martes, 29 de diciembre de 2015

El día que comí pan de muerto

El día había oscurecido y el equipo de encuestadores con los
que estaba laborando aún no encontraba gente que llenara el
perfil y que además quisiera cooperar, para colmo todos en el
equipo tenían hambre y el pueblo en el que estábamos era
suficientemente pequeño y pobre como para no tener un lugar
dónde comprar algo que la mitigase y aunque ubicado en
Oaxaca, estaba bastante lejos de cualquier lugar que fácilmente
se conseguía esa sensación de estar en medio de la nada. Las
calles sin pavimentar y con poco alumbrado público se sitúan a
lo largo de un riachuelo y son divididas por un pequeño
camellón todo rodeado de montañas con sus bosques. Lo que a
continuación se cuenta sucede, si así gustas creerlo, en una de
estas calles, una calle donde al final se encontraba una casa
destartalada con un enorme árbol frente a ella justo junto al
río.

Como en todas las casas, el encuestador tiene que presentarse,
explicar su objetivo y aplicar los filtros necesarios para poder
proseguir con la entrevista, en esta casa no fue diferente y por
suerte había allí una persona que cubría los requerimientos y
que aceptaba ser encuestada, además, como es común en
varias partes de la llamada 'provincia', la gente suele ser muy
amable y hospitalaria así que sin dudarlo, aquel extraño nos
invitó a pasar al interior de su casa para no tener que contestar
tanta pregunta en el frío de la calle, vaya rareza que aún
estando ya dentro de la casa se sentía un clima quizá más frío
que fuera de ella, éramos seis y nos apretujábamos en una
sencilla habitación que se adecuó como sala de estar para
nuestra estancia; aquella familia estaba conformada hasta
donde pudimos notar, por una abuela, una hija, una nieta, un
nieto y un yerno, quien era el que estaba siendo encuestado; el
niño correteaba por toda la casa, la niña en cambio no nos
quitaba la vista de encima, callada e inmóvil, como sustraída de
sí, fue algo que nos inquietó de primera instancia, pues incluso
cuando la saludamos e intentamos sacarle unas palabras, ella
sólo se quedaba allí, mirándonos, así pasaron alrededor de
veinticinco minutos, con hambre, frío y el pensamiento
ocupado en cálculos acerca de cuánto tardaríamos en
encontrar un hotel cuando por fin terminaron la encuesta,
entrevista que por demás había sido tediosa, pues el
encuestado tardaba mucho en contestar para siempre dar
respuestas monosilábicas, pero ni hablar, nos ayudaba, y su
ayuda no terminaría allí, pues al final, justo cuando nos
despedíamos, a uno de nosotros se le ocurrió preguntarle si
conocía algún lugar cercano donde pudiésemos cenar, a lo que
contestó con otro monosílabo -no- pero de inmediato entró a
una de las habitaciones (eran cuatro y todas tenían salida al
patio) y un momento después salió una señora muy anciana
que enseguida nos invitó a comer aunque no sin advertirnos
que debido a la pobreza el alimento sólo consistía en café y
algo de pan, que para nuestra situación era demasiado pedir,
pues al ver la casa y sus ropas sabíamos que no mentían y no
queríamos quitarles lo poco que tenían así que educadamente
rechazamos la oferta, pero como también es costumbre en
aquellos lares, eso es tomado como una grosería y así nos lo
hizo saber nuestra anfitriona. Sin hacernos del rogar aceptamos
y sentados esperábamos mientras su joven hija salía con
tarritos llenos café y piezas de pan dulce para todos y ya
servidos comenzó la plática, mientras la hija desaparecía donde
quizás estaba su esposo, el niño seguía correteando y la niña
mirándonos fijamente justo en la entrada de una habitación de
donde nunca se movió. Ya no recuerdo de todo lo que
hablamos, pues se tocaron muchos temas como nuestra
procedencia, nuestras familias, de la situación en el país y
detalles de logística que despertaban la curiosidad de aquella
señora, que en cuanto veía que se nos vaciaba el tarro le
indicaba a su hija que atendiera más de aquel café frío e
insípido, era como tomar agua del grifo, y el pan, aunque
parecía del día tampoco tenía sabor alguno, no estaba duro
simplemente no tenía sabor, pero lo peor era que no disminuía
el hambre, al contrario, parecía acrecentarla, incluso las panzas
seguían chillando y uno podía escucharlas, cosa que nos
produjo un poco de risa y nos dio una excusa para salir de allí,
pues aquella amable viejita se empeñaba en tenernos con ella
un rato más, incluso nos ofrecía pasar la noche en una de sus
habitaciones, pues argumentaba que la oscuridad hacía de la
zona un lugar peligroso. Para nada queríamos quedarnos en
aquel lugar, aquella niñita ya nos había puesto nerviosos a
todos, pues ni aunque su abuela se dirigía a ella la niña
reaccionaba, ya después de mucho dialogar y de convencer a la
señora de dejarnos partir salimos con una advertencia acerca
de usar la calle paralela al río que a decir de la señora era muy
peligrosa aun cuando no era 'tiempo de crecida'. Al salir de su
casa la abuelita se despidió de nosotros desde dentro y con un
semblante muy triste nos pedía que nos quedáramos, pero ya
eran más de las nueve de la noche y todos nos sentíamos
intranquilos y hambrientos razón por la cual nos fuimos
siguiendo el consejo de aquella abuelita de no ir por el río.
Tardamos poco más de dos horas en llegar a un
establecimiento mercantil y atascarnos de comida chatarra que
era lo único que allí se vendía, fuera de eso todo el camino
hasta el hotel fue silencioso, quien sabe si por el cansancio o
por aquella extraña sensación que nos invadía a todos y que
nadie supo cómo explicar.

