Mostrando las entradas con la etiqueta La Pesadilla. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta La Pesadilla. Mostrar todas las entradas

lunes, 8 de junio de 2015

LA PESADILLA (parte 2)

Por José Steven

La pesadilla continúa atormentándome cada noche, haciéndome ver ese horrible rostro una y otra vez detrás de mí. Sin embargo, ahora me siento casi lúcido cuando la tengo y, aunque aún me aterroriza, creo que me estoy acostumbrando a ella.

Mi papá falleció hace ocho años, así que me es imposible preguntarle sobre Gregorio Moreno, por lo que he decidido buscar a Manuel y a Junior para platicar con ellos, por primera vez desde los acontecimientos de aquel día. Junior y su familia se mudaron de Providencia desde hace años, por lo que me enfoqué primero en contactar a Manuel, y para eso llamé por teléfono a mi mamá para decirle que planeo visitar Providencia y ver a algunos viejos amigos. Le pedí que me hiciera el favor de buscar a Manuel y así lo hizo. La recibieron sus papás y le informaron que desde la semana pasada Manuel había venido a la ciudad para hacer una diligencia relacionada con su trabajo. Afortunadamente, fueron muy amables en facilitarle su teléfono celular.

Tenía tantos años sin saber de Manuel, que fue un poco extraño llamarle de manera tan repentina, sin embargo, nos saludamos de forma muy amena y rápidamente estábamos charlando como los viejos amigos que somos. Le comenté que quería verlo para charlar un poco y recordar los viejos tiempos, aprovechando que se encuentra aquí en la cuidad, a lo que accedió con mucho gusto y propuso que nos viéramos el día de mañana en la Universidad Estatal.

Me alegró volver a hablar con Manuel y tengo la sensación de que va a ser un reencuentro igualmente agradable; sin embargo, tomando en consideración el tema tan sensible que pretendo discutir con él, creo que no todo serán sonrisas.

***

Hoy tuve noticias malas y buenas. La mala es que Manuel llamó por la mañana para decirme que no pudría asistir a la cita que concertamos, puesto que recibió una llamada de su trabajo diciéndole que lo necesitaban de vuelta en Providencia de inmediato; no entró en más detalles respecto a la razón por la que lo requerían, pero si me dijo que iba a estar ocupado por lo menos una semana. Sin embargo, la buena noticia es que Manuel me proporcionó un dato muy importante, el paradero de Junior. Yo ni siquiera le había preguntado aún por Junior, pero creo que de alguna manera intuyó que también quería hablar de él, después de todo, siempre fuimos los tres.

Una de las razones por las que perdí contacto con Junior fue porque en la medida en que crecimos él fue tomando una actitud cada vez más rebelde y agresiva, y sus actos dejaron de ser travesuras infantiles para convertirse en vandalismo y delincuencia. Abandonó la preparatoria a medio camino, y para ese entonces yo ya prefería evitarlo. Dejó de ser el muchacho simpático que era, y estar con él era una experiencia de alta tensión, como si en cualquier momento fuera a hacer una barbaridad. Ya no tenía respeto por nada y era cínico ante cualquier regaño o amenaza de sus padres, maestros u otras autoridades. Para cuando Junior abandonó la preparatoria yo ya no frecuentaba su compañía y únicamente lo saludaba cuando nos topábamos, pero prefería no entablar plática con él. En retrospectiva, es evidente que fue a partir del incidente de Gregorio Moreno cuando comenzamos a distanciarnos y cuando Junior comenzó a tener un cambio gradual, llegando casi a lo antisocial. Para cuando cumplió los dieciocho años ya tenía enemistad con varias personas, por lo que en ese entonces fue cuando Junior y su familia se marcharon de Providencia, y me pareció que la mayoría de las personas se sintieron un poco aliviadas cuando dejaron de verlo.

Manuel me informó que Junior se encuentra en el Reclusorio Central, ubicado a un par de horas de la cuidad. No puedo decir que me sorprendió mucho tal revelación, pero no pude evitar sentirme algo triste al saberlo. Es como si Junior estuviera destinado a tener una vida fallida, y yo soy parte de ella.

Este fin de semana le voy a hacer una visita, con la esperanza de que él me pueda dar todos los detalles sobre el incidente con Gregorio Moreno. Sin embargo, estoy un poco nervioso, pues no sé muy bien qué esperar de él. Tiene tantos años que no lo veo que parece que hubiera sido en otra vida. No tengo idea de qué clase de persona es hoy en día, incluso creo que me tranquiliza un poco el saber que está encarcelado. No me siento orgulloso de eso.

***

El día de ayer me entrevisté con Junior. Fue breve y resultó ser una experiencia agridulce que me dejó con muchas cosas en qué pensar.

Acudí al Reclusorio Central y, tras las revisiones correspondientes, me hicieron esperar aproximadamente media hora en una pequeña, sucia y deprimente sala de visitantes; eso, sumado a la vigilancia de dos malencarados guardias, me hizo sentir como si yo fuera uno preso más y en cualquier momento fueran a regresarme a mi celda. Finalmente apareció Junior y en ese momento para mí fue como ver a un fantasma; atravesó una puerta enrejada y tenía una expresión de curiosidad y extrañeza en el rostro, ya que aparentemente nadie lo había visitado antes; me levanté de mi asiento, le extendí la mano y en ese instante me reconoció; dio un paso hacia mí y pude apreciar cuán cambiado estaba; me dio la mano y se sentó en un pequeño banco, recargando su brazo en la mesa que estaba a un lado. Me miraba fijamente con una ligera e incrédula sonrisa. –Mi buen amigo, esta si es una sorpresa- fue lo primero que dijo.

