Por José Steven
No
he podido descansar por las noches durante las últimas semanas. La causa de mi
desdicha es una horrible pesadilla que se presenta a diario.
Normalmente
durante el día me siento bien, quizás un poco cansado, pero cuando anochece
comienzo a ponerme nervioso, y es porque tengo miedo de ir a dormir. Primero
tengo insomnio, seguido por un breve descanso el cual de inmediato se torna
delirante. La primera vez que tuve la pesadilla sentí un pavor escalofriante,
pero no me preocupé mucho pues pensé que simplemente se trataba de un mal sueño
y casi nunca en mi vida he tenido sueños recurrentes. Pero ha pasado más de un
mes y la pesadilla no se va, por lo que esta situación se ha vuelto insoportable.
***
Quizás
la pesadilla no suena tan terrible con mi burda narración, yo mismo me doy
cuenta de eso mientras estoy aquí sentado
tranquilamente en mi estudio escribiendo estas palabras en una tarde soleada;
sin embargo, la angustia que siento cuando estoy inmerso en la pesadilla es muy
real.
Esto
me motivó a investigar sobre la naturaleza de los sueños, con la esperanza de
poder librarme de esta pesadilla que me atormenta, una vez que haya descifrado
su significado. Presiento que hay un secreto detrás, y lo único que me motiva
es terminar con el terror nocturno y poder descansar tranquilo.
Durante mi investigación he encontrado un tratado que explica por qué
tenemos la sensación de estar
experimentando algo real cuando estamos soñando; a menudo, los sueños
nos llevan a experimentar situaciones completamente absurdas e inverosímiles
desde una óptica racional, sin embargo, en ese momento el cerebro no sabe que está
dormido, por lo que interpreta el sueño como la realidad verdadera. Así las
cosas, la mente reacciona de manera auténtica
a los estímulos que recibe, llevándonos a experimentar emociones como alegría,
tristeza, excitación y hasta el horror más profundo. También existe el fenómeno
conocido como un sueño lúcido, en el cual somos consientes de que todo lo que
sucede es obra de la imaginación, sin embargo, tal estado del sueño es poco
común y normalmente de breve duración.
También
aprendí que en los sueños se manifiestan cosas que normalmente se hallan
ocultas en el subconsciente, por ejemplo, personas que hemos conocido,
recuerdos de la infancia o incluso aquello que deseamos. Estas cuestiones tienden
a presentarse en los sueños y su regularidad depende de la importancia que les
damos o el tiempo que pensamos en ellas; por eso lo que más nos consterna u obsesiona
tiende a repetirse. Esta es la primera pista clara que tengo para descifrar la
pesadilla, saber que su significado proviene de algo importante para mí.
Todos
tenemos nuestros secretos, y asimismo, hay varios pasajes de mi vida que
recuerdo con amargura y otros más que prefiero no recordar, sin embargo, no me
queda más remedio que meditar al respecto.
***
He
estado analizando la pesadilla, como me lo había propuesto, pero mi mente
divaga constantemente por el cansancio y me cuesta concentrarme. Creo que al
escribir puedo ordenar más mis ideas por lo que continuaré a través de este
diario.
Normalmente
durante el día estoy tranquilo y aunque tengo pocas horas de descanso, he
podido sobrellevar esta situación debido a que me acostumbré a dormir poco y
trabajar mucho desde muy joven, cuando ingresé a la Universidad Estatal; mi
familia no tenía los recursos suficientes que me permitieran mudarme a la
cuidad, por lo que todos los días tenía que ir desde mi pueblo natal,
Providencia, hasta la Universidad, haciendo aproximadamente dos horas de
traslado. Aún así, puedo decir que fue una época dura pero gratificante, y me
abrió las puertas hacia un mundo más grande; antes de graduarme me di cuenta de
que mi forma de ver la vida había cambiado demasiado como para seguir viviendo
en la simpleza de Providencia, por lo que poco tiempo después, cuando se me
presentó la oportunidad de trabajar como docente, me mudé definitivamente a la
cuidad, donde he permanecido durante diez años. Vivo solo y nunca me he casado,
aunque sí tuve una relación formal, la cual lamentablemente se deterioró y
ahora me queda poco que decir al respecto, baste mencionar que en su momento
sentí un amor profundo el cual disminuyó poco a poco hasta extinguirse por
completo. No obstante, me he sentido pleno con mi forma de vida, al menos hasta
antes de que la pesadilla comenzara a atormentarme, por lo que no he vuelto a
pensar en la posibilidad de formar una familia y en cambio me he enfocado de lleno
en el trabajo. En fin, no hay mucho de qué quejarme desde que vine a vivir en la
ciudad, la docencia ha sido mi vocación y he llevado una vida tranquila, por lo
tanto, para acercarme al significado de la pesadilla debo remontarme a mis años
de adolescencia, pues tengo la sensación de que tiene que ver con un hecho que
sucedió en aquel entonces, cuando todavía vivía en Providencia.
