Herman Melville (1853)
Por Karina López Correa
A través de la ventana, en una oficina de Wall Street, un enigmático hombre de aspecto pálido, casi fantasmal, contempla el vacío mientras se rehúsa a cumplir con las labores para las que fue contratado. A pesar de que al inicio Bartleby desempeña impecablemente sus tareas de copista, un día, de pronto, sin razón alguna, prefiere no hacerlo más.
Ante semejante azoro, el abogado que lo contrató decide narrar la increíble historia de Bartleby, pero hay más huecos que historia; la información que se tiene acerca de él es una mezcla de la posibilidad y el vacío de identidad, pareciera que es un hombre sin pasado o con un pasado inenarrable, que se encuentra más allá de la razón y de la ley. No se sabe qué hace mientras no labora, de dónde viene, dónde ha vivido, quiénes son sus padres o si es que tiene familia.
Bartleby es un personaje que no está relacionado con la finalidad y el sentido, es un gozne entre lo que está y no está. Escapa de toda delimitación y así mismo se define por todo lo que no es, por lo que preferiría no hacer. Su principal característica es la negativa, cada que Bartleby “preferiría no hacerlo” o en definitiva se niega a hacer las cosas que el abogado le encomienda abre un espacio de indeterminación donde las posibilidades de resolución ante su comportamiento quedan desestabilizadas por completo.
Bartleby, el escribiente, permite una concepción distinta a la prefija por tratarse de un personaje que rompe con los estatutos de la coherencia y la lógica, que dentro de su imposibilidad para ser clasificado revela características que lo clasifican dentro de la vida, que todo el tiempo deambula entre el ser y el no ser, entre el hacer y no hacer, sin situarse definitivamente en una de las dos opciones, que no es una figura activa ni pasiva, pues se asemeja más a un punto no necesariamente medio, sólo un punto en algún lugar del extenso campo de la posibilidad.
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