demás grupos de
personas, los niños estaban hambrientos e inquietos pero
teníamos miedo de salir, aún estaba obscuro y no
entendíamos qué había pasado, todos estaban tan
impactados y confundidos como yo. Una noche descubrieron
nuestro escondite, creímos que nos matarían, todos estaban
aterrorizados, entonces se produjo una pelea y nos
redujeron a un centenar, hubo quienes lograron escapar en
medio de la trifulca, los demás esperábamos, acorralados, la
inminente muerte, en vez de eso nos condujeron a un hangar
totalmente aislado en donde la temperatura descendía por
debajo de los cero grados; cada día se presentaban grupos
de sobrevivientes capturados en diversas regiones del
mundo; como es lógico, el lugar rebasó su máxima capacidad
rápidamente y la falta de higiene se elevó en la misma
proporción pero conseguimos acomodamos de la mejor
manera posible y nos las arreglamos con el escaso alimento
que nos proporcionaban las bestias, no obstante, mucha
gente enfermó y comenzaron los decesos, principalmente de
los niños, quienes no fueron capaces de sobrevivir ante tales
circunstancias adversas.
>>Jamás se nos informó de nada, todos los días nos
obligaban a tomar muestras de sangre entre nosotros,
después debíamos destruir libros, desmantelar aparatos
electrónicos, plantar semillas y hortalizas; se nos permitía
cosechar legumbres, tubérculos y comestibles similares para
nuestro consumo pero se nos prohibió el contacto con
animales de crianza y a todo aquél que intentaba escapar lo
devoraban sin piedad. Meses después nos agruparon por
género y fue la última vez que vi a mis amigos pues me
trajeron a esta ciudad en la que solamente habitan mujeres,
nunca encontré ni supe nada acerca de la suerte de mi
familia.
>>Seguimos trabajando para ellos porque todo lo que se nos
permitía hacer hasta hace poco era sembrar sus semillas y
nuestro propio alimento, se supone que todos somos
vegetarianos, aparte de los insectos y las aves no hemos
visto más animales, sospechamos que los ubicaron en otra
zona pero quién sabe, tampoco quedan árboles, creemos
que tratan de adaptar la tierra a sus necesidades. Casi nadie
puede salir de la ciudad sin perder la vida. Hace diez años
una mujer llamada Gloria y la doctora Aurora formaron una
resistencia y desde entonces buscamos la manera de
escapar, mantenemos contacto con otros grupos de lucha
por medio de mensajes cifrados que colocamos en las
fronteras pues no hemos encontrado una mejor forma de
comunicarnos, las consecuencias de estas excursiones han
sido devastadoras pero somos conscientes de que la libertad
exige grandes sacrificios antes de ser conquistada.
-¿Tampoco hay niños? –cuestionó Abigaíl quien no recordaba
haber visto a alguno.
- No –respondió Elia con tristeza. Ni niños ni ancianos ni
hombres, sólo mujeres, ninguna mayor de cincuenta y cinco
años. Es la esperanza de vida a la que nos redujeron.
-Y tú, ¿cómo has logrado sobrevivir? –interrogó Abigaíl al
muchacho.