Ingenuamente, yo tenía la intensión de grabar esa platica, pero como ya se imaginarán, lo primero que hacen en la entrada del reclusorio es inspeccionar a los visitantes y fue así como mi celular y mi cartera se tuvieron que quedar esperándome en el módulo de entrada; de cualquier forma, trataré de transcribir lo más exactamente posible la plática que sostuve con Junior:

-Hola Junior –contesté- ¿Cómo estás?
-Hombre, pues disfrutando ¿qué no se ve? –
me respondió.
-Disculpa, es que ha pasado tanto tiempo
que no sé muy bien ni que decirte -le dije,
algo apenado por mi absurdo saludo.
-No no mi amigo, es broma, me da gusto
verte –me dijo Junior- eres la primer persona
que me visita desde que estoy aquí
encerrado ¿tú crees?
-¿Y desde cuándo estás aquí? –le pregunté,
aunque yo ya sabía cuándo lo habían
encerrado, pues Manuel me lo dijo.
-Ya van a ser tres años –me dijo, aún
sonriendo– y lo que me falta… pero a ver, ya
cuéntame por qué viniste a verme así tan de
repente, no creo que te hayas dado la vuelta
hasta acá sólo para recordar viejos tiempos
¿o sí?
-De hecho así es –le respondí- quiero
preguntarte sobre algo en particular de los
viejos tiempos -hice una pausa, dudando
sobre si debía rodear un poco o ir directo al
grano, pero de inmediato me decidí por la
segunda opción– quiero hablar de Gregorio
Moreno.
-¡Ah! –exclamó con una expresión de
sorpresa que pareció fingida– pues entonces
no vamos a reírnos mucho en este
reencuentro –me dijo- ¿por qué quieres
hablar de eso?
-Bueno, es que nunca antes lo hicimos y
ahora hay una situación –Junior me miraba
frunciendo el seño en expresión de duda –es
un poco difícil de explicar pero bueno, la
cosa es que estoy teniendo pesadillas en las
que aparece él y no encuentro cómo
sacármelas.
-¿Ah caray, pesadillas con ese cabrón? –
preguntó, como burlándose- ¿y por eso
vienes a verme?
-¡No es tan simple! –Exclamé irritado– tengo
la pesadilla casi a diario y la chingadera no
me deja dormir tranquilo ¡y ya no aguanto!
¿Crees que si fuera tan simple hubiera
venido a verte aquí? –pregunté levantando
un poco la voz, aunque no más de lo
necesario. Fue la primera vez que hablaba de
la pesadilla con alguien.
-¡Bueno bueno, no sabía que estaba tan feo
tu asunto! –Me dijo en tono conciliador– a
ver ¿crees que si hablamos se va a ir la
pesadilla esa?
-No sé, tal vez -le dije, mirando la mesa– ¿Tu
sabes qué pasó con Gregorio Moreno? Es
que yo nunca supe exactamente…
-¿Cómo que no supiste? –me preguntó con
genuina sorpresa- pues si eres el que más
debiera saber ¿en serio no te acuerdas qué
pasó con él? –me volvió a preguntar y me
dejó pasmado. Contesté moviendo la cabeza
en sentido negativo.
-No pues está cabrón… –me dijo,
recuperando la sonrisa por un momento. A
continuación guardó silencio, como
meditando. De pronto su semblante se
tornó serio– No me gusta recordar eso.
Mira, yo he hecho muchas cosas y ya con el
tiempo hasta dejó de importarme tener las
manos sucias. Pero algo como lo que
Gregorio Moreno le hizo a Miguel… -su
expresión era ahora de repudio, y
mirándome a los ojos me dijo– cuando
estaba chavo, yo también tuve pesadillas… -
y pude notar que era sincero.
-¿Y qué hiciste? –le pregunté.
-¿Qué hice? pues un montón de cosas malas
je je, por eso estoy aquí –me respondió, y los
dos callamos.
-¿Dime qué pasó con Gregorio Moreno? –
rompí el silencio.
-Mmm… creo que mejor te voy a dejar que
eso lo investigues tú mismo, sólo te diré que
Gregorio Moreno recibió lo suyo –e
inmediatamente después de decir esto se
levantó de la silla y me extendió la mano– Ya
me tengo que ir, no me agradó mucho tu plática,
pero me dio gusto verte -y me di
cuenta de que no me diría más aunque le
insistiera.
-A mí también me dio gusto verte Junior, en
serio –le dije resignado, y cuando estreché
su mano me dio un apretón con ambas
manos. Después de eso dio media vuelta y
caminó unos pasos en dirección a la puerta
enrejada. Antes de atravesarla volteó una
vez más hacia mí y dijo -no te sorprendas
mucho si descubres que no soy el único que
debería estar encerrado-.

Ese fue mi reencuentro con Junior, el cual me dejó más preguntas que respuestas, pero en cierto modo, también me deja intrigado; parece ser que hay detalles esquivos en todo este asunto y planeo descubrirlos, así que he decidido que pediré permiso en la Universidad para ir mañana a Providencia desde temprano, y ver si puedo investigar más detalles y refrescar mi memoria, no sin antes pasar a ver a mi mamá; además de eso, voy a buscar a Manuel para tener esa charla que se postergó.

***

Hoy por la mañana llegué a Providencia. Me dirigí inmediatamente a casa de mi mamá y le llamé por teléfono a Manuel para invitarlo a comer con nosotros, a lo que accedió de buen grado. Llegó aproximadamente a las tres de la tarde y, después de un efusivo saludo, mi mamá nos preparó la
comida. Después de terminar de comer nos quedamos platicando un buen rato sobre los viejos tiempos y la actualidad en Providencia. Manuel sigue siendo un tipo sumamente agradable, y además es un exitoso abogado. Sería superfluo escribir todo lo que platicamos, puesto que sólo nos dedicamos a contar anécdotas y reír de nuestras aventuras juveniles y los embrollos en los que nos metíamos tan a menudo; pero ver a mi mamá y a mi viejo amigo Manuel me hizo sentir rejuvenecido y recordar épocas más simples y alegres, cuando únicamente nos dedicábamos a disfrutar cada momento y no nos preocupaban cosas como el trabajo, la renta, la política, etc. Ahora veo con una óptica más positiva esos momentos de juventud, contrariamente a la experiencia que me dejó hablar con Junior. Justamente por el alegre tono de nuestra plática fue que ésta se prolongó, y me resultaba sumamente incómodo traer a colación el tema de Gregorio Moreno. A eso de las ocho de la noche Manuel me dijo que estaba oscureciendo y se acercaba la hora de retirarse. Fue entonces cuando lo mencioné.

