sábado, 26 de diciembre de 2015

Oscuridad


Por José Steven

¿Desde hace cuánto tiempo le temía a la oscuridad? No sabía si
era para él un miedo racional o el dejo que una pretérita raza le
había heredado, el primitivo instinto de la supervivencia. Lo
único que sabía era que aún necesitaba un sendero de luz para
transitar su propia morada y andar con la vista al frente
evitando de reojo observar la negrura apenas ahuyentada.
Porque en la oscuridad se oculta, todos lo saben. ¿Pero qué se
oculta?

No obstante, la oscuridad siempre terminaba por ceder ante la
luz, ante el poder del astro incorrupto que poderoso se alza
para desvanecer el cobarde escondrijo. Y embebido por su
magnificencia nuevamente se sentía seguro, convencido de la
infantil naturaleza de sus temores. Nada hay que aceche entre
las tinieblas; y si lo hay ¡dejadlo venir! ¿Acaso no soy hombre
digno y capaz de enfrentar con bravura al enemigo
amenazante? Y de este modo, con ensalzadas palabras,
convencía a su alma de ser formidable.

Mas la noche había vuelto, y ahora le era imposible invocar las
elocuentes palabras para aquietar la volátil imaginación. Su
apesadumbrado corazón era azotado con la sospecha de impías
criaturas de imprecisas formas y nefastas intenciones. Una vez
más, se encontraba sugestionado por una fuerza mayor a su
intelecto, el cual, importante es mencionar, era considerable.

¿Cuánto duraría su sufrimiento esta vez? Maldecía ahora su
naturaleza solitaria que le había impedido formalizar una
relación afectiva, que sin duda habría dado lugar a una familia,
finalidad de todo hombre y refugio sin par. Mas él había elegido
cortejar a la dama del saber, cuyo toque embruja. Estaba solo,
noche a noche. ¿Pedir ayuda? Indigno de un hombre de su
estatus tener que admitir tan risible defecto. ¿Temer a la nada?
Ridículo absoluto. Y eso si es digno de temer y repeler con el
mayor ahínco.

Abrumado, un razonamiento salvador acudió por obra de la
providencia. Cayó en cuenta de que cada vez era igual, siempre
una sospecha paranoica desenmascarada por su carente
fundamento. A fuerza de reconocer la rutina, el temor
menguaba. Esta noche sería igual, sin duda. Y de este modo,
con recompuesto porte, se dirigió a sus habitaciones a reclamar
el descanso de quien lo amerita.

Se encontraba a escasos metros ya de su anhelado lecho,
cuando un movimiento furtivo, casi imperceptible, le congeló el
paso; una forma de elusiva definición se había deslizado
vertiginosamente desde el ventanal hacia el pasillo transversal.
Impactado por el súbito avistamiento, había quedado inerme,
mas su corazón golpeaba atronadoramente contra el pecho,
con fuerza tal que hacía mover el camisón de seda. Con
desorbitados ojos miró hacia el pasillo, conducto al magnífico
estudio donde tenía lugar su labor académica. Observó durante
segundos que igualmente podrían haber sido siglos, mientras la
piel se mantenía erizada y la saliva le recorría la garganta en
tracto lentísimo. ¿Había sido una ilusión proyectada
nuevamente por esa ominosa paranoia? O quizá se trataba de
algo más tangible, como un pequeño animal de paso furtivo
que se había colado escapando a la intemperie. Este
pensamiento le obligó a hacer acopio de valor, encaminándose
hacia el aludido recinto de trabajo. Avanzaba con pasos lentos y
postura rígida, como si un instinto le pidiera evitar una nueva
provocación, hasta que finalmente llegó a posarse ante la
elegante puerta rústica. Quietud y silencio eran dominadores
absolutos. Titubeante, miró la chapa dorada que remataba el
acceso y un instante después movió el brazo para asirla; sin
embargo, a centésimas de alcanzarla, la puerta se entreabrió
una pulgada por sí sola, en terrorífico movimiento acompañado
del más sutil y lúgubre rechinido.

Súbitamente rememoró un aciago vaticinio, pronunciado días
atrás por un colega escolástico. Se trataba de un absurdo rito
diseñado para conjurar una presencia sobrenatural; tal mito
inverosímil, a todos los interlocutores les había parecido un
tosco intento de comedia, al grado de ser llevado a práctica.
¿Lo había hecho él? ahora, al amparo de la noche siniestra, este
recuerdo invadía su mente.

La puerta lo invitaba a entrar y el silencio estaba cargado con
un aire antinatural. Definitivamente había algo más en el
ambiente; tenía la sensación de ser observado. “No entres…”
una advertencia a sí mismo. “Retrocede…” consejo prudente.
Aunque su cuerpo seguía rígido por el miedo, pudo dar un paso
atrás. Después otro. Pero antes de poder dar el tercero sintió
algo en la parte posterior de su cuello. ¿Era viento? No. Era un
vaho. Tibio. Vivo.

Alguien estaba parado detrás de él. El miedo había sido
reemplazado por una certeza fatal.

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