lunes, 4 de mayo de 2015

LA PESADILLA (parte 1)

Por José Steven

No he podido descansar por las noches durante las últimas semanas. La causa de mi desdicha es una horrible pesadilla que se presenta a diario.
Normalmente durante el día me siento bien, quizás un poco cansado, pero cuando anochece comienzo a ponerme nervioso, y es porque tengo miedo de ir a dormir. Primero tengo insomnio, seguido por un breve descanso el cual de inmediato se torna delirante. La primera vez que tuve la pesadilla sentí un pavor escalofriante, pero no me preocupé mucho pues pensé que simplemente se trataba de un mal sueño y casi nunca en mi vida he tenido sueños recurrentes. Pero ha pasado más de un mes y la pesadilla no se va, por lo que esta situación se ha vuelto insoportable.
*** Mis noches transcurren de la siguiente manera: al llegar la hora de dormir, el miedo me produce insomnio y sólo después de un largo tiempo, durante el cual giro y me retuerzo en la cama hasta la desesperación, puedo conciliar el sueño. En ese momento, casi de forma instantánea, comienzo a soñar que estoy sumergido en un lugar profundo y oscuro, como si estuviera en un abismo submarino donde todo se siente frio y nebuloso. Al principio no consigo ver con claridad y la desesperación hace que me talle los ojos con mucha fuerza, ignorando el dolor, y continúo así hasta que los siento sangrar. Extrañamente, es en ese momento cuando mi visión se empieza a aclarar, permitiéndome observar lo que hay a mi alrededor. Es de noche y está lloviznando. Hay una quietud y silencio que imperan de tal forma que me hace sentir escalofrío el sólo recordarlo; me encuentro en un terreno con surcos, como aquellos que se usan para sembrar la tierra; el lugar es enorme y no se observa ninguna casa o edificio en los alrededores. Al continuar observando, descubro que a unos pasos de mi hay una vereda, así que la alcanzo y empiezo a recorrerla. Pronto veo que sobre el mismo camino pero muy a lo lejos hay algunas personas que no se mueven y parecen estar conversando, por lo que trato de acelerar el paso para alcanzarlos. Sin embargo, ellos, como alertados por algo, comienzan a andar, alejándose de mí y dándome la sensación de que no quieren que los alcance; pero muy pronto me doy cuenta de que no es así, pues mientras se alejan me hacen señas con las manos y escucho sus gritos lejanos, con palabras que no logro descifrar sino hasta después de algunos segundos, cuando me percato de que están tratando de decirme que corra, me piden desesperadamente que los alcance. Tratan de advertirme que algo se acerca por detrás de mí. Es entonces cuando un terror indescriptible se apodera de mí al sentir que a mis espaldas alguien o algo se acerca velozmente. Comienzo a correr con todas mis fuerzas hacia las personas que me gritan y tengo tanto miedo que no me atrevo a voltear; para ese momento ya me he dado cuenta de que ellos son mis amigos o tal vez mi familia, y aunque sólo veo siluetas lejanas, puedo sentir su desesperación. A pesar de todos mis esfuerzos nunca puedo alcanzarlos, y ellos finalmente desaparecen entre los árboles que están en un horizonte infinitamente lejano. Estoy exhausto, me falta la respiración y ya no puedo correr más, y me doy cuenta de que mi perseguidor camina lentamente detrás de mí, como un depredador que sabe que tiene a la presa totalmente a su merced. Entonces lo escucho reír silenciosamente, burlándose de mí, y su enorme sombra me cubre por completo; aun así, no me atrevo a voltear para confrontarlo, sólo me detengo mirando al suelo. Finalmente se acerca a mí, me toma del brazo, y atrayéndome hacia él, susurra a mi oído: “ahora si te voy a matar…”
***
Quizás la pesadilla no suena tan terrible con mi burda narración, yo mismo me doy cuenta de eso  mientras estoy aquí sentado tranquilamente en mi estudio escribiendo estas palabras en una tarde soleada; sin embargo, la angustia que siento cuando estoy inmerso en la pesadilla es muy real.
Esto me motivó a investigar sobre la naturaleza de los sueños, con la esperanza de poder librarme de esta pesadilla que me atormenta, una vez que haya descifrado su significado. Presiento que hay un secreto detrás, y lo único que me motiva es terminar con el terror nocturno y poder descansar tranquilo. 