-Antes de que te vayas, quiero hablar
contigo de algo en especial. Vine a
Providencia para investigar lo que pasó con
Gregorio Moreno -le dije y, acto seguido, le
conté de la plática que sostuve con Junior,
mientras él me escuchaba con atención.
-Últimamente no puedo sacarme ese asunto
de la cabeza, y quisiera que me digas lo que
sabes al respecto. –le pedí.
-Claro que si –me respondió Manuel sin
titubear.

Lamentablemente él tampoco tenía idea de lo que habían hecho con Gregorio Moreno. Pero me dijo algo que yo no recordaba de aquel día. Me dijo que tampoco supo cómo hicimos Junior y yo para defendernos de Gregorio Moreno, pues cuando yo lo ataqué, él sintió pánico y salió corriendo a buscar ayuda. De los tres, mi casa era la más cercana y por eso fue a mi papá a quien localizó primero. Sin embargo, eso no era suficiente para mí, por lo que le expliqué que había decidido hacer otra visita.

-Quiero ir a casa de Miguel para hablar con
él, pero no me animo a ir a buscarlo yo solo.
-Si quieres yo te acompaño -me dijo- tiene
mucho que no nos veíamos, pero sabes que
eres de mis mejores amigos y siempre vas a
contar conmigo; además, a mí también me
gustaría saber cómo terminó ese asunto –
continuó- porque entre nosotros nunca lo
platicamos, y claro que aún es incomodo,
pero ya han pasado muchos años y debemos
terminar con eso. ¡Claro que te acompaño!
-¡Perfecto! la verdad es que yo también
quiero sacar eso de mi sistema. Entonces
cuento contigo.

Quedamos de vernos mañana al mediodía. Su apoyo me va a venir muy bien porque no sé qué tan dispuestos estarán Miguel y sus papás de tratar un asunto tan penoso. Pero debo intentarlo. Si hay suerte, mañana sabré lo que ocurrió con Gregorio Moreno.

***

Acabo de regresar a la cuidad, después de la pequeña investigación en Providencia que la pesadilla me obligó a realizar. No pude obtener toda la información que buscaba, pero si pude obtener un dato clave.

Manuel me acompañó a la casa de Miguel, sin embargo él ya no vivía ahí y quienes nos recibieron fueron su  padres, Don Miguel y Doña Ana. Fueron sumamente amables con nosotros y nos invitaron a tomar un café con ellos. Después de conversar brevemente, fue Manuel quien de manera muy hábil introdujo el tema de Gregorio Moreno; les dijo que nuestro repentino interés en el asunto se debía a que él estaba investigado, en colaboración con la policía ministerial, un caso muy similar sucedido hace varios años y tenía la sospechaba de que podría existir conexión entre ambos casos. Se nota que Manuel es excelente para improvisar, sin duda producto de su amplia experiencia como abogado. Los papás de Miguel se mostraron evidentemente consternados y de inmediato expresaron su disposición para ayudarnos de cualquier manera que les fuera posible. Nos contaron que el día del incidente, Don Miguel se encontraba preparándose para salir a un viaje de trabajo, ya que era conductor de tráiler, y había mandado a su hijo a comprar algunos insumos. Aunque había tardado ya demasiado en regresar, pensaron que quizá su retraso se debía a que se había ido con algún amigo del colegio y se habían quedado platicando. Fue hasta que mi papá llegó a su casa, acompañando de Miguel, cuando se enteraron de lo que había sucedido. Nos dijo Don Miguel que cuando lo supo se puso furioso e incontrolable y quería que le dijeran dónde estaba Gregorio Moreno para ir a matarlo; pero en ese momento mi papá le dijo algo que para mi ahora resulta ser toda una revelación. Gregorio Moreno ya estaba muerto.

Nos dijo que mi papá se negó a decirle quién o quiénes lo habían matado, y que se conformara con saber que Gregorio Moreno ya había pagado por su crimen. Fueron juntos a ver el cadáver y decidieron llevarlo a una barranca, donde cavaron una fosa clandestina para enterrarlo.

Asimismo, nos explicaron lo dura que fue esta experiencia para toda su familia y que fue esta la razón por la cual que se alejaron lo más posible de la vida pública. Nos dijeron que Miguel se había vuelto extremadamente reservado y hacia poco menos de tres años que se había marchado de la casa, sin decirles la dirección exacta donde vive actualmente y acudiendo a visitarlos sólo de vez en cuando.

Ahora sé que Gregorio Moreno está muerto, y parece ser que mi papá es el único que podría decirme quién lo asesinó. Pero mi papá falleció hace cinco años, a causa de un paro cardíaco. Ya no sé a dónde más acudir, pero Manuel sugirió que busquemos a Miguel. Me propuso que le diera unos días para intentar averiguar su paradero y me prometió que lo va a encontrar; Manuel ha demostrado ser un apoyo invaluable. Pero ahora sólo me queda esperar y seguir sufriendo con la pesadilla.

***

Anoche tuve la pesadilla, y como ya es costumbre, por la mañana llegué a la Universidad con pocas horas de sueño, lo cual fue evidenciado por la observación de uno de mis colegas, quien me dijo que me notaba sumamente demacrado y me invitó a desayunar en la cafetería de la Facultad. Durante la conversación que manteníamos traje a colación el tema de la pesadilla que estaba teniendo, siendo la causante de mis desvelos y mi desmejorada apariencia. Después de escucharme, mi colega me explicó que a su parecer se trataba de un problema psicológico, por lo que me recomendó que acudiera a visitar a un amigo suyo, el psicólogo Josué Martínez, quien es profesor en la Facultad de Psicología de la Universidad Estatal.

