martes, 18 de octubre de 2016

Déborah


Mi esposa me había abandonado. Un día de tantos,
volví a casa por la noche y ya no estaba. Obvio, dejó
carta: “Te convertiste en aquello que decías odiar, pero
debo reconocer que eso se tolera. La realidad es que
yo… yo necesito ser Déborah, ¡sí, necesito ser
Déborha! La que conociste y enamoraste… Así que, no
hay misterios, regreso a La Burbuja. Si me buscas, no
te atrevas a llamarme por el maldito nombre con el que
nací, llámame Déborah, y quizá hablemos." Esa misma
noche fui a La Burbuja; entré justo cuando ella se
bajaba la tanga y un borracho gritaba "¡yo sí te lo
chupooooo!" La verdad, me excité. Tomé la mesa
rinconera que había sido mi trinchera tanto tiempo en
aquel teibol. Le pedí a un mesero que me trajera a
Déborah. Como antes de casarnos, acabamos teniendo
sexo en el cubículo de bailes privados. Desde
entonces, diario voy a verla a La Burbuja, la invito a mi
mesa, la cachondeo, la bailo a lo bestia las cumbias
más guarras, y la dejo enamorada, con la promesa de
no faltar la siguiente noche.

Fernando Álvarez Téllez
Síguelo en su blog ¡Mamá, no leas mis chingaderas!
http://feralvareztellez.blogspot.mx/

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