-Mi historia es un tanto extraña –dijo el joven. Desperté en
una casa con vista al mar sin saber quién era ni qué había
hecho antes de eso. Tenía comida, agua, entretenimiento y
una agradable sensación de bienestar pero al cabo de unos
meses el encierro se tornó insoportable, necesitaba aire,
sentía que no podía respirar y me estaba volviendo
paranoico, escuchaba ruidos en las habitaciones contiguas;
dos o tres veces, en la noche, creí ver a alguien detrás de las
ventanas observándome y por más que intenté y me esforcé,
nunca pude abrir la puerta o alguna de las ventanas, así que
supe que debía salir de ahí cuanto antes, preparé las
provisiones que creí necesarias y rompí el piso de la cocina,
justo donde se empotraba el desagüe, lo cual me mostró un
pasillo subterráneo que decidí atravesar. Estuve una o dos
horas dentro de esa alcantarilla y al salir me encontré en un
desierto, supuse que la playa estaría cerca al ver tanta arena
pero tras una agotadora caminata me di cuenta de lo
equivocado que estaba, en ese sitio no había absolutamente
nada. Me pasé días enteros recorriendo cientos de
kilómetros y terminé completamente desorientado,
exhausto y deshidratado cuando al fin vislumbré una
cordillera, me dirigí a ella temiendo que fuera una
alucinación pero mi miedo se esfumó al tocar la firme roca,
inmediatamente escalé sintiendo escapar mis últimas
fuerzas hasta alcanzar la cima y ahí pude observar el vasto
mar que se pronunciaba en un suave oleaje. Descendí tan
rápido como me fue posible y me tendí sobre la húmeda
arena dejándome vencer por el cansancio que me hundió en
un profundo sueño; después de reposar lo suficiente busqué
un medio de transporte resistente al agua y lo único que
pude hallar fueron pedazos de troncos, los uní con hierbajos
diseminados en las cercanías y obtuve un remedo de balsa.
Sabía que tenía muy pocas probabilidades de sobrevivir a tan
arriesgada excursión, sin embargo, las posibilidades de
mantenerme con vida en aquel solitario lugar eran
igualmente nulas, así que tomé lo poco que quedaba de mis
provisiones y me sumergí en el refrescante burbujeo del mar
con la tosca barcaza impulsada por el viento y la marea. Tras
un breve periodo de tiempo perdí de vista la costa y miles de
estrellas iluminaron la noche.
>>La travesía era pesada, me sentía muy cansado, notaba
severas quemaduras en la espalda y los hombros y mis
reservas de alimento y agua se habían agotado, estaba
derrotado, no sabía cómo resolver la situación ni a dónde
debía dirigirme en tan vasto territorio, el viento rugía con
fuerza, las aguas se agitaron ferozmente y gruesas nubes
ocultaron el sol bajo tremendos relámpagos; la tormenta
que siguió no apaciguó mis temores aun cuando me resigné
a la idea de morir en sus brazos, la densidad del océano
aplastaba mi deteriorado cuerpo, en más de una ocasión me
sumergió en sus profundidades permitiéndome apenas
tomar irregulares bocanadas de aire, destruyó mi
improvisado bote y, contrariando mis expectativas, al pasar
la tempestad también se encargó de mantenerme a flote. Así
pues, estaba perdido en medio del mar atlántico, a punto de
desfallecer y sin esperanza alguna cuando sorpresivamente
golpeé un objeto metálico, ¡una gran cadena proveniente de
un barco!, experimenté tal conmoción que estuve a punto de
dejarlo pasar pero por fortuna un tripulante me vio y pidió
ayuda para socorrerme, me lanzaron un salvavidas y una
escalera, subí aprisa, ya casi sin aliento y fui recibido por un
corro de mujeres en uniforme militar tan sorprendidas como
yo de ver a otra gente. Atendieron mi estado de salud y me
explicaron la situación a grandes rasgos: combatían una
invasión extraterrestre en la cual iban perdiendo terreno
rápidamente, al parecer yo era un descubrimiento
impresionante, debían mantenerme a salvo y me
transportaron a la costa más cercana. Cuando me recuperé
un poco me interrogaron e intentaron rastrear mi ubicación
en el desierto, fue inútil, no encontramos nada y mi relato
era de poca ayuda así que de ahí viajamos hasta esta ciudad,
la cual se decidió que sería el mejor escondite, y me uní a
estas valientes chicas –concluyó Bruno dirigiendo un gesto
de complicidad a Elia.
-Ves por qué te dije que tenías que hablar con él- aseveró
Elia.
-Y tenías razón. Nuestra historia es muy parecida, yo también
estuve en esa casa y sabía que no estaba completamente
sola, tampoco recuerdo quién soy ni de dónde provengo;
nada, ni una lejana memoria, y sin embargo, tengo
conocimiento de lo que es el mundo y todo lo que hay en él,
como si hubiera estado observándolo pacientemente, desde
afuera –reflexionó Abigaíl.