Nunca antes he ido con un psicólogo, supongo que es porque nunca me había sentido con la necesidad, y también creo que siempre he tenido el ligero prejuicio de que sólo los desequilibrados lo necesitan. De cualquier modo, en este momento me siento bastante desequilibrado, y además, para terminar con la pesadilla estoy dispuesto a escuchar cualquier alternativa. Por esa razón, después de que mi colega me facilitó el teléfono del psicólogo Martínez, le llamé y concertamos una cita para el próximo lunes por la tarde. Es muy conveniente que la Facultad de Psicología esté situada a un lado de la mía.

***

El panorama se ha aclarado gracias a los métodos del psicólogo Martínez.

El día de nuestra primera cita acudí de manera puntual, y después de presentarnos formalmente, me invitó a entrar en materia de inmediato para efecto de poder hacer una valoración inicial del problema. Tuvimos una larga plática en la cual le relaté la pesadilla y todo lo concerniente a la investigación que había realizado. Le expliqué todo a detalle, incluso en más de una ocasión me detuve para preguntarle si me estaba extendiendo mucho en mi relato; sin embargo, me dijo que no había ningún problema y se mostró sumamente interesado en el tema, pues escuchaba atento y tomaba notas constantemente. Al final de la sesión, el psicólogo Martínez me pidió que nos viéramos de nuevo el día jueves y que durante este lapso me encargara de escribir los sueños que tuviera inmediatamente después de despertar.

El jueves siguiente regresé para mi segunda cita, entregando las notas sobre mis sueños recientes; lo curioso es que sólo una de las tres noches tuve la pesadilla, y no recuerdo haber tenido algún otro sueño. La pesadilla se presentó con una sola variación, en esta ocasión sentí que mi perseguidor no era tan grande, de hecho, éramos casi de la misma estatura y, consecuentemente, no sentí tanto miedo. Después de analizar los datos, el psicólogo Martínez me dijo que a su criterio era claro que la pesadilla se debía a recuerdos reprimidos y al severo trauma emocional que significó el incidente de Gregorio Moreno, por lo que me propuso llevar a cabo un método poco ortodoxo, pero que podía ser perfecto para la situación, y el cual consistía en someterme a una hipnosis regresiva, con el objetivo de revivir ese momento para poder atar los cabos sueltos. Me explicó que este tratamiento se basa en la noción de que todo lo que pasa en nuestra vida se almacena en el cerebro sin excepción alguna, y para acceder a esa información sólo basta con saber dónde buscar. Al principio me sentí algo nervioso ante la perspectiva de abrir mi mente de esa manera, además de no tener muchos deseos de revivir ese momento; sin embargo, el psicólogo Martínez me había transmitido mucha confianza, asegurándome haber practicado la hipnosis de manera exitosa en más de una ocasión, por lo que acepté su propuesta.

No me es fácil describir la manera en que se llevó a cabo la hipnosis. Siempre he recelado de las personas que pretenden jugar con la mente humana, pero los resultados fueron sorprendentes. El psicólogo Martínez me hizo sentar en su reclinable y procedió a darme indicaciones precisas de tranquilidad y relajación. Me dirigió expertamente en una línea de pensamiento específico y, sin darme cuenta, unos momentos después yo ya no me encontraba en su consultorio, sino en un pasillo oscuro y angosto, acompañado de mis amigos Junior y Manuel. Ante nosotros había una puerta roja y brillante, la cual parecía latir acompasada con mi corazón. Estaba recordando aquel día y, al mismo tiempo, viviéndolo. Pero esta vez no tenía miedo, sino que deseaba abrir esa puerta y enfrentarme al pasado. Los hechos transcurrieron con nitidez y cuando todo hubo acabado, había descubierto o, mejor dicho, redescubierto la pieza faltante en el rompecabezas. Me encontraba de pie, ante un Gregorio Moreno que yacía en el suelo, inmóvil y en posición fetal, sobre un charco de sangre que se agrandaba de manera lenta pero implacable. Mi mano derecha sostenía un cuchillo, cuyo acero estaba teñido de rojo con la sangre de su antiguo dueño, quien había dejado de existir.

***

Esta tarde recibí una inesperada llamada de Miguel. Inmediatamente me explicó que Manuel lo localizó y le contó todo lo referente a la pesadilla que me ha venido atormentando durante meses, razón por la cual decidió ponerse en contacto conmigo de manera personal. Le agradecí la atención y procedí a contarle sobre la terapia de hipnosis que me habían practicado y la revelación que ésta arrojó. Miguel me confirmó los hechos, y me dijo que después del golpe que me dio Gregorio Moreno, esté sacó un cuchillo para atacarme, pero en ese momento Junior reaccionó y lo embistió, haciéndole trastabillar y soltar el arma. Unos segundos después yo me había levantado y, aunque aún me veía afectado por el golpe, tomé el cuchillo en mis manos, avancé hacia Gregorio Moreno y se lo clavé en el estomago, mientras éste aún forcejeaba con Junior.

Una vez que Miguel me hubo contado todo, me di cuenta de que ahora lo recordaba con claridad. Le agradecí nuevamente y no me atreví a preguntarle nada más al respecto, sin embargo, fue él mismo quien procedió a explicarme las incontables repercusiones que tuvo en su vida, y el impedimento que tuvo para poder llevar una vida normal, sobretodo en su adolescencia. Se volvió solitario y misántropo, y después de varios años, decidió alejarse de Providencia, pues no era capaz de superar el trauma emocional. Durante un par de años se mantuvo errante, trabajando como obrero y sin poder asentarse en ningún lugar. Hasta que conoció a una mujer de la cual se enamoró y con quien formó una familia. Su vida tuvo un vuelco radical y cuando se dio cuenta, el dolor se había ido. Finalmente, me contó que ahora su esposa y sus hijos son el enfoque de su vida, y con tono firme, sentenció:

-Con el tiempo te das cuenta de que el pasado ya no
existe, solamente el presente, y debes olvidar a los muertos
que dejas, porque ellos ya no pueden seguirte.

