miércoles, 30 de diciembre de 2015

Las doce en punto


Era el año 1960 y Esperanza tenía solo algunos meses de vivir con su marido y sus dos pequeñas hijas en aquella enorme casa colonial, ubicada en la calle 5 de mayo. El lugar era tan grande como una ranchería y contaba con su propia tienda, su carnicería, así como rastro y pulquería. El acabado tipo bóveda, junto con su largo corredor y sus puertas verdes de madera exhibían el lujo de la casa, que si bien había visto su esplendor unos veinte años atrás, aun mantenía una gran magnificencia.

Ya entrada la noche, Esperanza aun se encontraba terminando las ultimas labores del hogar, mientras sus hijas dormían y su marido estaba por regresar, por lo que su ocupación transcurría en la mayor soledad y solo escuchaba su pequeña radio de baterías a bajo volumen. De pronto, escuchó el sonido de los caballos, cuyos cascos golpeaban las piedras labradas del patio, causando gran estruendo. Al escuchar esto, pensó: “ya se salieron los animales” y acto seguido comenzó a escuchar que golpeaban la puerta principal, por lo que tomó una decisión: “voy a tener que meterlos, porque si no, se salen a la calle”. No era la primera vez que los animales se salían del corralón, pues tenían una yegua muy inteligente que había aprendido a quitar la tranca de las puertas.

Salió al patio dispuesta a regresar a los animales a su lugar designado, pero fue grande su sorpresa al darse cuenta de que no había ningún animal a la vista, solamente el amplio patio y una quietud absoluta; ni siquiera el viento se escuchaba y la oscuridad dominaba el pueblo, pues no había ningún tipo de alumbrado. Se sintió demasiado extrañada por la situación, ya que el sonido había sido muy claro, por lo que decidió ir al corralón a ver a los animales. Cruzó el largo patio con su antiguo pozo y pasó delante del rastro para llegar al corralón, donde se asomó y comprobó que todos los animales se encontraban tranquilos en su lugar, incluso la mañosa yegua estaba amarrada. Y justo en ese instante, escuchó una voz que detrás de ella le dijo: “no voltees, no voltees”. Al escuchar ese espectral susurro, se le erizó la piel y sintió que el alma se le escapaba. Comenzó a caminar hacia atrás, sin voltear, hasta que llegó nuevamente al patio y entró a su casa. Ya adentro, el primer sonido que escuchó fue el de una grave voz proveniente de la radio que decía: “Las doce en punto”.

Poco tiempo después regresó el marido de Esperanza y al contarle lo que había sucedido él también fue a revisar a los animales, constatando que todo estaba normal. Pero también le dijo que él ya se había acostumbrado a ese tipo de ruidos desde hacía mucho tiempo.

Se dice que la casa fue construida con adobe hecho con la misma tierra del lugar, la cual al ser escarbada reveló esqueletos en varias partes, por lo que se especula que podrían haber sido restos de la época de la revolución, o tal vez parte del panteón de un pueblo más antiguo. Es seguro decir que algunos de estos restos quedaron atrapados en los adobes utilizados para la construcción; en años posteriores, son muchos los que han afirmado que en esa casa se
mueven los objetos por si solos y constantemente se escuchan voces y demás ruidos extraños...

martes, 29 de diciembre de 2015

El día que comí pan de muerto

El día había oscurecido y el equipo de encuestadores con los
que estaba laborando aún no encontraba gente que llenara el
perfil y que además quisiera cooperar, para colmo todos en el
equipo tenían hambre y el pueblo en el que estábamos era
suficientemente pequeño y pobre como para no tener un lugar
dónde comprar algo que la mitigase y aunque ubicado en
Oaxaca, estaba bastante lejos de cualquier lugar que fácilmente
se conseguía esa sensación de estar en medio de la nada. Las
calles sin pavimentar y con poco alumbrado público se sitúan a
lo largo de un riachuelo y son divididas por un pequeño
camellón todo rodeado de montañas con sus bosques. Lo que a
continuación se cuenta sucede, si así gustas creerlo, en una de
estas calles, una calle donde al final se encontraba una casa
destartalada con un enorme árbol frente a ella justo junto al
río.