-Un asunto muy extraño –concedió Elia. Son las únicas
personas que conozco que han hablado de esa casa y ambos
carecen de memoria. Por su aspecto diría que tienen la
misma edad que yo, eso significa que deberían saber qué
pasó exactamente cuando la Tierra fue invadida, pero no es
así.
-Me temo que no es ninguna coincidencia y si nosotros
hemos emergido de ellas seguramente habrá otros en la
misma situación –sentenció Abigaíl, conteniendo el
profundo enojo que le provocaba haber sido despojada de
todo lo que daba sentido a una vida.
-La similitud de las condiciones en que nos encontrábamos
también deben decirnos algo. Posiblemente los Vespas
estaban estudiándonos y la casa era un laboratorio –sugirió
el chico. ¿Pero dónde estarán ubicadas y cuántas habrá?
-Quizá nunca lo sabremos, hasta el día de ayer pensábamos
que sólo tú provenías de ese lugar –contestó Elia. Nadie sabe
dónde están los demás hombres ni a dónde los llevaron o si
siquiera siguen vivos, el primer indicio se obtuvo hace más
de seis años, al rescatarte, pero estamos en desventaja y es
muy difícil y peligroso moverse a otros territorios. Mucha
gente ha muerto en esa búsqueda.
>>Cuando aún colaborábamos con los Vespas en las
plantaciones, la gente debía tener suma precaución a la vista
de los extraterrestres pues eran incompatibles con la mente
humana y por lo tanto irracionales; mantenían estrictos
controles en los sembradíos y en el cuidado de la tierra,
cualquier intento de boicot o el más mínimo signo de
desobediencia desencadenaba su furia y el castigo era
siempre la pena de muerte mediante métodos brutales y
sangrientos, además, muchos de ellos presentaban un
comportamiento violento totalmente impredecible que le
recordaba a la comunidad entera lo dañinos y peligrosos que
eran.
Abigaíl había anhelado conseguir respuestas por largo
tiempo, pero no fue hasta que realmente estuvo fuera de esa
habitación, en la que confeccionó su mundo entero, que
comprendió las verdaderas incógnitas que había de resolver
y los desafíos a vencer.
De acuerdo con la versión de Elia, la situación había llegado a
un punto de relativa calma gracias a la capacidad de
adaptación propia del ser humano. Las mujeres
sobrevivientes trabajaban arduamente para conservar la
vida y procuraban no ser presa fácil de ninguna bestia alada
mientras realizaban arriesgadas misiones que ellas mismas
se asignaban en la búsqueda incansable por la
independencia de la humanidad. La necesidad de liberarse
del yugo alienígena era el pilar que mantenía en
funcionamiento el campamento y la urgencia de alcanzar
esta meta fortalecía los lazos de unión generados al paso de
esos años en lo que antaño había sido llamado Siberia. Se
sabía que al cumplirse el objetivo de los Vespas de crear un
ambiente óptimo para su especie sobrevendría
inminentemente la destrucción de la nuestra y no debía
faltar mucho para conseguirlo, pues miles de mujeres habían
trabajado en ello durante más de diez años.
-Hemos asistido a los usurpadores a levantar un nuevo
ecosistema en el que la especie humana no está
contemplada. Basta con echar una ojeada alrededor para
advertir que hay enormes diferencias entre la Tierra que se
conocía en la era del Internet y la más sofisticada tecnología
y la que existe ahora que cohabitamos con Ellos; lo primero
que exterminaron fueron los árboles, desconocemos la
razón, después se dejaron de ver ciertas flores como los
tulipanes, las margaritas y los girasoles, más tarde
desaparecieron los niños y finalmente los hombres. Cada día
que se aleja es un paso adelante para Ellos y la proximidad
de nuestro certero exterminio. Avanzamos a ciegas porque
no hay forma de comunicarnos con su especie, carecen de
lenguaje y desde el inicio han mantenido una actitud hostil
que no da pie al diálogo y mucho menos a reconciliacionesaseveró
Bruno.