Durante mi investigación he encontrado un tratado que explica por qué tenemos la sensación de estar  experimentando algo real cuando estamos soñando; a menudo, los sueños nos llevan a experimentar situaciones completamente absurdas e inverosímiles desde una óptica racional, sin embargo, en ese momento el cerebro no sabe que está dormido, por lo que interpreta el sueño como la realidad verdadera. Así las cosas,  la mente reacciona de manera auténtica a los estímulos que recibe, llevándonos a experimentar emociones como alegría, tristeza, excitación y hasta el horror más profundo. También existe el fenómeno conocido como un sueño lúcido, en el cual somos consientes de que todo lo que sucede es obra de la imaginación, sin embargo, tal estado del sueño es poco común y normalmente de breve duración.
También aprendí que en los sueños se manifiestan cosas que normalmente se hallan ocultas en el subconsciente, por ejemplo, personas que hemos conocido, recuerdos de la infancia o incluso aquello que deseamos. Estas cuestiones tienden a presentarse en los sueños y su regularidad depende de la importancia que les damos o el tiempo que pensamos en ellas; por eso lo que más nos consterna u obsesiona tiende a repetirse. Esta es la primera pista clara que tengo para descifrar la pesadilla, saber que su significado proviene de algo importante para mí.
Todos tenemos nuestros secretos, y asimismo, hay varios pasajes de mi vida que recuerdo con amargura y otros más que prefiero no recordar, sin embargo, no me queda más remedio que meditar al respecto.
***
He estado analizando la pesadilla, como me lo había propuesto, pero mi mente divaga constantemente por el cansancio y me cuesta concentrarme. Creo que al escribir puedo ordenar más mis ideas por lo que continuaré a través de este diario.
Normalmente durante el día estoy tranquilo y aunque tengo pocas horas de descanso, he podido sobrellevar esta situación debido a que me acostumbré a dormir poco y trabajar mucho desde muy joven, cuando ingresé a la Universidad Estatal; mi familia no tenía los recursos suficientes que me permitieran mudarme a la cuidad, por lo que todos los días tenía que ir desde mi pueblo natal, Providencia, hasta la Universidad, haciendo aproximadamente dos horas de traslado. Aún así, puedo decir que fue una época dura pero gratificante, y me abrió las puertas hacia un mundo más grande; antes de graduarme me di cuenta de que mi forma de ver la vida había cambiado demasiado como para seguir viviendo en la simpleza de Providencia, por lo que poco tiempo después, cuando se me presentó la oportunidad de trabajar como docente, me mudé definitivamente a la cuidad, donde he permanecido durante diez años. Vivo solo y nunca me he casado, aunque sí tuve una relación formal, la cual lamentablemente se deterioró y ahora me queda poco que decir al respecto, baste mencionar que en su momento sentí un amor profundo el cual disminuyó poco a poco hasta extinguirse por completo. No obstante, me he sentido pleno con mi forma de vida, al menos hasta antes de que la pesadilla comenzara a atormentarme, por lo que no he vuelto a pensar en la posibilidad de formar una familia y en cambio me he enfocado de lleno en el trabajo. En fin, no hay mucho de qué quejarme desde que vine a vivir en la ciudad, la docencia ha sido mi vocación y he llevado una vida tranquila, por lo tanto, para acercarme al significado de la pesadilla debo remontarme a mis años de adolescencia, pues tengo la sensación de que tiene que ver con un hecho que sucedió en aquel entonces, cuando todavía vivía en Providencia.
***
Anoche tuve la pesadilla de nuevo, pero esta vez fue diferente, fue mucho más intensa y perturbadora. La lluvia e ra demasiado fuerte, era prácticamente una tormenta, y me costaba mucho trabajo distinguir a las personas que me gritaban a la distancia, sin embargo, cuando logré hacerlo me di cuenta de que eran dos niños que corrían en la lejanía para alcanzar una remota cabaña; además, en esta ocasión sí pude voltear a ver a mi perseguidor, y eso fue lo peor de todo. Su rostro tenía una expresión horrible, con una sonrisa retorcida y sin dientes; su piel estaba hinchada y de color gris, como la de un hombre ahogado, el sólo recordarlo me hiela la sangre. Me tomó del brazo pero no me alcanzó a decirme palabra alguna, pues desperté inmediatamente. Eran las cuatro de la mañana, yo estaba empapado en sudor y tenia los nervios completamente alterados, por lo que ya no pude volver a dormir y preferí levantarme a ver la televisión. Ahora ya no tengo duda de que la pesadilla tiene que ver con un suceso muy particular de mi juventud, uno en el que no había querido pensar desde hace muchos años.