Como en todas las casas, el encuestador tiene que presentarse,
explicar su objetivo y aplicar los filtros necesarios para poder
proseguir con la entrevista, en esta casa no fue diferente y por
suerte había allí una persona que cubría los requerimientos y
que aceptaba ser encuestada, además, como es común en
varias partes de la llamada 'provincia', la gente suele ser muy
amable y hospitalaria así que sin dudarlo, aquel extraño nos
invitó a pasar al interior de su casa para no tener que contestar
tanta pregunta en el frío de la calle, vaya rareza que aún
estando ya dentro de la casa se sentía un clima quizá más frío
que fuera de ella, éramos seis y nos apretujábamos en una
sencilla habitación que se adecuó como sala de estar para
nuestra estancia; aquella familia estaba conformada hasta
donde pudimos notar, por una abuela, una hija, una nieta, un
nieto y un yerno, quien era el que estaba siendo encuestado; el
niño correteaba por toda la casa, la niña en cambio no nos
quitaba la vista de encima, callada e inmóvil, como sustraída de
sí, fue algo que nos inquietó de primera instancia, pues incluso
cuando la saludamos e intentamos sacarle unas palabras, ella
sólo se quedaba allí, mirándonos, así pasaron alrededor de
veinticinco minutos, con hambre, frío y el pensamiento
ocupado en cálculos acerca de cuánto tardaríamos en
encontrar un hotel cuando por fin terminaron la encuesta,
entrevista que por demás había sido tediosa, pues el
encuestado tardaba mucho en contestar para siempre dar
respuestas monosilábicas, pero ni hablar, nos ayudaba, y su
ayuda no terminaría allí, pues al final, justo cuando nos
despedíamos, a uno de nosotros se le ocurrió preguntarle si
conocía algún lugar cercano donde pudiésemos cenar, a lo que
contestó con otro monosílabo -no- pero de inmediato entró a
una de las habitaciones (eran cuatro y todas tenían salida al
patio) y un momento después salió una señora muy anciana
que enseguida nos invitó a comer aunque no sin advertirnos
que debido a la pobreza el alimento sólo consistía en café y
algo de pan, que para nuestra situación era demasiado pedir,
pues al ver la casa y sus ropas sabíamos que no mentían y no
queríamos quitarles lo poco que tenían así que educadamente
rechazamos la oferta, pero como también es costumbre en
aquellos lares, eso es tomado como una grosería y así nos lo
hizo saber nuestra anfitriona. Sin hacernos del rogar aceptamos
y sentados esperábamos mientras su joven hija salía con
tarritos llenos café y piezas de pan dulce para todos y ya
servidos comenzó la plática, mientras la hija desaparecía donde
quizás estaba su esposo, el niño seguía correteando y la niña
mirándonos fijamente justo en la entrada de una habitación de
donde nunca se movió. Ya no recuerdo de todo lo que
hablamos, pues se tocaron muchos temas como nuestra
procedencia, nuestras familias, de la situación en el país y
detalles de logística que despertaban la curiosidad de aquella
señora, que en cuanto veía que se nos vaciaba el tarro le
indicaba a su hija que atendiera más de aquel café frío e
insípido, era como tomar agua del grifo, y el pan, aunque
parecía del día tampoco tenía sabor alguno, no estaba duro
simplemente no tenía sabor, pero lo peor era que no disminuía
el hambre, al contrario, parecía acrecentarla, incluso las panzas
seguían chillando y uno podía escucharlas, cosa que nos
produjo un poco de risa y nos dio una excusa para salir de allí,
pues aquella amable viejita se empeñaba en tenernos con ella
un rato más, incluso nos ofrecía pasar la noche en una de sus
habitaciones, pues argumentaba que la oscuridad hacía de la
zona un lugar peligroso. Para nada queríamos quedarnos en
aquel lugar, aquella niñita ya nos había puesto nerviosos a
todos, pues ni aunque su abuela se dirigía a ella la niña
reaccionaba, ya después de mucho dialogar y de convencer a la
señora de dejarnos partir salimos con una advertencia acerca
de usar la calle paralela al río que a decir de la señora era muy
peligrosa aun cuando no era 'tiempo de crecida'. Al salir de su
casa la abuelita se despidió de nosotros desde dentro y con un
semblante muy triste nos pedía que nos quedáramos, pero ya
eran más de las nueve de la noche y todos nos sentíamos
intranquilos y hambrientos razón por la cual nos fuimos
siguiendo el consejo de aquella abuelita de no ir por el río.
Tardamos poco más de dos horas en llegar a un
establecimiento mercantil y atascarnos de comida chatarra que
era lo único que allí se vendía, fuera de eso todo el camino
hasta el hotel fue silencioso, quien sabe si por el cansancio o
por aquella extraña sensación que nos invadía a todos y que
nadie supo cómo explicar.