-Queda claro que el planeta está en mejores condiciones
desde su reinado pues se han esmerado en reconstruir –
aunque a costa de nuestra libertad y despojándonos de todo
derecho humano- este nuevo hábitat que incluye toda forma
de vida excepto la nuestra. Hay quienes aseguran que hay
espacio suficiente para ambas especies e incluso consideran
posible una sana convivencia, sin embargo se trata de una
minoría que no atiende a la experiencia vivida en los últimos
dieciséis años. No existen indicios de que alguna vez hayan
mostrado una pizca de bondad, misericordia o justicia y es
sencillamente porque nuestros razonamientos son
incomprensibles para el otro y por lo tanto incompatibles.
El ataque había terminado, era hora de partir. Debían
contactar a las sobrevivientes y establecer un nuevo refugio,
para ello sería necesario localizar algunos de los pasajes
subterráneos que durante años habían venido construyendo
como medida de escape y evitar en lo posible salir a la
superficie.
Fortaleza
El frío de la madrugada azotaba su feroz aliento sobre los
caminantes y los hacía titilar sin control. Suaves gotas de
rocío se posaban sobre sus cabellos y humedecían el exterior
de sus ropas conforme atravesaban la gruesa cortina de
niebla que los ocultaba de los ojos asesinos que acechaban
desde las alturas. Elia se encargaría de conducirlos por la
ciudad a través de las rutas menos accesibles a los Vespas
hasta llegar a los lindes del bosque en donde quizá pudiesen
recolectar leña para la noche y enseguida refugiarse en
algún búnker.
Avanzaron cautelosamente y en completo silencio pues se
sabía que uno de los sentidos más sofisticados de los Vespas
era el oído y podían detectarlos fácilmente si se descuidaban
ya que alcanzaban a percibir sonidos a cincuenta metros de
distancia por lo que a estas horas que no había ajetreo serían
más vulnerables.
Atravesaron el lado oriente de la ciudad sin ningún
inconveniente pero no pudieron contactar a nadie porque
simultáneos ataques comenzaron en ese momento y
tuvieron que usar las antiguas instalaciones del metro para
refugiarse. Muchas mujeres huían y había muchas heridas. La
superficie era un verdadero caos y diversos puntos de
reunión habían sido masacrados; en el subterráneo también
se veían daños evidentes y muchas rutas estaban totalmente
bloqueadas por los escombros así que se vieron obligados a
continuar por las vías del tren y escapar así de los ojos
asesinos. Una mujer alta y rubia llegó a su encuentro y les
informó que todos debían dirigirse a la costa, los Vespas
estaban acabando con la ciudad y no había forma de
detenerlos, estaban exterminando la vida humana.
-¡Sigan la ruta hacia *buscar una costa de Siberia*, es la línea
amarilla!- gritó antes de desaparecer en la oscuridad del
túnel.
Los tres amigos querían preguntarle más detalles sobre la
situación pero la chica sólo se detuvo un momento y corrió a
buscar a más sobrevivientes para indicarles el camino. Elia y
Bruno sabían muy bien que el metro no llegaba hasta la
costa, sin embargo siguieron las instrucciones de la mujer y
continuaron sobre las vías alrededor de tres horas más hasta
llegar a la terminal de la línea amarilla donde hallaron a un
reducido número de mujeres atravesando uno de los muros
del túnel; entre ellas, Bruno pudo reconocer a Sandra, una
francesa que ayudaba a la doctora Bolaños con la
organización del lugar desde hacía varios años.
-Hey Sandra, ¿adónde se dirigen?, ¿sabes cómo va todo allá
afuera?- la detuvo el joven para interrogarla.
-¡Chicos, qué sorpresa! Y con un ligero movimiento de cabeza
y la mirada gacha dijo: afuera es un cementerio, ya no queda
nada ni nadie. Pensamos que podrían llegar más compañeras
pero han venido muy pocas y no creo que lleguen muchas
más. Sabían que nos refugiaríamos bajo tierra y destruyeron
casi todos nuestros refugios y también nuestras salidas de
escape. Arriba es un infierno.