Me resulta difícil poder describir la sensación que me transmitió Miguel con sus palabras. La fortaleza que tuvo para poder superar una de las experiencias más terribles que puede vivir un ser humano, me hizo sentir humilde y darme cuenta de que tengo que seguir el mismo camino. Una última vez, le agradecí profundamente sus palabras y él me dijo que no había necesidad de agradecer, ya que era lo menos que podía hacer por mí. Nos despedimos, probablemente para siempre, y yo sabía que nunca más volvería a tener la pesadilla.

***

Yo asesiné a Gregorio Moreno y aunque sé que nadie tiene el derecho de tomar una vida, no puedo evitar sentir satisfacción, porque ese maldito merecía morir. Miguel me dejó claro que debo olvidar el pasado si quiero tener un futuro, tal y como él hizo. La sombra de Gregorio Moreno estuvo detrás de nosotros durante años y durante ese tiempo fue capaz de quitarnos algo muy importante, se llevó nuestra juventud. Sin embargo, no nos quitó la vida, y ahora estoy listo para seguir con ella. Ya solamente temo por mi viejo amigo Junior.

FIN

lunes, 4 de mayo de 2015

LA PESADILLA (parte 1)

Por José Steven

No he podido descansar por las noches durante las últimas semanas. La causa de mi desdicha es una horrible pesadilla que se presenta a diario.
Normalmente durante el día me siento bien, quizás un poco cansado, pero cuando anochece comienzo a ponerme nervioso, y es porque tengo miedo de ir a dormir. Primero tengo insomnio, seguido por un breve descanso el cual de inmediato se torna delirante. La primera vez que tuve la pesadilla sentí un pavor escalofriante, pero no me preocupé mucho pues pensé que simplemente se trataba de un mal sueño y casi nunca en mi vida he tenido sueños recurrentes. Pero ha pasado más de un mes y la pesadilla no se va, por lo que esta situación se ha vuelto insoportable.
*** Mis noches transcurren de la siguiente manera: al llegar la hora de dormir, el miedo me produce insomnio y sólo después de un largo tiempo, durante el cual giro y me retuerzo en la cama hasta la desesperación, puedo conciliar el sueño. En ese momento, casi de forma instantánea, comienzo a soñar que estoy sumergido en un lugar profundo y oscuro, como si estuviera en un abismo submarino donde todo se siente frio y nebuloso. Al principio no consigo ver con claridad y la desesperación hace que me talle los ojos con mucha fuerza, ignorando el dolor, y continúo así hasta que los siento sangrar. Extrañamente, es en ese momento cuando mi visión se empieza a aclarar, permitiéndome observar lo que hay a mi alrededor. Es de noche y está lloviznando. Hay una quietud y silencio que imperan de tal forma que me hace sentir escalofrío el sólo recordarlo; me encuentro en un terreno con surcos, como aquellos que se usan para sembrar la tierra; el lugar es enorme y no se observa ninguna casa o edificio en los alrededores. Al continuar observando, descubro que a unos pasos de mi hay una vereda, así que la alcanzo y empiezo a recorrerla. Pronto veo que sobre el mismo camino pero muy a lo lejos hay algunas personas que no se mueven y parecen estar conversando, por lo que trato de acelerar el paso para alcanzarlos. Sin embargo, ellos, como alertados por algo, comienzan a andar, alejándose de mí y dándome la sensación de que no quieren que los alcance; pero muy pronto me doy cuenta de que no es así, pues mientras se alejan me hacen señas con las manos y escucho sus gritos lejanos, con palabras que no logro descifrar sino hasta después de algunos segundos, cuando me percato de que están tratando de decirme que corra, me piden desesperadamente que los alcance. Tratan de advertirme que algo se acerca por detrás de mí. Es entonces cuando un terror indescriptible se apodera de mí al sentir que a mis espaldas alguien o algo se acerca velozmente. Comienzo a correr con todas mis fuerzas hacia las personas que me gritan y tengo tanto miedo que no me atrevo a voltear; para ese momento ya me he dado cuenta de que ellos son mis amigos o tal vez mi familia, y aunque sólo veo siluetas lejanas, puedo sentir su desesperación. A pesar de todos mis esfuerzos nunca puedo alcanzarlos, y ellos finalmente desaparecen entre los árboles que están en un horizonte infinitamente lejano. Estoy exhausto, me falta la respiración y ya no puedo correr más, y me doy cuenta de que mi perseguidor camina lentamente detrás de mí, como un depredador que sabe que tiene a la presa totalmente a su merced. Entonces lo escucho reír silenciosamente, burlándose de mí, y su enorme sombra me cubre por completo; aun así, no me atrevo a voltear para confrontarlo, sólo me detengo mirando al suelo. Finalmente se acerca a mí, me toma del brazo, y atrayéndome hacia él, susurra a mi oído: “ahora si te voy a matar…”
***
Quizás la pesadilla no suena tan terrible con mi burda narración, yo mismo me doy cuenta de eso  mientras estoy aquí sentado tranquilamente en mi estudio escribiendo estas palabras en una tarde soleada; sin embargo, la angustia que siento cuando estoy inmerso en la pesadilla es muy real.
Esto me motivó a investigar sobre la naturaleza de los sueños, con la esperanza de poder librarme de esta pesadilla que me atormenta, una vez que haya descifrado su significado. Presiento que hay un secreto detrás, y lo único que me motiva es terminar con el terror nocturno y poder descansar tranquilo. 