***
Cuando tenía dieciséis años sucedió algo que me marcaria de por vida. En aquel entonces solía pasar casi todo mi tiempo libre con un par de amigos muy cercanos, y aún recuerdo con cariño esos momentos, aunque las cosas no terminaron del todo bien entre nosotros. Éramos como una pequeña pandilla, y nuestro líder era Junior, cuyo verdadero nombre era Julián. Mi otro amigo inseparable era Manuel, un muchacho regordete y de baja estatura que inspiraba mucha simpatía. Teníamos la misma edad y nos gustaba mucho andar vagabundeando juntos por las calles de Providencia. 
Providencia no es muy grande o conocido, sin embargo, conserva un aire propio de pueblo tradicional y sus costumbres de campo tienen un encanto especial que es difícil de describir, y para unos jovencitos en busca de emociones aún había mucho que descubrir en sus calles de tierra y sus casas rústicas de adobe. Entre otras cosas, en Providencia había un llano donde jugábamos futbol y donde también se había improvisado una cancha de basquetbol, también tenía un mercado al que íbamos a desayunar los fines de semana con la familia, y además, si nos sentíamos con espíritu aventurero, estaba el cerro conocido como “La Alzada”, el cual precisamente se erige a espaldas de Providencia. Sin embargo, el lugar que indudablemente era el centro cultural y social de Providencia era la iglesia de San Esteban, construida a las faldas de “La Alzada” y donde los habitantes se congregaban para acudir a misa y, sobretodo, para ponerse al día de todos los sucesos y noticias locales. Debo admitir que en ese entonces Junior, Manuel y yo ya no atendíamos la misa muy seguido y preferíamos escaparnos de ser posible, en parte por nuestra natural inclinación a buscar otro tipo de emociones, y en parte también porque el anciano Padre Hipólito, que en paz 
descanse, tenía un estilo inigualablemente aburrido de oficiar. Aún así, no podría negar el hecho de que todos en Providencia éramos fieles católicos; incluso recuerdo que cuando aún éramos niños Manuel fue monaguillo y siempre lo presumió con mucho orgullo. Como dije antes, al crecer un poco más nuestro interés en la espiritualidad decayó, y como en todo adolescente, comenzó a enfocarse en muchachas, parrandas y vagancia. Así que las tardes después del colegio, nos juntábamos los tres amigos para dedicarnos a pasear, reírnos a carcajadas y pensar en nuevas y atrevidas hazañas. Escribir estas palabras me hace sentir sumamente melancólico, rememorando en aquellos días en que la vida parecía ser tan simple, y sin embargo, estaba tan llena de misterios y posibilidades de encontrar algo nuevo y sorprendente cada día. He estado lejos de Providencia por tanto tiempo que es como si fuera otro mundo para mí, como si aquellos momentos fueran ya sólo una imagen borrosa de un lugar que ya no existe.
***
Mis dos amigos y yo nos encontrábamos disfrutando de las vacaciones de verano cuando en un fatídico día sucedió lo siguiente:
Después de hacer mis labores matutinas en casa y comer un abundante desayuno me reuní con Junior y Manuel. Fuimos a jugar basquetbol un rato, y nos quedamos en las canchas hasta que ya eran aproximadamente las cinco de la tarde. Junior propuso que fuéramos a dar una vuelta y así lo hicimos. Anduvimos sin dirección fija, pero casi por inercia, llegamos a un lugar a orillas del pueblo y cercano a La Alzada, donde ya sólo había unas cuantas casas diseminadas, árboles, pasto y hierbas. Nos instalamos en una cañada que en ese momento se encontraba seca, por lo que era un buen lugar para platicar tranquilos y muy a gusto.
