Por Mauricio Leyva
Colección de 12 historias cortas acerca del mundo indígena mexicano, El Diosero, escrito por el antropólogo Francisco Rojas González, es un extraño y provocativo acercamiento a la realidad indígena de mediados del siglo XX. Con narraciones breves y precisas, Rojas González nos sumerge en situaciones a veces humorísticas –La Tona- y otras tantas tristes –Las vacas de Quiviquinta- con personajes tan pintorescos que causan toda una serie de emociones.
En el libro se retrata la vida indígena en varias de sus facetas: la ignorancia en que viven, su extrema fe en santos y creencias, lo cerrado de su mundo, el amor que prodigan a los suyos, sus extrañas y arraigadas costumbres, su salvajismo a veces casi irracional, su ternura infantil, su pobreza inhumana, la exclusión que hace de ellos el mundo moderno, el abuso por parte de la sociedad hacia todos ellos, en fin, toda la peculiaridad que hace de los indígenas, sus hábitos y costumbres algo casi mágico en este país cada vez más urbanizado y peleado con su pasado.
El Diosero está hecho con un tono muy ameno que invita al lector a perderse en sus páginas, el estilo es muy liviano y aunque incluye regionalismos y barbarismos son muy fáciles de entender gracias al contexto del relato. González Rojas no sólo retrata la realidad que él mismo conoció sino que despliega unas grandes dotes narrativas.
Juventud indígena
Este tema aparece principalmente en “La Tona” y “Los novios”; en el primero, una pareja que tiene a su primogénito con muchas dificultades en el parto necesita una tona con que bautizarlo. Es impresionante ver qué tan ciegamente alguien puede seguir sus tradiciones, al grado de ponerle “Bicicleta” a su hijo.
Muchas veces los jóvenes indígenas no están preparados ni física ni mentalmente para tener hijos, son demasiado niños cuando tienen hijos propios, aunque también es de notar la dicha que reciben a su descendencia. En su juventud, con todas sus carencias, son felices.
En el segundo relato resulta muy emotiva la forma en que se formaliza un matrimonio, la ilusión que tienen los novios al encontrar a su pareja de toda la vida, y aunque sea un poco extraña su forma de conocerse, el resultado es algo conmovedor. El joven listo para sentar cabeza con su corazón revoloteándole y la joven soñando en cómo será su marido.
Ingenuidad e inteligencia indígena
Primero, en la historia de “El cenzontle y la vereda”, es difícil imaginar que existan personas tan aisladas que no conozcan algo tan común en nuestro tiempo como un avión. Su ignorancia lleva a los indígenas a creer que es un pájaro come hombres.
Asimismo, es sorprendente darse cuenta de qué tan agresivas y peligrosas pueden ser las personas cuando tienen miedo, el cual despierta la peor parte del ser, transformándose en seres irracionales como en el relato de “Nuestra Señora de Nequeteje”, el cual francamente hace perder simpatía por los indígenas debido un comportamiento en extremo agresivo y cruel.
Contrariamente, en el relato “La cabra en dos patas” el indígena no sólo muestra su lado violento sino también su lucidez, perspicacia y picardía. Juá Shotá defiende a su hija con un razonamiento bastante sagaz que deja sin palabras al güero extranjero, porque si bien los indígenas son ignorantes, no son tontos. La sabiduría milenaria que guardan, pocas veces es valorada o vista como en El Diosero pero cuando sale a la luz es tan impresionante que hace repensar “la grandeza” de los logros de la ciencia moderna.
Abandono y miseria del indio mexicano.
Es muy fácil no interesarse por nadie, más cuando se lleva una vida placentera y llena de comodidades; uno no cree que pueda haber personas que sufran tanto en el mundo. No obstante, cuando se tiene contacto con la realidad de los menos afortunados –en este caso el pueblo indígena- los ojos parecen abrirse por primera vez.
En el relato “La parábola del joven tuerto” un joven indígena es ridiculizado porque sólo puede ver con un ojo; cualquiera que se encontrara en su lugar no podría menos que odiar su propia vida y maldecir su destino. Al pensar en una desgracia de tal magnitud, es difícil saber si uno mismo tendría la entereza para soportar una vida de tanta penuria.
La miseria del indígena no reside tan sólo en su falta de posesiones, sino en la disminución a su propia alma, pues la sociedad los ha aislado y espera que poco a poco mueran y desaparezcan de un mundo que parece no comprenderlos. Sin embargo, es evidente que ningún indígena desea la compasión de nadie, sin importar lo que sufra. Esta colección de relatos despierta un interés no sólo de ayudar al prójimo, sino de conocerlo mejor y en última instancia, de comprenderlo.
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