domingo, 14 de junio de 2015
Frankenstein
Mary Shelley (1797-1851) crea un relato conmovedor, una tragedia en donde la desesperación y el dolor esclavizan el alma de dos antagonistas enfrentados a un infortunio sin fin que los une inexorablemente para torturarse hasta el fin de sus días.
La soledad e incomprensión experimentada por un ser extraordinario ante la estrechez de la mente humana evaporan la bondad y la alegría de su espíritu para convertirlo en el juez y verdugo de su creador y único vínculo con el mundo, Víctor Frankenstein, quien a su vez aparece como el principal causante de la desdicha del hombre al que dio vida en el vientre de la ciencia y del que se horroriza tanto como de sí mismo y que en consecuencia sufre los designios marcados por su desmedida ambición y soberbia.
Sumergidos en paisajes a veces coloridos y otras ocasiones sombríos y fríos, los personajes transitan en una espiral de persecuciones colmada de penurias y desdichas encargadas de quebrantar la voluntad y la entereza de dos hombres, uno de ellos ávido de nuevos conocimientos y proezas y el otro anhelante de compañía y cariño. Ambos son arrastrados hacia las tinieblas de la desesperanza y el rencor que alimenta e hincha un odio profundo y amargo que los envenena hundiéndolos en un tortuoso sufrimiento.
Shelley nos presenta una confrontación entre el deforme ser, nacido en un laboratorio, que en su deseo por ser amado se envilece tras enfrentarse a la desilusión y el rechazo, y su deidad que lo abandona en los brazos de la crueldad humana provocándole una vida desdichada y solitaria. Una reflexión también acerca de las decisiones tomadas bajo el dominio de las pasiones y la insensatez desatadas por la frustración y el desconsuelo. Una historia rebosante de sentimientos profundos en los que la compasión envuelve a los dos protagonistas con la misma intensidad.
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