Junior era nuestro líder porque siempre tenía las mejores ideas para pasarla bien y además era un chico rudo, por lo que estando con él nos hacíamos respetar entre los muchachos del pueblo. Ocasionalmente iba a trabajar con su papá en un horno para hacer tabiques y platicaba mucho con los otros trabajadores, la mayoría señores de edad y experiencia, quienes le contaban variopintas historias que luego él nos contaba a nosotros con una forma de narrar excepcionalmente buena, con descripciones vívidas y  detalles que ponía de su propia imaginación; si lo anterior lo sumamos a que las historias casi siempre eran de juergas, alcohol y mujeres, el tipo de cosas que encantan a los adolescentes, no es de extrañar que fuera uno de nuestros pasatiempos favoritos; incluso le decíamos a Junior que si entraba a estudiar al seminario, cuando fuera cura iba a dar las mejores misas de todos los tiempos. Ese día, sin embargo, la historia que Junior nos contaba era más bien de tinte sobrenatural, trataba sobre un arriero que decía haberse encontrado con el diablo, quien se le había aparecido a media noche en forma de chivo y lo había perseguido por la carretera para llevárselo directo al infierno. Sucedió que la historia se fue alargando bastante, entre risas y desvaríos, y  empezaba ya a oscurecer cuando Junior estaba llegando a la parte final de su relato, donde revelaba cómo el arriero había logrado escapar; sin embargo, en ese momento Manuel notó algo extraño, se quedó serio, e interrumpiendo a Junior, nos dijo:
-¿Pues a lo mejor te distrajiste no? -le preguntó Junior, evidentemente irritado por la interrupción.
-Pues a lo mejor, pero no creo -respondió Manuel, quien estaba sentado en una piedra que quedaba de frente a la entrada de una tienda de abarrotes que se encontraba a unos cuarenta metros de distancia.
-¿Y hace cuanto tiempo lo viste? –Le pregunté- ¿No será que sigue comprando?
-No creo, ya tiene como media hora -Afirmó Manuel, sin dudarlo. Parecía estar intuyendo que algo no andaba bien, y de pronto el ambiente se tornó silencioso y expectante -creo que ya hasta cerraron la tienda.
-Pero todavía abren si tocamos la puerta, es más, si quieren vamos a echar un ojo y sirve que compramos un refresco, que ya se me secó la boca de tanto hablar, y ahorita que regresemos termino con el cuento -Nos propuso Junior con tono despreocupado.
La entrada de la tienda miraba de frente hacia la cañada y le daba la espalda a las últimas tres o cuatro casas que había en el lugar y, como mencioné antes, no estaba muy lejos, pero como el camino era pedregoso y con un poco de pendiente, íbamos caminando con lentitud. Al llegar, Junior subió primero los escalones que daban a la puerta de madera que servía como entrada y justo cuando iba a tocar se detuvo y después de unos segundos nos dijo en voz baja –oigan, escuchen –y los tres guardamos silencio, avispando el oído. Se escuchaba algo así como un débil golpeteo. Junior se acercó más a la puerta y vio que sólo estaba entrecerrada, entonces volteó a vernos y con un gesto nos indicó que guardáramos silencio. Abrió la puerta lentamente y con cuidado de no hacer ruido. Entramos a la tienda caminando con la punta de los pies y casi sin respirar. Era un pequeño cuarto de aproximadamente cuatro metros de largo en cada pared; a los lados estaban los productos acomodados en estantes de madera y al fondo había un mostrador de fierro. Nos acercamos y nos quedamos quietos, escuchando; junto al golpeteo se oía ahora el sonido de una respiración. Detrás del mostrador había una entrada sin puerta y la cual sólo estaba cubierta por una lona colgada, como era usanza común en el pueblo. El ruido tenía que proceder de la habitación contigua. En ese momento ya teníamos un mal presintiendo y sin cruzar palabra entre nosotros nos pusimos de acuerdo en que debíamos entrar. Detrás de la lona había un angosto pasillo que llevaba a otra puerta, al fondo. Llegamos a la puerta y Junior, que iba adelante, tomó la perilla. En ese instante el ruido se detuvo. Junior se dio cuenta de eso y un segundo después abrió la puerta de golpe. Yo estaba junto a él y al mismo tiempo vimos una imagen que nunca podré borrar de mi mente. Recuerdo cada detalle de ese momento como si fuera una fotografía. Dentro de la habitación estaba Gregorio Moreno, el dueño de la tienda, junto a un niño de no más de diez años. Lo estaba violando.
***
Ese momento marcó mi vida para siempre. Recuerdo la expresión de Gregorio Moreno, sorprendido y quieto, mirándonos como si no supiera qué estaba pasando. Nosotros también estábamos inertes, pero en un instante voltee a ver de reojo a mis amigos; Manuel tenía un semblante de horror y las manos le temblaban, mientras que Junior y Gregorio se miraban fijamente. Yo también estaba asustado y no sabía qué hacer, cuando de pronto, Gregorio Moreno exclamó iracundo:
-¿¡Qué están haciendo aquí cabrones, quién les dio permiso de entrar!? -dijo al tiempo que se incorporaba rápidamente y se subía los pantalones, empujando al niño a un lado.
