miércoles, 30 de diciembre de 2015

Las doce en punto


Era el año 1960 y Esperanza tenía solo algunos meses de vivir con su marido y sus dos pequeñas hijas en aquella enorme casa colonial, ubicada en la calle 5 de mayo. El lugar era tan grande como una ranchería y contaba con su propia tienda, su carnicería, así como rastro y pulquería. El acabado tipo bóveda, junto con su largo corredor y sus puertas verdes de madera exhibían el lujo de la casa, que si bien había visto su esplendor unos veinte años atrás, aun mantenía una gran magnificencia.

Ya entrada la noche, Esperanza aun se encontraba terminando las ultimas labores del hogar, mientras sus hijas dormían y su marido estaba por regresar, por lo que su ocupación transcurría en la mayor soledad y solo escuchaba su pequeña radio de baterías a bajo volumen. De pronto, escuchó el sonido de los caballos, cuyos cascos golpeaban las piedras labradas del patio, causando gran estruendo. Al escuchar esto, pensó: “ya se salieron los animales” y acto seguido comenzó a escuchar que golpeaban la puerta principal, por lo que tomó una decisión: “voy a tener que meterlos, porque si no, se salen a la calle”. No era la primera vez que los animales se salían del corralón, pues tenían una yegua muy inteligente que había aprendido a quitar la tranca de las puertas.

Salió al patio dispuesta a regresar a los animales a su lugar designado, pero fue grande su sorpresa al darse cuenta de que no había ningún animal a la vista, solamente el amplio patio y una quietud absoluta; ni siquiera el viento se escuchaba y la oscuridad dominaba el pueblo, pues no había ningún tipo de alumbrado. Se sintió demasiado extrañada por la situación, ya que el sonido había sido muy claro, por lo que decidió ir al corralón a ver a los animales. Cruzó el largo patio con su antiguo pozo y pasó delante del rastro para llegar al corralón, donde se asomó y comprobó que todos los animales se encontraban tranquilos en su lugar, incluso la mañosa yegua estaba amarrada. Y justo en ese instante, escuchó una voz que detrás de ella le dijo: “no voltees, no voltees”. Al escuchar ese espectral susurro, se le erizó la piel y sintió que el alma se le escapaba. Comenzó a caminar hacia atrás, sin voltear, hasta que llegó nuevamente al patio y entró a su casa. Ya adentro, el primer sonido que escuchó fue el de una grave voz proveniente de la radio que decía: “Las doce en punto”.

Poco tiempo después regresó el marido de Esperanza y al contarle lo que había sucedido él también fue a revisar a los animales, constatando que todo estaba normal. Pero también le dijo que él ya se había acostumbrado a ese tipo de ruidos desde hacía mucho tiempo.

Se dice que la casa fue construida con adobe hecho con la misma tierra del lugar, la cual al ser escarbada reveló esqueletos en varias partes, por lo que se especula que podrían haber sido restos de la época de la revolución, o tal vez parte del panteón de un pueblo más antiguo. Es seguro decir que algunos de estos restos quedaron atrapados en los adobes utilizados para la construcción; en años posteriores, son muchos los que han afirmado que en esa casa se
mueven los objetos por si solos y constantemente se escuchan voces y demás ruidos extraños...

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