-¿Y qué vamos a hacer entonces?- preguntó Elia con evidente
consternación.
-Seguir avanzando- contestó Sandra. La fortaleza fue
terminada hace dos noches, estábamos haciendo los
preparativos para instalarnos ahí pero los malditos Vespas
atacaron primero.
-¿De verdad está terminada?- dijo Elia con incredulidad, pues
a pesar de haber visto los avances durante todo este tiempo
no podía creer que hubiesen concluido su obra más
importante, su nuevo hogar, lejos del alcance de las bestias.
-Es algo increíble, ya lo verás. Era una estación militar
submarina que hemos rehabilitado y expandido- le informó
Bruno a Abigaíl con una gran sonrisa y fueron tras el grupo
de mujeres.
A pesar de andar bajo tierra el clima aún era inclemente y se
empecinaba en humedecerles la ropa y entorpecer sus
músculos, el cansancio también se hacía presente y la
ansiedad acumulada les irritaba cada vez más.
-¿Y los alienígenas nunca han atacado a esta profundidad?-
inquirió Abigaíl.
-Sí, ya ha pasado, en realidad han sido raras veces pero no
sabemos de nada que les impida venir y matarnos aquí abajo
excepto que no suelen permanecer más de diez minutos en
áreas tan profundas y esa es la única pista que hemos
obtenido que nos hace pensar en una posible incapacidad de
su parte- apuntó Sandra.
-Vivir bajo la superficie ha sido nuestra mejor arma hasta el
momento- agregó Elia.
Epílogo
Iniciaron otra vez una larga odisea y se dirigieron al sudoeste
por las viejas rutas clausuradas del sistema ferroviario.
Tenían pocos víveres y la tempestad del clima los agobiaba.
Muy pronto debieron buscar refugio al interior de los
desvencijados vagones, encendieron una débil fogata y
durmieron. A la mañana siguiente encontraron enormes
rocas obstruyendo el camino por lo que debieron abandonar
la seguridad del túnel y salieron por uno de los ductos de
ventilación, descendieron por una ladera montañosa y
atravesaron un gran valle sin vislumbrar rastro alguno de un
solo extraterrestre. En cinco días de agotadoras jornadas
habían logrado llegar al cauce de un río cristalino y fresco
que por su fuerte corriente evitaba el congelamiento y los
impulsaría a la inmensidad del mar.
-Por aquí cerca debe haber algunas balsas escondidas –dijo
una de las mujeres viendo reflejar sus azules ojos en la
nitidez del agua.
Hallaron una a pocos metros de la orilla y con ella se
internaron en la fría corriente. Atravesaron un antiguo
poblado de pintorescas casitas con tejas descoloridas entre
las cuales se alzaba una gran torre con una cúpula en la cima.
Abigaíl guardó en su memoria la imagen de aquella ciudad
ancestral y bucólica, no podía evitar preguntarse si algún día
volvería a ser habitable y si podrían borrarse las huellas de la
destrucción infringida por la raza alienígena.
Muchos días y noches transcurrieron para alcanzar la
desembocadura hacia el mar, sabían que aún les esperaban
jornadas difíciles y sin embargo sus corazones se alegraron,
pues cada paso que daban los acercaba a su destino.
-Debemos hallar una isla pronto, estén atentos por si ven
alguna bolla –informó una de las mujeres que remaban con
más fuerza.
-¡La veo! –gritó Itzy con alegría después de una media hora
señalando con impaciencia un puntito naranja que asomaba
en el horizonte.
Una frondosa isla aparecía ante sus ojos y todos festejaron
con risas de alivio y sus cansados cuerpos se reanimaron
para dar el último esfuerzo. La isla tenía una longitud
considerable, enormes palmeras formaban una muralla que
acordonaba una vasta vegetación; la suave arena y el cálido
viento reconfortaron a los viajeros entumecidos que pronto
olvidaron el duro invierno de días atrás. Se internaron en el
paisaje selvático de la playa y subieron por una escarpada
montaña donde los recibieron dos vigías,
-Bienvenidos –saludó una mujer alta y morena. Han llegado a
la tierra de los sobrevivientes.