Junior fue quien respondió, con voz vacilante -¿Qué le estabas haciendo?
Gregorio Moreno recorrió con la mirada nuestros rostros y respondió, con más calma en su voz pero aún más amenazante -Ustedes no van a decir nada de esto, porque si no me los voy a chingar también ¿entienden cabrones? –y dio un paso hacia nosotros. Junior y Manuel hicieron un ligero movimiento en retroceso, desconcertados. Yo miré al niño, estaba tirado en un catre, inmóvil. No podía ver su rostro pero pude darme cuenta de que estaba llorando y algo se accionó dentro de mí. Sentí rabia como nunca antes y una ira que me impulsó incontrolablemente.
-La vas a pagar maldito… -murmuré y di un paso hacia él- ¡la vas a pagar! -grité y me arrojé contra él.
Seguramente lo sorprendió mi embiste, ya que no pudo detenerme y ambos caímos pesadamente sobre el piso de tierra, yo encima de él. En ese momento se enreda un poco mi memoria pues lo que sucedió fue muy rápido y confuso. Recuerdo que forcejeábamos, y pronto sentí que él estaba empezando a reponerse. Era un tipo alto y delgado, de aproximadamente cincuenta años, aunque aparentaba menos edad. Sujetó mis manos y buscaba algo para defenderse, mientras profería insultos y obscenidades. Pude liberarme de su agarre y traté de asestarle un golpe, pero súbitamente fui yo quien recibió un fuerte puñetazo en el rostro, el cual que me dejó aturdido. Me costó trabajo reponerme pero parece ser que mis amigos se unieron rápidamente a la pelea, porque la siguiente imagen que retengo con claridad es la de Gregorio Moreno tirado en el piso, inmóvil y en posición fetal.
La cabeza me daba vueltas por el golpe recibido y me di cuenta de que Junior estaba pasmado y Manuel ya no estaba en la habitación, así que le dije a Junior que vigilara a Gregorio Moreno y, sin esperar su respuesta, salí corriendo de la tienda, tambaleante pero con la firme intensión de buscar a mi papá. No obstante, sólo había recorrido un par de calles cuando a lo lejos vi que venían en mi dirección Manuel junto con mi papá. Me incorporé a ellos y regresamos a la tienda. Cuando llegamos Junior y el niño estaban sentados juntos en el catre. El niño lloraba silenciosamente, y en ese momento lo reconocí porque vivíamos en la misma calle, se llamaba Miguel, igual que su padre. Gregorio Moreno seguía en el suelo y yo expliqué a mi papá lo mejor que pude lo que había pasado. Después de reflexionar unos segundos, le pidió a Manuel que fuera a buscar al padre de Miguel, y a Junior y a mí que esperáramos afuera de la tienda, y así lo hicimos.
En pocos minutos regresó Manuel corriendo junto con el padre de Miguel y éste entró de inmediato a la tienda, mientras que Manuel se quedó con nosotros. Estuvimos esperándolos como media hora, hasta que salió mi papá y nos preguntó quién le había hecho eso a Gregorio Moreno. Junior respondió que había sido él. Entonces nos dijo que nos fuéramos cada quien a su casa y que él se encargaría del asunto. Asimismo, nos hizo prometer que no le contaríamos a nadie lo que había pasado. De camino a casa no cruzamos palabra entre nosotros y nos despedimos sin siquiera mirarnos. Al llegar me metí en mi habitación y me quedé en mi cama hasta quedarme dormido.
Al día siguiente me acerqué a mi papá y le pregunté que habían hecho con Gregorio Moreno; me dijo que ya se habían encargado de él y que no lo volveríamos a ver en Providencia, y por lo tanto debía olvidarme  del asunto. Pero eso ya no era posible.
Durante muchos años he tratado de enterrar ese traumático momento de mi vida y mi papá nunca me reveló lo que habían hecho con Gregorio Moreno, pero estoy seguro de que no lo mataron porque sé que mi papá jamás habría cometido un homicidio a sangre fría y tampoco creo que le hubiera permitido al padre de Miguel hacerlo. Sólo sé que nunca más volví a verlo, pero ahora me doy cuenta de que ese es el único cabo suelto hay en todo este asunto. Debo descubrir que pasó con Gregorio Moreno, porque el rostro que vi en la pesadilla era el suyo.

Continuará…




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