martes, 21 de abril de 2015

Un Viaje a Cuetzalan

Los caminos de la vida me llevaron a adoptar la profesión de conductor de autobuses, dedicándome principalmente al servicio público de pasajeros; Esta profesión me ha permitido conocer gran parte de la Republica Mexicana y la enorme riqueza cultural y humana que contiene. Durante años de ir y venir he recolectado una gran cantidad de recuerdos y experiencias, algunos relacionados con personas del pasado, otros con lugares visitados y unos más, con sucesos simplemente sorprendentes. En estas páginas quiero compartir contigo mis anécdotas para que a través de ellas puedas sentir lo que yo sentí, y puedas también conocer las muchas enseñanzas que me han dejado; asimismo, podrás descubrir que tú también tienes infinidad de anécdotas que compartir con quienes te rodean.


Por JALEZA

En alguna época tuve asignada una ruta en la cual formaba parte importante un pueblito llamado Cuetzalan, el cual se encuentra ubicado en la parte alta de la impresionante Sierra Norte del estado de Puebla, a cientos de kilómetros sobre el nivel del mar. Desde aquellos días en que constantemente recorrí este hermoso lugar quedé enamorado de su arquitectura, sus personas y su misticismo; años después, tras haber dejado dicha ruta, se me presentó una inmejorable ocasión para llevar a mi familia a que conocieran ese pueblo, del cual ya antes les había hablado con lujo de detalle, por lo que decidimos no desaprovechar la oportunidad y nos encausamos a unas vacaciones que en mi imaginación se pronosticaban idílicas

Cuando arribamos a nuestro destino, el día ya era adulto, y siendo aproximadamente las ocho de la noche decidimos dirigirnos al centro del pueblo para que mi esposa y mis hijos tuvieran una excelente panorámica de la bella Parroquia de San Francisco, conocida por ser una de las más altas del estado de Puebla. Al ingresar al recinto nos llevamos una gran sorpresa, pues no imaginamos que íbamos a presenciar una escena tal hilarante y a la vez dramática; frente al altar en donde reposaba la imagen de Cristo se encontraba parado un hombre de unos cincuenta años, desaliñado y en evidente estado alcohólico, el cual, tambaleante, le reprochaba a la divina representación: -¡Hijo de la Chingada! ¡Todo es tu culpa! ¿Por qué me hiciste un pinche borracho bueno para nada? ¿Cuántas veces te he venido a jurar? ¿A poco no te siempre te rezaba y te ponía tus veladoras? ¡Y mírame cabrón! ¡Sigo igual de pinche borracho!- y con ese tipo de frases y reclamos continuaba su monólogo este hombre, quien parecía absorto y ajeno a las miradas y risillas de quienes lo observaban, al principio sorprendidos y posteriormente divertidos por sus desmanes, tropiezos y alegatos de borrachín. Admito que mi familia y yo también estábamos disfrutando con la inusual escena, aunque ahora me doy cuenta de que era la de un hombre desesperado reclamándole a su fe por las desventuras de su vida. Presuroso acudió el Sacristán, quien, notoriamente avergonzado y enfadado, le pedía al hombre que se retirara, jalándolo y empujándolo hacia la calle; el hombre, en su camino hacia afuera continuaba dirigiendo implacablemente su atención y sus gritos al inmóvil ídolo: -¡pinche culero! ¡Yo podía haber sido un chingón, pero tú me hiciste ser un borracho! ¡Todo es tu culpa!- El hombre salió y desapareció entre las calles. Este exabrupto fue el primer elemento inesperado en mí calculada ruta turística, sin embargo, a mi parecer no presagiaba ninguna desventura. Muy pronto comprobaría que estaba equivocado.

Risueños y alegres nos dirigimos a un restaurante cercano para cenar una cecina ahumada típica de la región y tras devorarla gustosos nos quedamos a hacer un poco de sobremesa, comentando los acontecimientos del día y los planes para el día siguiente, así las cosas, nos dieron pasadas las once de la noche, pero eso no nos preocupó demasiado pues todo estaba saliendo de maravilla pero justo cuando nos disponíamos a retirarnos al hotel para descansar empezó a caer una llovizna que en cuestión de segundos se transformó en una tormenta. Este acontecimiento climático fue tan veloz que en sólo instantes el agua que corría por las calles era tal, que las había transformado en auténticos ríos salvajes. En ese momento se respondió mi pregunta de por qué algunas banquetas habían sido construidas midiendo casi un metro de altura. Yo tenía conocimiento de los cambios bruscos en el clima de la región, pero en mis pasadas visitas jamás me había tocado presenciar este fenómeno, y dado que el día no había dado señas de que tal cosa pudiera ocurrir, no lo había tomado en cuenta. Ahora sé que en Cuetzalan puedes estar a las doce del día con un sol brillante, ambiente muy cálido y buena temperatura, todo muy agradable y de repente se cierra el cielo, las nubes se oscurecen y te cae un aguacero terrible que puede durar hasta tres días seguidos , lo cual no es nada agradable. Esto sucede porque el pueblo se encuentra en una zona de mucha altitud, lo que lo hace propicio a tener un clima intenso, tan es así, que incluso me parece recordar que cuentan con un centro de investigación climatológica ubicado en la región.


Calle típica del centro de Cuetzalan.
El día que mi familia y yo experimentamos esta furiosa tromba, la cantidad de agua que caía era tal que sentíamos que se estaba cayendo el cielo y no iba a parar hasta arrasar con todo. La noche se había vuelto completamente negra, al igual que nuestra suerte, la cual parecía haberse agotado. El correr del agua por las calles era tan caudaloso que estábamos verdaderamente asustados, pues no sabíamos qué hacer ante algo que fue demasiado inesperado y sorprendente. No podíamos quedarnos ahí y la lluvia no daba señal de querer detenerse, por lo que tuve que tomar una decisión. Nuestro hospedaje se encontraba solamente a unas cinco cuadras de distancia del restaurante donde nos refugiábamos, por lo que después de tomar valor decidimos hacer la carrera por llegar al hotel, que a esas alturas estábamos anhelando como a un paraíso. No fue nada fácil, el agua impedía la visibilidad, golpeaba nuestras cabezas y hacía que el piso, de por si irregular, se hiciera peligroso por una caída;  a medio camino estuve a punto de pedir refugio en alguna casa porque mis hijos estaban sufriendo demasiado castigo, sin embargo, decidimos no parar y afortunadamente pudimos llegar en una pieza al hotel. La pesad illa había terminado, aunque eso sí, estábamos empapados de pies a cabeza.

Con este tipo de experiencias te das cuenta de que cada vez que salgas de vacaciones con tu familia, así sea a un lugar que conoces, ésta se puede convertir en toda una aventura, provocada por factores que escapan a tu control, por más que intentes prever y planificar tu recorrido. Gracias a Dios, las sorpresas habían terminado ya y al otro día amaneció con un tiempo esplendoroso y pudimos disfrutar plenamente el pueblo de Cuetzalan, un lugar que es muy agradable pero que también tiene algo de misterioso e inesperado.


"Recordar es volver a vivir"

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