A la mañana siguiente nuestro coordinador propuso que
cooperáramos entre todos para regresar a casa de esa viejita y
dejarle una despensa, era algo común en nuestro coordinador
el querer ayudar a toda la gente, alguna vez lo vi repartiendo
monedas entre los niños que se acercaban al auto al pasar por
las carreteras de Chiapas, no sería gran cosa, pero todos
convenimos en mostrar gratitud con aquella abuelita, y así fue,
hicimos 'la vaquita', compramos muchas cosas de la despensa
básica y más tarde nos desviamos un poco para volver a entrar
en aquel pueblito, quisimos entrar por la calle paralela al río
pues la casa quedaba más cerca llegando por allí, pero nos fue
imposible pues de la calle ya no quedaba mucho, se había
desgajado una gran parte de ella en el río y era imposible
atravesarla a pie, mucho menos en la camioneta, tuvimos que
rodear el camellón para llegar, ciertamente el pueblo parecía
otro de día; había niños jugando en las calles y adultos
realizando cualquier clase de actividades del campo, por fin
encontramos la casa y aunque se veía un poco diferente nadie
le dio importancia, el coordinador bajó de la camioneta con las
bolsas en donde iba nuestra buena obra. Tocó y tocó y estuvo
tocando en la puerta como cinco minutos que parecieron una
eternidad, pero nadie respondía y entonces, un vecino que se
asomó, supongo que por el ruido que hacíamos, nos dijo:

-¡Hey! Ahí no vive nadie, ¿a quién buscan?-

Todos nos extrañamos de inmediato -a la señora...- nadie supo
cuál era su nombre -buscamos a la señora o a su hija, queremos
darle esta despensa- aclaró nuestro coordinador, pues cuando
se es encuestador, a veces por desconfianza la gente nos evita o
nos agrede.

-Uy joven, pero ahí hace años que no vive nadie, sí había una
señora que vivía con su hija pero..- se detuvo un momento para
salir a nuestro encuentro, mientras todos en la camioneta
estábamos congelados, cómo que no había nadie, ¿y la señora?
¿Y sus nietos? ¿Qué hay del encuestado?, todos nos callamos
para escuchar lo que diría el vecino que ya se acercaba.

-Mire joven, yo no sé bien qué habrá sido de las gentes que
aquí vivían, cuando don Aurelio falleció, su esposa y su hija se
fueron con un disque padrecito, de esos que namas andan
gritando pura babosada y después esa casa la usaba el culto
ese, pero cuando llega la crecida el agua se mete hasta alládecía
mientras señalaba con el dedo hacia la mitad de la calle -
y pus no le convenía verda' además de que acá todos somos
católicos, ¿quién les dio esta dirección?-

-Nadie, nosotros estuvimos ayer por acá haciendo encuestas y
aquí nos abrió una señora, hasta nos dio de comer..- aquel
sujeto al escuchar eso se persignó y rápidamente se alejó hacia
su casa no sin antes decirnos secamente que nos fuéramos de
aquel lugar.

Mis compañeros y yo nunca supimos quiénes eran las personas
que tan amablemente nos recibieron en su casa aquella noche
ni qué pasó en realidad en esa casa aquel gélido día, es una de
esas historias que al escucharlas no crees ni una sola palabra y
que sin embargo esperas que nunca te suceda.


sábado, 26 de diciembre de 2015

Oscuridad


Por José Steven

¿Desde hace cuánto tiempo le temía a la oscuridad? No sabía si
era para él un miedo racional o el dejo que una pretérita raza le
había heredado, el primitivo instinto de la supervivencia. Lo
único que sabía era que aún necesitaba un sendero de luz para
transitar su propia morada y andar con la vista al frente
evitando de reojo observar la negrura apenas ahuyentada.
Porque en la oscuridad se oculta, todos lo saben. ¿Pero qué se
oculta?

No obstante, la oscuridad siempre terminaba por ceder ante la
luz, ante el poder del astro incorrupto que poderoso se alza
para desvanecer el cobarde escondrijo. Y embebido por su
magnificencia nuevamente se sentía seguro, convencido de la
infantil naturaleza de sus temores. Nada hay que aceche entre
las tinieblas; y si lo hay ¡dejadlo venir! ¿Acaso no soy hombre
digno y capaz de enfrentar con bravura al enemigo
amenazante? Y de este modo, con ensalzadas palabras,
convencía a su alma de ser formidable.