***
Anoche
tuve la pesadilla de nuevo, pero esta vez fue diferente, fue mucho más intensa
y perturbadora. La lluvia e
ra
demasiado fuerte, era prácticamente una tormenta, y me costaba mucho trabajo
distinguir a las personas que me gritaban a la distancia, sin embargo, cuando
logré hacerlo me di cuenta de que eran dos niños que corrían en la lejanía para
alcanzar una remota cabaña; además, en esta ocasión sí pude voltear a ver a mi
perseguidor, y eso fue lo peor de todo. Su rostro tenía una expresión horrible,
con una sonrisa retorcida y sin dientes; su piel estaba hinchada y de color
gris, como la de un hombre ahogado, el sólo recordarlo me hiela la sangre. Me
tomó del brazo pero no me alcanzó a decirme palabra alguna, pues desperté
inmediatamente. Eran las cuatro de la mañana, yo estaba empapado en sudor y
tenia los nervios completamente alterados, por lo que ya no pude volver a
dormir y preferí levantarme a ver la televisión. Ahora ya no tengo duda de que la
pesadilla tiene que ver con un suceso muy particular de mi juventud, uno en el
que no había querido pensar desde hace muchos años.
***
Cuando
tenía dieciséis años sucedió algo que me marcaria de por vida. En aquel
entonces solía pasar casi todo mi tiempo libre con un par de amigos muy
cercanos, y aún recuerdo con cariño esos momentos, aunque las cosas no
terminaron del todo bien entre nosotros. Éramos como una pequeña pandilla, y
nuestro líder era Junior, cuyo verdadero nombre era Julián. Mi otro amigo
inseparable era Manuel, un muchacho regordete y de baja estatura que inspiraba
mucha simpatía. Teníamos la misma edad y nos gustaba mucho andar vagabundeando
juntos por las calles de Providencia.
Providencia no es muy grande o conocido, sin embargo, conserva un aire
propio de pueblo tradicional y sus costumbres de campo tienen un encanto
especial que es difícil de describir, y para unos jovencitos en busca de
emociones aún había mucho que descubrir en sus calles de tierra y sus casas rústicas
de adobe. Entre otras cosas, en Providencia había un llano donde jugábamos
futbol y donde también se había improvisado una cancha de basquetbol, también tenía
un mercado al que íbamos a desayunar los fines de semana con la familia, y
además, si nos sentíamos con espíritu aventurero, estaba el cerro conocido como
“La Alzada”, el cual precisamente se erige a espaldas de Providencia. Sin
embargo, el lugar que indudablemente era el centro cultural y social de
Providencia era la iglesia de San Esteban, construida a las faldas de “La Alzada”
y donde los habitantes se congregaban para acudir a misa y, sobretodo, para
ponerse al día de todos los sucesos y noticias locales. Debo admitir que en ese
entonces Junior, Manuel y yo ya no atendíamos la misa muy seguido y preferíamos
escaparnos de ser posible, en parte por nuestra natural inclinación
a buscar otro tipo de emociones, y en parte también porque el anciano Padre
Hipólito, que en paz
***
Mis
dos amigos y yo nos encontrábamos disfrutando de las vacaciones de verano
cuando en un fatídico día sucedió lo siguiente:
Después
de hacer mis labores matutinas en casa y comer un abundante desayuno me reuní
con Junior y Manuel. Fuimos a jugar basquetbol un rato, y nos quedamos en las
canchas hasta que ya eran aproximadamente las cinco de la tarde. Junior propuso
que fuéramos a dar una vuelta y así lo hicimos. Anduvimos sin dirección fija,
pero casi por inercia, llegamos a un lugar a orillas del pueblo y cercano a La
Alzada, donde ya sólo había unas cuantas casas diseminadas, árboles, pasto y hierbas.
Nos instalamos en una cañada que en ese momento se encontraba seca, por lo que
era un buen lugar para platicar tranquilos y muy a gusto.