-Por fin -musitaron Elia y Sandra al unísono con un suspiro de
alivio. No podían creer que hubiesen llegado tan lejos y
estaban agradecidas.
-¿Son los únicos sobrevivientes o dejaron a más gente atrás?
–cuestionó una de las guardianas con tono afable.
-Hasta donde sabemos algunas de nuestras compañeras
podrían haber regresado al campamento del que salimos, en
Siberia. Tuvimos que dejarlo para venir aquí –señaló Bruno.
-Los campamentos fueron destruidos. Los Vespas arrasaron
con todo y creemos que hay muy pocos sobrevivientes. Mi
grupo llevaba años buscando a otros supervivientes, sólo
nos fue posible encontrar este lugar gracias al esmero de
valientes mujeres que sacrificaron su vida para hallarlo –
informó la vigía de más edad.
Incapaces de articular palabra alguna, los jóvenes sólo
pudieron imaginar el destino de sus compañeras en el
campamento y sus pensamientos se unieron en el recuerdo
de la doctora Aurora y la compañía que habían dejado atrás.
-Será mejor que entren y se pongan al corriente de todo –
sugirió la chica de cabello corto, rubio y rizado, de ojos
almendrados. Mi nombre es Mary, los acompañaré con la
profesora Delia, ella les explicará la situación y el
funcionamiento de nuestra guarida. Por favor vengan
conmigo.
Escondido al interior de la montaña se hallaba un amplio
túnel de rieles; un hermoso y extraño tren rojo esperaba por
ellos.
-Pónganse cómodos, les traeré algo de beber.
Los siete jóvenes se acomodaron alegres en uno de los
cubículos del lujoso tren, estaban famélicos y una vez más
quedaron impresionados al encontrarse en condiciones tan
favorables e inesperadas; las noticias de los ataques Vespas
eran sin duda un duro golpe pero por primera vez parecía
que habían hallado un verdadero refugio. Comieron hasta
saciarse y se dejaron maravillar con el hermoso paisaje tras
las gruesas ventanas que mostraban el fondo del mar y la
vida acuática que ahí pululaba.
-Nos ha sido imposible perdurar en la tierra desde que
llegaron los extraterrestres, así que algunas mujeres fueron
construyendo un refugio impenetrable para ellos y esto fue
lo que consiguieron –comentó la joven de ojos almendrados.
>>Ahora trabajaremos juntos en la construcción de esta
estación submarina y seguiremos buscando más
asentamientos de sobrevivientes.
-¿Y ningún Vespa los ha ubicado desde que llegaron? –
inquirió Itzy.
-Por el momento no contamos con los medios suficientes
para asegurarlo pero hasta ahora todo indica que se han
replegado a sus guaridas, quizá piensen que no quedan
sobrevivientes. Esta semana pudimos observar muchas de
sus naves partiendo pero no sabemos nada más –contestó
Mary.
-¡Una ciudad submarina! –confirmó Abigaíl bastante
impresionada. Estaba maravillada con el paisaje marino;
desde que llegara a la ciudad no había observado ni un solo
animal y los únicos especímenes que conocía estaban en las
páginas de sus libros, verlos en movimiento y en su hábitat
natural le pareció una experiencia inigualable.
El tren se sumergía en las profundidades del océano con una
rapidez inusitada y la luz solar tuvo que ser sustituida por
lámparas fluorescentes. Al cabo de unos minutos el tren se
detuvo y salieron a una reducida cámara donde una diáfana
luz les daba la bienvenida a su nuevo hogar y para Abigaíl fue
como un flash back a su primer amanecer, aunque esta vez
sabía que estaría lista para cuando aquellos seres regresaran
para terminar lo que iniciaron.
FIN
Por Ella Rucinter
Muy bueno, me gusto
ResponderBorrarEs interesante y bueno
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