A la mañana siguiente nuestro coordinador propuso que
cooperáramos entre todos para regresar a casa de esa viejita y
dejarle una despensa, era algo común en nuestro coordinador
el querer ayudar a toda la gente, alguna vez lo vi repartiendo
monedas entre los niños que se acercaban al auto al pasar por
las carreteras de Chiapas, no sería gran cosa, pero todos
convenimos en mostrar gratitud con aquella abuelita, y así fue,
hicimos 'la vaquita', compramos muchas cosas de la despensa
básica y más tarde nos desviamos un poco para volver a entrar
en aquel pueblito, quisimos entrar por la calle paralela al río
pues la casa quedaba más cerca llegando por allí, pero nos fue
imposible pues de la calle ya no quedaba mucho, se había
desgajado una gran parte de ella en el río y era imposible
atravesarla a pie, mucho menos en la camioneta, tuvimos que
rodear el camellón para llegar, ciertamente el pueblo parecía
otro de día; había niños jugando en las calles y adultos
realizando cualquier clase de actividades del campo, por fin
encontramos la casa y aunque se veía un poco diferente nadie
le dio importancia, el coordinador bajó de la camioneta con las
bolsas en donde iba nuestra buena obra. Tocó y tocó y estuvo
tocando en la puerta como cinco minutos que parecieron una
eternidad, pero nadie respondía y entonces, un vecino que se
asomó, supongo que por el ruido que hacíamos, nos dijo:

-¡Hey! Ahí no vive nadie, ¿a quién buscan?-

Todos nos extrañamos de inmediato -a la señora...- nadie supo
cuál era su nombre -buscamos a la señora o a su hija, queremos
darle esta despensa- aclaró nuestro coordinador, pues cuando
se es encuestador, a veces por desconfianza la gente nos evita o
nos agrede.

-Uy joven, pero ahí hace años que no vive nadie, sí había una
señora que vivía con su hija pero..- se detuvo un momento para
salir a nuestro encuentro, mientras todos en la camioneta
estábamos congelados, cómo que no había nadie, ¿y la señora?
¿Y sus nietos? ¿Qué hay del encuestado?, todos nos callamos
para escuchar lo que diría el vecino que ya se acercaba.

-Mire joven, yo no sé bien qué habrá sido de las gentes que
aquí vivían, cuando don Aurelio falleció, su esposa y su hija se
fueron con un disque padrecito, de esos que namas andan
gritando pura babosada y después esa casa la usaba el culto
ese, pero cuando llega la crecida el agua se mete hasta alládecía
mientras señalaba con el dedo hacia la mitad de la calle -
y pus no le convenía verda' además de que acá todos somos
católicos, ¿quién les dio esta dirección?-

-Nadie, nosotros estuvimos ayer por acá haciendo encuestas y
aquí nos abrió una señora, hasta nos dio de comer..- aquel
sujeto al escuchar eso se persignó y rápidamente se alejó hacia
su casa no sin antes decirnos secamente que nos fuéramos de
aquel lugar.

Mis compañeros y yo nunca supimos quiénes eran las personas
que tan amablemente nos recibieron en su casa aquella noche
ni qué pasó en realidad en esa casa aquel gélido día, es una de
esas historias que al escucharlas no crees ni una sola palabra y
que sin embargo esperas que nunca te suceda.


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