Durante mi investigación he encontrado un tratado que explica por qué tenemos la sensación de estar  experimentando algo real cuando estamos soñando; a menudo, los sueños nos llevan a experimentar situaciones completamente absurdas e inverosímiles desde una óptica racional, sin embargo, en ese momento el cerebro no sabe que está dormido, por lo que interpreta el sueño como la realidad verdadera. Así las cosas,  la mente reacciona de manera auténtica a los estímulos que recibe, llevándonos a experimentar emociones como alegría, tristeza, excitación y hasta el horror más profundo. También existe el fenómeno conocido como un sueño lúcido, en el cual somos consientes de que todo lo que sucede es obra de la imaginación, sin embargo, tal estado del sueño es poco común y normalmente de breve duración.
También aprendí que en los sueños se manifiestan cosas que normalmente se hallan ocultas en el subconsciente, por ejemplo, personas que hemos conocido, recuerdos de la infancia o incluso aquello que deseamos. Estas cuestiones tienden a presentarse en los sueños y su regularidad depende de la importancia que les damos o el tiempo que pensamos en ellas; por eso lo que más nos consterna u obsesiona tiende a repetirse. Esta es la primera pista clara que tengo para descifrar la pesadilla, saber que su significado proviene de algo importante para mí.
Todos tenemos nuestros secretos, y asimismo, hay varios pasajes de mi vida que recuerdo con amargura y otros más que prefiero no recordar, sin embargo, no me queda más remedio que meditar al respecto.
***
He estado analizando la pesadilla, como me lo había propuesto, pero mi mente divaga constantemente por el cansancio y me cuesta concentrarme. Creo que al escribir puedo ordenar más mis ideas por lo que continuaré a través de este diario.
Normalmente durante el día estoy tranquilo y aunque tengo pocas horas de descanso, he podido sobrellevar esta situación debido a que me acostumbré a dormir poco y trabajar mucho desde muy joven, cuando ingresé a la Universidad Estatal; mi familia no tenía los recursos suficientes que me permitieran mudarme a la cuidad, por lo que todos los días tenía que ir desde mi pueblo natal, Providencia, hasta la Universidad, haciendo aproximadamente dos horas de traslado. Aún así, puedo decir que fue una época dura pero gratificante, y me abrió las puertas hacia un mundo más grande; antes de graduarme me di cuenta de que mi forma de ver la vida había cambiado demasiado como para seguir viviendo en la simpleza de Providencia, por lo que poco tiempo después, cuando se me presentó la oportunidad de trabajar como docente, me mudé definitivamente a la cuidad, donde he permanecido durante diez años. Vivo solo y nunca me he casado, aunque sí tuve una relación formal, la cual lamentablemente se deterioró y ahora me queda poco que decir al respecto, baste mencionar que en su momento sentí un amor profundo el cual disminuyó poco a poco hasta extinguirse por completo. No obstante, me he sentido pleno con mi forma de vida, al menos hasta antes de que la pesadilla comenzara a atormentarme, por lo que no he vuelto a pensar en la posibilidad de formar una familia y en cambio me he enfocado de lleno en el trabajo. En fin, no hay mucho de qué quejarme desde que vine a vivir en la ciudad, la docencia ha sido mi vocación y he llevado una vida tranquila, por lo tanto, para acercarme al significado de la pesadilla debo remontarme a mis años de adolescencia, pues tengo la sensación de que tiene que ver con un hecho que sucedió en aquel entonces, cuando todavía vivía en Providencia.
***
Anoche tuve la pesadilla de nuevo, pero esta vez fue diferente, fue mucho más intensa y perturbadora. La lluvia e ra demasiado fuerte, era prácticamente una tormenta, y me costaba mucho trabajo distinguir a las personas que me gritaban a la distancia, sin embargo, cuando logré hacerlo me di cuenta de que eran dos niños que corrían en la lejanía para alcanzar una remota cabaña; además, en esta ocasión sí pude voltear a ver a mi perseguidor, y eso fue lo peor de todo. Su rostro tenía una expresión horrible, con una sonrisa retorcida y sin dientes; su piel estaba hinchada y de color gris, como la de un hombre ahogado, el sólo recordarlo me hiela la sangre. Me tomó del brazo pero no me alcanzó a decirme palabra alguna, pues desperté inmediatamente. Eran las cuatro de la mañana, yo estaba empapado en sudor y tenia los nervios completamente alterados, por lo que ya no pude volver a dormir y preferí levantarme a ver la televisión. Ahora ya no tengo duda de que la pesadilla tiene que ver con un suceso muy particular de mi juventud, uno en el que no había querido pensar desde hace muchos años.
***
Cuando tenía dieciséis años sucedió algo que me marcaria de por vida. En aquel entonces solía pasar casi todo mi tiempo libre con un par de amigos muy cercanos, y aún recuerdo con cariño esos momentos, aunque las cosas no terminaron del todo bien entre nosotros. Éramos como una pequeña pandilla, y nuestro líder era Junior, cuyo verdadero nombre era Julián. Mi otro amigo inseparable era Manuel, un muchacho regordete y de baja estatura que inspiraba mucha simpatía. Teníamos la misma edad y nos gustaba mucho andar vagabundeando juntos por las calles de Providencia. 
Providencia no es muy grande o conocido, sin embargo, conserva un aire propio de pueblo tradicional y sus costumbres de campo tienen un encanto especial que es difícil de describir, y para unos jovencitos en busca de emociones aún había mucho que descubrir en sus calles de tierra y sus casas rústicas de adobe. Entre otras cosas, en Providencia había un llano donde jugábamos futbol y donde también se había improvisado una cancha de basquetbol, también tenía un mercado al que íbamos a desayunar los fines de semana con la familia, y además, si nos sentíamos con espíritu aventurero, estaba el cerro conocido como “La Alzada”, el cual precisamente se erige a espaldas de Providencia. Sin embargo, el lugar que indudablemente era el centro cultural y social de Providencia era la iglesia de San Esteban, construida a las faldas de “La Alzada” y donde los habitantes se congregaban para acudir a misa y, sobretodo, para ponerse al día de todos los sucesos y noticias locales. Debo admitir que en ese entonces Junior, Manuel y yo ya no atendíamos la misa muy seguido y preferíamos escaparnos de ser posible, en parte por nuestra natural inclinación a buscar otro tipo de emociones, y en parte también porque el anciano Padre Hipólito, que en paz 