Junior
era nuestro líder porque siempre tenía las mejores ideas para pasarla bien y además
era un chico rudo, por lo que estando con él nos hacíamos respetar entre los
muchachos del pueblo. Ocasionalmente iba a trabajar con su papá en un horno
para hacer tabiques y platicaba mucho con los otros trabajadores, la mayoría señores
de edad y experiencia, quienes le contaban variopintas historias que luego él
nos contaba a nosotros con una forma de narrar excepcionalmente buena, con
descripciones vívidas y detalles que
ponía de su propia imaginación; si lo anterior lo sumamos a que las historias
casi siempre eran de juergas, alcohol y mujeres, el tipo de cosas que encantan
a los adolescentes, no es de extrañar que fuera uno de nuestros pasatiempos
favoritos; incluso le decíamos a Junior que si entraba a estudiar al seminario,
cuando fuera cura iba a dar las mejores misas de todos los tiempos. Ese día, sin
embargo, la historia que Junior nos contaba era más bien de tinte sobrenatural,
trataba sobre un arriero que decía haberse encontrado con el diablo, quien se
le había aparecido a media noche en forma de chivo y lo había perseguido por la
carretera para llevárselo directo al infierno. Sucedió que la historia se fue
alargando bastante, entre risas y desvaríos, y
empezaba ya a oscurecer cuando Junior estaba llegando a la parte final
de su relato, donde revelaba cómo el arriero había logrado escapar; sin
embargo, en ese momento Manuel notó algo extraño, se quedó serio, e
interrumpiendo a Junior, nos dijo:
-¿Pues
a lo mejor te distrajiste no? -le preguntó Junior, evidentemente irritado por
la interrupción.
-Pues
a lo mejor, pero no creo -respondió Manuel, quien estaba sentado en una piedra
que quedaba de frente a la entrada de una tienda de abarrotes que se encontraba
a unos cuarenta metros de distancia.
-¿Y
hace cuanto tiempo lo viste? –Le pregunté- ¿No será que sigue comprando?
-No
creo, ya tiene como media hora -Afirmó Manuel, sin dudarlo. Parecía estar
intuyendo que algo no andaba bien, y de pronto el ambiente se tornó silencioso
y expectante -creo que ya hasta cerraron la tienda.
-Pero
todavía abren si tocamos la puerta, es más, si quieren vamos a echar un ojo y
sirve que compramos un refresco, que ya se me secó la boca de tanto hablar, y
ahorita que regresemos termino con el cuento -Nos propuso Junior con tono
despreocupado.
La entrada de la tienda miraba de frente hacia la cañada y le daba la
espalda a las últimas tres o cuatro casas que había en el lugar y, como
mencioné antes, no estaba muy lejos, pero como el camino era pedregoso y con un
poco de pendiente, íbamos caminando con lentitud. Al llegar, Junior subió
primero los escalones que daban a la puerta de madera que servía como entrada y
justo cuando iba a tocar se detuvo y después de unos segundos nos dijo en voz baja
–oigan, escuchen –y los tres guardamos silencio, avispando el oído. Se escuchaba
algo así como un débil golpeteo. Junior se acercó más a la puerta y vio que sólo
estaba entrecerrada, entonces volteó a vernos y con un gesto nos indicó que guardáramos
silencio. Abrió la puerta lentamente y con cuidado de no hacer ruido. Entramos
a la tienda caminando con la punta de los pies y casi sin respirar. Era un
pequeño cuarto de aproximadamente cuatro metros de largo en cada pared; a los
lados estaban los productos acomodados en estantes de madera y al fondo había
un mostrador de fierro. Nos acercamos y nos quedamos quietos, escuchando; junto
al golpeteo se oía ahora el sonido de una respiración. Detrás del mostrador
había una entrada sin puerta y la cual sólo estaba cubierta por una lona
colgada, como era usanza común en el pueblo. El ruido tenía que proceder de la
habitación contigua. En ese
momento ya teníamos un mal presintiendo y sin cruzar palabra entre nosotros nos
pusimos de acuerdo en que debíamos entrar. Detrás de la lona había un angosto
pasillo que llevaba a otra puerta, al fondo. Llegamos a la puerta y Junior, que
iba adelante, tomó la perilla. En ese instante el ruido se detuvo. Junior se
dio cuenta de eso y un segundo después abrió la puerta de golpe. Yo estaba
junto a él y al mismo tiempo vimos una imagen que nunca podré borrar de mi
mente. Recuerdo cada detalle de ese momento como si fuera una fotografía.
Dentro de la habitación estaba Gregorio Moreno, el dueño de la tienda, junto a
un niño de no más de diez años. Lo estaba violando.
***
Ese
momento marcó mi vida para siempre. Recuerdo la expresión de Gregorio Moreno,
sorprendido y quieto, mirándonos como si no supiera qué estaba pasando.
Nosotros también estábamos inertes, pero en un instante voltee a ver de reojo a
mis amigos; Manuel tenía un semblante de horror y las manos le temblaban,
mientras que Junior y Gregorio se miraban fijamente. Yo también estaba asustado
y no sabía qué hacer, cuando de pronto, Gregorio Moreno exclamó iracundo:
-¿¡Qué
están haciendo aquí cabrones, quién les dio permiso de entrar!? -dijo al tiempo
que se incorporaba rápidamente y se subía los pantalones, empujando al niño a
un lado.