Mas la noche había vuelto, y ahora le era imposible invocar las
elocuentes palabras para aquietar la volátil imaginación. Su
apesadumbrado corazón era azotado con la sospecha de impías
criaturas de imprecisas formas y nefastas intenciones. Una vez
más, se encontraba sugestionado por una fuerza mayor a su
intelecto, el cual, importante es mencionar, era considerable.

¿Cuánto duraría su sufrimiento esta vez? Maldecía ahora su
naturaleza solitaria que le había impedido formalizar una
relación afectiva, que sin duda habría dado lugar a una familia,
finalidad de todo hombre y refugio sin par. Mas él había elegido
cortejar a la dama del saber, cuyo toque embruja. Estaba solo,
noche a noche. ¿Pedir ayuda? Indigno de un hombre de su
estatus tener que admitir tan risible defecto. ¿Temer a la nada?
Ridículo absoluto. Y eso si es digno de temer y repeler con el
mayor ahínco.

Abrumado, un razonamiento salvador acudió por obra de la
providencia. Cayó en cuenta de que cada vez era igual, siempre
una sospecha paranoica desenmascarada por su carente
fundamento. A fuerza de reconocer la rutina, el temor
menguaba. Esta noche sería igual, sin duda. Y de este modo,
con recompuesto porte, se dirigió a sus habitaciones a reclamar
el descanso de quien lo amerita.

Se encontraba a escasos metros ya de su anhelado lecho,
cuando un movimiento furtivo, casi imperceptible, le congeló el
paso; una forma de elusiva definición se había deslizado
vertiginosamente desde el ventanal hacia el pasillo transversal.
Impactado por el súbito avistamiento, había quedado inerme,
mas su corazón golpeaba atronadoramente contra el pecho,
con fuerza tal que hacía mover el camisón de seda. Con
desorbitados ojos miró hacia el pasillo, conducto al magnífico
estudio donde tenía lugar su labor académica. Observó durante
segundos que igualmente podrían haber sido siglos, mientras la
piel se mantenía erizada y la saliva le recorría la garganta en
tracto lentísimo. ¿Había sido una ilusión proyectada
nuevamente por esa ominosa paranoia? O quizá se trataba de
algo más tangible, como un pequeño animal de paso furtivo
que se había colado escapando a la intemperie. Este
pensamiento le obligó a hacer acopio de valor, encaminándose
hacia el aludido recinto de trabajo. Avanzaba con pasos lentos y
postura rígida, como si un instinto le pidiera evitar una nueva
provocación, hasta que finalmente llegó a posarse ante la
elegante puerta rústica. Quietud y silencio eran dominadores
absolutos. Titubeante, miró la chapa dorada que remataba el
acceso y un instante después movió el brazo para asirla; sin
embargo, a centésimas de alcanzarla, la puerta se entreabrió
una pulgada por sí sola, en terrorífico movimiento acompañado
del más sutil y lúgubre rechinido.

Súbitamente rememoró un aciago vaticinio, pronunciado días
atrás por un colega escolástico. Se trataba de un absurdo rito
diseñado para conjurar una presencia sobrenatural; tal mito
inverosímil, a todos los interlocutores les había parecido un
tosco intento de comedia, al grado de ser llevado a práctica.
¿Lo había hecho él? ahora, al amparo de la noche siniestra, este
recuerdo invadía su mente.

La puerta lo invitaba a entrar y el silencio estaba cargado con
un aire antinatural. Definitivamente había algo más en el
ambiente; tenía la sensación de ser observado. “No entres…”
una advertencia a sí mismo. “Retrocede…” consejo prudente.
Aunque su cuerpo seguía rígido por el miedo, pudo dar un paso
atrás. Después otro. Pero antes de poder dar el tercero sintió
algo en la parte posterior de su cuello. ¿Era viento? No. Era un
vaho. Tibio. Vivo.