descanse, tenía un estilo inigualablemente aburrido de oficiar. Aún así, no podría negar el hecho de que todos en Providencia éramos fieles católicos; incluso recuerdo que cuando aún éramos niños Manuel fue monaguillo y siempre lo presumió con mucho orgullo. Como dije antes, al crecer un poco más nuestro interés en la espiritualidad decayó, y como en todo adolescente, comenzó a enfocarse en muchachas, parrandas y vagancia. Así que las tardes después del colegio, nos juntábamos los tres amigos para dedicarnos a pasear, reírnos a carcajadas y pensar en nuevas y atrevidas hazañas. Escribir estas palabras me hace sentir sumamente melancólico, rememorando en aquellos días en que la vida parecía ser tan simple, y sin embargo, estaba tan llena de misterios y posibilidades de encontrar algo nuevo y sorprendente cada día. He estado lejos de Providencia por tanto tiempo que es como si fuera otro mundo para mí, como si aquellos momentos fueran ya sólo una imagen borrosa de un lugar que ya no existe.
***
Mis dos amigos y yo nos encontrábamos disfrutando de las vacaciones de verano cuando en un fatídico día sucedió lo siguiente:
Después de hacer mis labores matutinas en casa y comer un abundante desayuno me reuní con Junior y Manuel. Fuimos a jugar basquetbol un rato, y nos quedamos en las canchas hasta que ya eran aproximadamente las cinco de la tarde. Junior propuso que fuéramos a dar una vuelta y así lo hicimos. Anduvimos sin dirección fija, pero casi por inercia, llegamos a un lugar a orillas del pueblo y cercano a La Alzada, donde ya sólo había unas cuantas casas diseminadas, árboles, pasto y hierbas. Nos instalamos en una cañada que en ese momento se encontraba seca, por lo que era un buen lugar para platicar tranquilos y muy a gusto.
Junior era nuestro líder porque siempre tenía las mejores ideas para pasarla bien y además era un chico rudo, por lo que estando con él nos hacíamos respetar entre los muchachos del pueblo. Ocasionalmente iba a trabajar con su papá en un horno para hacer tabiques y platicaba mucho con los otros trabajadores, la mayoría señores de edad y experiencia, quienes le contaban variopintas historias que luego él nos contaba a nosotros con una forma de narrar excepcionalmente buena, con descripciones vívidas y  detalles que ponía de su propia imaginación; si lo anterior lo sumamos a que las historias casi siempre eran de juergas, alcohol y mujeres, el tipo de cosas que encantan a los adolescentes, no es de extrañar que fuera uno de nuestros pasatiempos favoritos; incluso le decíamos a Junior que si entraba a estudiar al seminario, cuando fuera cura iba a dar las mejores misas de todos los tiempos. Ese día, sin embargo, la historia que Junior nos contaba era más bien de tinte sobrenatural, trataba sobre un arriero que decía haberse encontrado con el diablo, quien se le había aparecido a media noche en forma de chivo y lo había perseguido por la carretera para llevárselo directo al infierno. Sucedió que la historia se fue alargando bastante, entre risas y desvaríos, y  empezaba ya a oscurecer cuando Junior estaba llegando a la parte final de su relato, donde revelaba cómo el arriero había logrado escapar; sin embargo, en ese momento Manuel notó algo extraño, se quedó serio, e interrumpiendo a Junior, nos dijo:
-¿Pues a lo mejor te distrajiste no? -le preguntó Junior, evidentemente irritado por la interrupción.
-Pues a lo mejor, pero no creo -respondió Manuel, quien estaba sentado en una piedra que quedaba de frente a la entrada de una tienda de abarrotes que se encontraba a unos cuarenta metros de distancia.
-¿Y hace cuanto tiempo lo viste? –Le pregunté- ¿No será que sigue comprando?
-No creo, ya tiene como media hora -Afirmó Manuel, sin dudarlo. Parecía estar intuyendo que algo no andaba bien, y de pronto el ambiente se tornó silencioso y expectante -creo que ya hasta cerraron la tienda.
-Pero todavía abren si tocamos la puerta, es más, si quieren vamos a echar un ojo y sirve que compramos un refresco, que ya se me secó la boca de tanto hablar, y ahorita que regresemos termino con el cuento -Nos propuso Junior con tono despreocupado.
La entrada de la tienda miraba de frente hacia la cañada y le daba la espalda a las últimas tres o cuatro casas que había en el lugar y, como mencioné antes, no estaba muy lejos, pero como el camino era pedregoso y con un poco de pendiente, íbamos caminando con lentitud. Al llegar, Junior subió primero los escalones que daban a la puerta de madera que servía como entrada y justo cuando iba a tocar se detuvo y después de unos segundos nos dijo en voz baja –oigan, escuchen –y los tres guardamos silencio, avispando el oído. Se escuchaba algo así como un débil golpeteo. Junior se acercó más a la puerta y vio que sólo estaba entrecerrada, entonces volteó a vernos y con un gesto nos indicó que guardáramos silencio. Abrió la puerta lentamente y con cuidado de no hacer ruido. Entramos a la tienda caminando con la punta de los pies y casi sin respirar. Era un pequeño cuarto de aproximadamente cuatro metros de largo en cada pared; a los lados estaban los productos acomodados en estantes de madera y al