Por Disraeli Correa
-Nadie vio lo que pasó y vaya usté a saber desde a qué horas pasó, pa'mi que cuando el chamaco lo encontró ya llevaba rato torciendo la pata- afirmó Martina muy serena.
-¿Y qué dijo el niño?- preguntó susurrando su cuñada.
-¿Pus qué va a decir tú? nada si del susto apenas hilvanó palabra donde hallar el cuerpo- respondió también susurrando.
-Pobre flaquito, a su edad y ya con esas visiones en la cabeza, seguro no duerme esta noche- comentó la cuñada acongojada mientras trataba de imaginar lo que ella sentiría de haberse encontrado la tétrica escena.
-¡Seguro no duerme en toda la semana!- repuso Martina sin poder ocultar su sorna.
-¿Tanto así?, ¿pus cómo quedó Don Sabás?- preguntó la cuñada de Martina olvidándose ya de susurrar para no interrumpir a los presentes, quienes se dedicaban a rezar, a llorar o a permanecer de pie y muy serios pensando en cualquier cosa.
-Horrible, chueco y abierto por todas partes, ¡venga vamos a verlo!- exclamó Martina al momento que jalaba a su cuñada por el rebozo.
Varias miradas de desaprobación se posaron en ellas aunque no faltó quien por allí esbozara una pequeña sonrisa.
-¡Al establo deberían irse, par de vacas desvergonzadas!- les imprecó una anciana que se encontraba rezando junto al féretro como para que no se le escapara el difunto.
-¡Váyanse ya!- gritaba la anciana mientras agitaba su rosario como si fuese un látigo.
-Oh ya cállense las tres- se escuchó en el fondo.
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El caballo no se detiene, ¿hasta dónde me llevara?, ya casi no siento las piedras ¿será eso bueno o malo?, ¿por qué será que las nubes toman tantas formas? Jamás te entendí -sonrió- ¿Qué más da lo que no entiendo o el porqué de las nubes y sus formas?, como sea son hermosas, se rasgan como el algodón de azúcar. Me ha arrastrado por mucho tiempo, y en esas cavilaciones nubosas andaba cuando un escalofrío le recorrió el cuerpo, esa peculiar sensación de saberse observado. Inquieto, Don Sabás giró la mirada y mayor sería su sobresalto al aferrarse de su asiento y ver a quien lo observaba desde el otro extremo de la barca (popa, para los entendidos), se estremeció tanto que de pronto dejó de moverse y en vano quiso gritar pues había perdido la capacidad, capacidad que recuperó sólo para escupir algunas dudas.
-¿Cuándo llegué a este barco?, ¿de dónde salió este río?, ¿quiénes son ustedes? ¿Por qué no contestan?, ¿a dónde me llevan?, ¿y mi caballo?-
Nadie pareció escucharlo, la persona que remaba volteó pero su mirada no iba dirigida a él pues como mesmerizada miraba hacia otra parte, quizá buscando la respuesta en algún otro sitio. Nadie contestó.
Sabás, que nunca había ido a la escuela, poco sabía acerca del ser y estar, pero sabía que no era y sabía que no estaba, sobre quién sabe qué barca en quién sabe qué río a quién sabe qué hora y con quién sabe qué destino. Entonces observó y sus ojos comenzaron a cerrarse.
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Entre azul y medianoche, ya se encontraban varias personas reunidas en casa y a causa de Don Sabás, de las cuales más de la mitad estaba en cualquier lugar menos en el lugar en el que estaba. El aroma del café con canela invadía la atención de todos, cuando Mercedes, que venía entrando, se encontró con dos jóvenes algo ebrias que iban saliendo, dijo:
-No se marchen todavía -dijo la viuda- vengan por un café que ya traigo los bolillitos-
-¿Y quién pidió pan doña Meche?, a ver si pone un poco de música y saca mejor el piquete pal café, nomás pa'animar la cotorra- Mercedes se limita a sonreír mientras aquellas carcajean.
-¡Ah! y a la salud de don Sabás- enfatiza Martina- que así él lo hubiera querido-
-Sí ¿ verdad?- pensó la viuda pero no pronuncio palabra alguna, se metió a su casa y en silencio ofreció café con pan.
-Adiós viejo terco, ¡salud por Don Sabás!-.
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