Alguien estaba parado detrás de él. El miedo había sido
reemplazado por una certeza fatal.

viernes, 25 de diciembre de 2015

Ausencia


Por Ella Rucinter

"-Papá, ¿qué es la soledad?
-Es no saber estar contigo mismo." Alejandro Jodorowsky

Te presentaste ante mí en el alba de mis primeros seis años de rebosante vida y me arrebataste un poquito de mi historia, un trocito de inocencia. La rasgadura abrió una finísima grieta al interior que con el tiempo se fue ensanchando hasta desmoronar por completo aquel sentimiento incomprensible.

Ella habló categórica, e interrumpiendo sus sollozos dijo:

-Despídanse de él porque ya nunca lo van a volver a ver-.

Y no entendí su frustración cabalmente hasta unos años más tarde, cuando te acercaste un poco más. Esta vez el dolor apareció por primera vez, y sin palabras, selló el pacto de entendimiento que nuestras miradas llevarían a cabo en los futuros encuentros.

Cuando sus venosas manos me envolvieron suavemente, como tratando de consolar el vacío de su inevitable partida, ya me eras familiar; y en ese atardecer de invierno, de alguna forma comprendí que así debía ser. Nos despedimos pues, sin rencores. Sin embargo, las horas donde la nostalgia deposita su gélido suspiro me convidan a acariciar el imposible deseo de obtener más tiempo para entrañarnos profundamente.

Después vino un ligero roce; la irreparable pérdida. Y su cálido aliento se extinguió lentamente, entre palabras, deseando aferrarse a la efímera existencia humana.

-¿Adónde llegaré?- se preguntaba.

El miedo en sus ojos se transformó progresivamente dando paso al impostergable destino que aguardaba tranquilamente a tu lado. Aún así nos obsequió una última sonrisa y su sosegado semblante menguó la desdicha acumulada.

Hoy, al fin, ha llegado el momento de encontrarnos frente a frente para entregarte esta finita exhalación con la impronta de mi espíritu, y mi mirada logra penetrar el abismo de tus nebulosos ojos que me acompañarán en la interminable caída.

martes, 22 de diciembre de 2015

La masacre de Virginia Tech

La mañana del 16 de abril de 2007 inició igual que cualquier otra en el Tecnológico de Virginia. Nadie podría haber imaginado que ese día tendría lugar la más mortífera masacre perpetrada por un solo hombre en la historia de los Estados Unidos.

Cho necesitaba suficiente poder de fuego para poder llevar a cabo su plan homicida. La elección fueron dos pistolas semiautomáticas de alto impacto y suficientes municiones para ir a cualquier campo de batalla, todo lo cual fue adquirido legalmente a pesar del historial psicológico de Cho que incluía una orden judicial de recibir tratamiento psiquiátrico, dos órdenes de restricción y múltiples diagnósticos de depresión, ansiedad y mutismo. Cho era una bomba de tiempo, detectada por varias autoridades e instituciones, pero ignorada por diversas razones, entre ellas, la imposibilidad legal de divulgar información personal.

Un estado mental completamente deteriorado fue el catalizador necesario para echar a andar la imaginación retorcida de Cho, quien desde niño fue extraño, silencioso y tímido, aun para su propia familia. Naturalmente, el colegio fue un lugar desagradable para un muchacho con esas características, quien a menudo sería blanco de burlas que lo conducirían a aislarse de sus compañeros; Cho crecería rencoroso de una sociedad en la que no encajaba y rechazaría todos los intentos de ayuda por parte de su familia, sus profesores y sus compañeros. Se encerraría a sí mismo en un mundo de odio y hedonismo, y en su mente enferma se visionaria a sí mismo como un mártir vengador, negando que él mismo, con su cobardía, era artífice de sus desgracias. La Universidad sacó lo peor de Cho; se negaba a responder a sus profesores, escribía poesía y ensayos plagados de violencia y acechó a dos compañeras que tuvieron que denunciarlo. Era un paria en el campus.

Cho deseaba escapar de su miseria, pero también deseaba que el mundo lo mirara; no se iba a ir sin hacer una rabieta infantil videograbada, seguida de su supuesta venganza contra la sociedad, asesinando a sangre fría a docenas de personas indefensas que jamás lo habían agraviado; la clásica actitud del cobarde que busca desquitarse con personas (o criaturas) que no lo merecen y que se encuentran en desventaja.