Junior
fue quien respondió, con voz vacilante -¿Qué le estabas haciendo?
Gregorio
Moreno recorrió con la mirada nuestros rostros y respondió, con más calma en su
voz pero aún más amenazante -Ustedes no van a decir nada de esto, porque si no
me los voy a chingar también ¿entienden cabrones? –y dio un paso hacia nosotros.
Junior y Manuel hicieron un ligero movimiento en retroceso, desconcertados. Yo
miré al niño, estaba tirado en un catre, inmóvil. No podía ver su rostro pero
pude darme cuenta de que estaba llorando y algo se accionó dentro de mí. Sentí
rabia como nunca antes y una ira que me impulsó incontrolablemente.
-La
vas a pagar maldito… -murmuré y di un paso hacia él- ¡la vas a pagar! -grité y
me arrojé contra él.
Seguramente
lo sorprendió mi embiste, ya que no pudo detenerme y ambos caímos pesadamente
sobre el piso de tierra, yo encima de él. En ese momento se enreda un poco mi
memoria pues lo que sucedió fue muy rápido y confuso. Recuerdo que forcejeábamos,
y pronto sentí que él estaba empezando a reponerse. Era un tipo alto y delgado,
de aproximadamente cincuenta años, aunque aparentaba menos edad. Sujetó mis
manos y buscaba algo para defenderse, mientras profería insultos y obscenidades.
Pude liberarme de su agarre y traté de asestarle un golpe, pero súbitamente fui
yo quien recibió un fuerte puñetazo en el rostro, el cual que me dejó aturdido.
Me costó trabajo reponerme pero parece ser que mis amigos se unieron
rápidamente a la pelea, porque la siguiente imagen que retengo con claridad es
la de Gregorio Moreno tirado en el piso, inmóvil y en
posición
fetal.
La
cabeza me daba vueltas por el golpe recibido y me di cuenta de que Junior
estaba pasmado y Manuel ya no estaba en la habitación, así que le dije a Junior
que vigilara a Gregorio Moreno y, sin esperar su respuesta, salí corriendo de
la tienda, tambaleante pero con la firme intensión de buscar a mi papá. No
obstante, sólo había recorrido un par de calles cuando a lo lejos vi que venían
en mi dirección Manuel junto con mi papá. Me incorporé a ellos y regresamos a
la tienda. Cuando llegamos Junior y el niño estaban sentados juntos en el
catre. El niño lloraba silenciosamente, y en ese momento lo reconocí porque
vivíamos en la misma calle, se llamaba Miguel, igual que su padre. Gregorio Moreno
seguía en el suelo y yo expliqué a mi papá lo mejor que pude lo que había
pasado. Después de reflexionar unos segundos, le pidió a Manuel que fuera a
buscar al padre de Miguel, y a Junior y a mí que esperáramos afuera de la
tienda, y así lo hicimos.
En
pocos minutos regresó Manuel corriendo junto con el padre de Miguel y éste
entró de inmediato a la tienda, mientras que Manuel se quedó con nosotros. Estuvimos
esperándolos como media hora, hasta que salió mi papá y nos preguntó quién le
había hecho eso a Gregorio Moreno. Junior respondió que había sido él. Entonces
nos dijo que nos fuéramos cada quien a su casa y que él se encargaría del
asunto. Asimismo, nos hizo prometer que no le contaríamos a nadie lo que había pasado.
De camino a casa no cruzamos palabra entre nosotros y nos despedimos sin
siquiera mirarnos. Al llegar me metí en mi habitación y me quedé en mi cama
hasta quedarme dormido.
Al
día siguiente me acerqué a mi papá y le pregunté que habían hecho con Gregorio
Moreno; me dijo que ya se habían encargado de él y que no lo volveríamos a ver
en Providencia, y por lo tanto debía olvidarme del asunto. Pero eso ya no era posible.
Durante muchos años he tratado de enterrar ese traumático momento de mi
vida y mi papá nunca me reveló lo que habían hecho con Gregorio Moreno, pero
estoy seguro de que no lo mataron porque sé que mi papá jamás habría cometido un
homicidio a sangre fría y tampoco creo que le hubiera permitido al padre de
Miguel hacerlo. Sólo sé que nunca más volví a verlo, pero ahora me doy cuenta
de que ese es el único cabo suelto hay en todo este asunto. Debo descubrir que
pasó con Gregorio Moreno, porque el rostro que vi en la pesadilla era el suyo.
Continuará…
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