fondo había un mostrador de fierro. Nos acercamos y nos quedamos quietos, escuchando; junto al golpeteo se oía ahora el sonido de una respiración. Detrás del mostrador había una entrada sin puerta y la cual sólo estaba cubierta por una lona colgada, como era usanza común en el pueblo. El ruido tenía que proceder de la habitación contigua. En ese momento ya teníamos un mal presintiendo y sin cruzar palabra entre nosotros nos pusimos de acuerdo en que debíamos entrar. Detrás de la lona había un angosto pasillo que llevaba a otra puerta, al fondo. Llegamos a la puerta y Junior, que iba adelante, tomó la perilla. En ese instante el ruido se detuvo. Junior se dio cuenta de eso y un segundo después abrió la puerta de golpe. Yo estaba junto a él y al mismo tiempo vimos una imagen que nunca podré borrar de mi mente. Recuerdo cada detalle de ese momento como si fuera una fotografía. Dentro de la habitación estaba Gregorio Moreno, el dueño de la tienda, junto a un niño de no más de diez años. Lo estaba violando.
***
Ese momento marcó mi vida para siempre. Recuerdo la expresión de Gregorio Moreno, sorprendido y quieto, mirándonos como si no supiera qué estaba pasando. Nosotros también estábamos inertes, pero en un instante voltee a ver de reojo a mis amigos; Manuel tenía un semblante de horror y las manos le temblaban, mientras que Junior y Gregorio se miraban fijamente. Yo también estaba asustado y no sabía qué hacer, cuando de pronto, Gregorio Moreno exclamó iracundo:
-¿¡Qué están haciendo aquí cabrones, quién les dio permiso de entrar!? -dijo al tiempo que se incorporaba rápidamente y se subía los pantalones, empujando al niño a un lado.
Junior fue quien respondió, con voz vacilante -¿Qué le estabas haciendo?
Gregorio Moreno recorrió con la mirada nuestros rostros y respondió, con más calma en su voz pero aún más amenazante -Ustedes no van a decir nada de esto, porque si no me los voy a chingar también ¿entienden cabrones? –y dio un paso hacia nosotros. Junior y Manuel hicieron un ligero movimiento en retroceso, desconcertados. Yo miré al niño, estaba tirado en un catre, inmóvil. No podía ver su rostro pero pude darme cuenta de que estaba llorando y algo se accionó dentro de mí. Sentí rabia como nunca antes y una ira que me impulsó incontrolablemente.
-La vas a pagar maldito… -murmuré y di un paso hacia él- ¡la vas a pagar! -grité y me arrojé contra él.
Seguramente lo sorprendió mi embiste, ya que no pudo detenerme y ambos caímos pesadamente sobre el piso de tierra, yo encima de él. En ese momento se enreda un poco mi memoria pues lo que sucedió fue muy rápido y confuso. Recuerdo que forcejeábamos, y pronto sentí que él estaba empezando a reponerse. Era un tipo alto y delgado, de aproximadamente cincuenta años, aunque aparentaba menos edad. Sujetó mis manos y buscaba algo para defenderse, mientras profería insultos y obscenidades. Pude liberarme de su agarre y traté de asestarle un golpe, pero súbitamente fui yo quien recibió un fuerte puñetazo en el rostro, el cual que me dejó aturdido. Me costó trabajo reponerme pero parece ser que mis amigos se unieron rápidamente a la pelea, porque la siguiente imagen que retengo con claridad es la de Gregorio Moreno tirado en el piso, inmóvil y en posición fetal.
La cabeza me daba vueltas por el golpe recibido y me di cuenta de que Junior estaba pasmado y Manuel ya no estaba en la habitación, así que le dije a Junior que vigilara a Gregorio Moreno y, sin esperar su respuesta, salí corriendo de la tienda, tambaleante pero con la firme intensión de buscar a mi papá. No obstante, sólo había recorrido un par de calles cuando a lo lejos vi que venían en mi dirección Manuel junto con mi papá. Me incorporé a ellos y regresamos a la tienda. Cuando llegamos Junior y el niño estaban sentados juntos en el catre. El niño lloraba silenciosamente, y en ese momento lo reconocí porque vivíamos en la misma calle, se llamaba Miguel, igual que su padre. Gregorio Moreno seguía en el suelo y yo expliqué a mi papá lo mejor que pude lo que había pasado. Después de reflexionar unos segundos, le pidió a Manuel que fuera a buscar al padre de Miguel, y a Junior y a mí que esperáramos afuera de la tienda, y así lo hicimos.
En pocos minutos regresó Manuel corriendo junto con el padre de Miguel y éste entró de inmediato a la tienda, mientras que Manuel se quedó con nosotros. Estuvimos esperándolos como media hora, hasta que salió mi papá y nos preguntó quién le había hecho eso a Gregorio Moreno. Junior respondió que había sido él. Entonces nos dijo que nos fuéramos cada quien a su casa y que él se encargaría del asunto. Asimismo, nos hizo prometer que no le contaríamos a nadie lo que había pasado. De camino a casa no cruzamos palabra entre nosotros y nos despedimos sin siquiera mirarnos. Al llegar me metí en mi habitación y me quedé en mi cama hasta quedarme dormido.
Al día siguiente me acerqué a mi papá y le pregunté que habían hecho con Gregorio Moreno; me dijo que ya se habían encargado de él y que no lo volveríamos a ver en Providencia, y por lo tanto debía olvidarme  del asunto. Pero eso ya no era posible.
Durante muchos años he tratado de enterrar ese traumático momento de mi vida y mi papá nunca me reveló lo que habían hecho con Gregorio Moreno, pero estoy seguro de que no lo mataron porque sé que mi papá jamás habría cometido un homicidio a sangre fría y tampoco creo que le hubiera permitido al padre de Miguel hacerlo. Sólo sé que nunca más volví a verlo, pero ahora me doy cuenta de que ese es el único cabo suelto hay en todo este asunto. Debo descubrir que pasó con Gregorio Moreno, porque el rostro que vi en la pesadilla era el suyo.

Continuará…