Poco antes de las siete de la mañana Cho accedió al edificio West Ambler Johnston y se introdujo en la habitación de Emily Hilscher, de 19 años, contra quien abrió fuego; al escuchar los disparos, Ryan Clark acudió a la habitación, y también fue atacado por Cho. Hilscher y Clark fallecieron por las heridas de bala y Cho escapó de vuelta a su dormitorio en el edificio Harper. Al tener conocimiento de estos hechos, las autoridades universitarias consideraron que se trataba de un incidente aislado y decidieron no emitir una alarma general que habría puesto a toda la Universidad en estado de alerta. Fue un error gravísimo.

Tras comprobar que el ambiente se mantenía en calma, Cho ejecutó el segundo paso de su plan. Se dirigió con toda tranquilidad al servicio postal y envió un paquete a la cadena noticiosa NBC, el cual contenía manifiestos y videograbaciones que Cho había hecho de sí mismo, creyendo que sería su legado perfecto para el mundo, que lo engrandecería como un héroe; en realidad, lo que el mundo pudo apreciar fue su desconexión con la realidad y su limitación como ser humano.

Cho meditó brevemente y se dio cuenta que no había marcha atrás para él, por lo que decidió darle rienda suelta a sus más enfermas fantasías. Alrededor de las nueve horas se dirigió al edificio Norris, encadenó las tres entradas principales, y abrió fuego indiscriminadamente contra estudiantes y profesores que se encontraban en clase. Durante los infernales minutos que duró el ataque, Cho asesinó a treinta y dos personas, casi todos con disparos en el rostro y la cabeza. La mayoría murieron a sangre fría, pero algunos murieron salvando la vida de otros. Ellos si se fueron como héroes.

La policía se presentó a atender la emergencia y al escucharlos, Cho supo que todo se había acabado. Acorde a su personalidad, Cho cometió suicidio en el salón 211, disparando sobre sí mismo. Había dejado de existir uno de los peores ejemplares en la historia de la raza humana.

No parece casualidad que haya tantos episodios de esta naturaleza en Estados Unidos y que vayan en incremento; su sociedad parece tener un efecto enloquecedor en algunos individuos.


miércoles, 16 de diciembre de 2015

Creepypastas

La semana pasada encontré a un viejo amigo, a quien no había visto desde el bachillerato. Me acerqué a saludarlo, pensando que era el mismo chico agradable de aquel entonces, aunque lo noté algo raro, incluso nervioso; Sin embargo, nos saludamos agradablemente y le di mi número telefónico, lo cual parecía muy importante para él. Esa misma noche, escuché el familiar sonido del watsapp y vi que era un mensaje de mi amigo; el mensaje decía: “MIRA DETRÁS DE TI. Si lo hiciste, seguro no viste nada, pero ahora Él está ahí. Pronto vas a escucharlo, incluso a sentirlo, pero no debes voltear. Te va a acechar, te va a aterrar. Tienes poco tiempo, si se impacienta estás perdido. Pásalo a alguien más. Ya te mostré como hacerlo. Quiere una víctima, eso le basta, trata de no ser tú”. Al leer esto, tal vez estés riéndote, pensando que es de lo más ridículo. Si es así, MIRA DETRÁS DE TI… Si lo hiciste, te compadezco y te ofrezco un único consejo: Apresúrate. Él es real. Yo miré sobre mi hombro y Él es real. Sólo quiere una víctima, eso le basta. Trata de no ser tú.



Lo que acabas de leer es un sencillo intento de creepypasta, las cuales son breves historias macabras que flotan en internet y que tienen como objetivo asustar al lector. Iniciaron siendo historias virales que se copiaban y pegaban en diversos foros, es decir, copypaste, de ahí el término “creepypasta”. Actualmente los encuentras en diversos sitios y foros de internet, algunos especializados en este tipo de narraciones y otros adecuados según las necesidades del creepypasta, como youtube o wikipedia. Prácticamente son las leyendas urbanas de la era digital y normalmente vienen acompañadas de imágenes, audio y video. La mayoría son historias sencillas y de calidad muy amateur, pero algunas cuantas desearás no haberlas leído cuando caiga la noche.

Las creepypastas son descalificadas por muchos al ser un tipo de literatura sumamente juvenil, sin embargo, el aspecto más interesante que tiene es que brinda muchas herramientas multimedia para crearlas, al tener como medio el internet. Las temáticas más usuales de las creepypastas incluyen historias de imágenes embrujadas, rituales caseros, videojuegos malditos y episodios perdidos de populares series de televisión. Las mejores se han valido de técnicas verdaderamente creativas para aumentar el nivel de credibilidad y aquí te recomendamos algunas: