Por Ella Rucinter
Se encontraba solo. La habitación era pequeña, sin ventanas, lo hacía sentir sofocado y su frustración se acrecentaba, la rabia lo invadía pero ya no podía más, estaba exhausto. Ya no había nada más por hacer, lo sabía desde hace mucho y aún así lo intentó en diversas ocasiones, y repetidas veces volvió a este estado. No había duda, esta sensación lo había acompañado toda su vida, era parte de él y ya era inevitable dejarla crecer dentro de sí, apoderándose de su personalidad y haciéndolo miserable quién sabe por cuánto tiempo.
Nunca estuvo tan seguro como ahora de que toda lucha sería inútil, pues no podía deshacerse de sí mismo, no podía huir ni tampoco cambiar su identidad. Era insoportable, sí, pero estaba dispuesto a aceptarlo y contribuir con todo cuanto aún estaba en sus posibilidades; al menos podía decidir si quería seguir siendo parte importante del proceso de cambio
¿Qué era aquello que lo doblegaba y lo hacía sucumbir a capricho de una identidad desconocida? se preguntaba esto cada noche sin ser capaz de encontrar una respuesta que le brindara la tranquilidad que tanta falta le hacía y por supuesto sin resolverse la vida. Esto iba más allá de una crisis existencial, se trataba de la definición absoluta del rumbo al cual debería dirigir todo su esfuerzo desde ahora. No había razón para no adaptarse, después de todo, qué sería del mundo sin personas como él, sin el sentimiento que lo subyugaba y al mismo tiempo lo confortaba asegurándole que no era al único que usurpaba. Así pues, terminó convencido de su destino y por fin pudo reconocerse en su nuevo rostro.
Ilustracion: Karina Espinosa
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