Por JALEZA
A finales de los años ochenta viví algo que me hizo reflexionar profundamente sobre la naturaleza de la vida y la muerte. La siguiente anécdota tuvo lugar en un panteón llamado Sila, ubicado en mi pueblo natal; pero para poder explicarles mejor cómo sucedió, primero les hablaré de un querido tío que tuve. Su nombre era Pedro, y al igual que su homónimo Pedro Infante, era un hombre muy querido por toda la gente que lo conocía, pues debido a su gran carisma sabia ganarse el aprecio de las personas. Durante mis años de juventud, tuve un vínculo muy especial con mi tío Pedro, a quien quise muchísimo porque fue como un padre para mí y me enseñó tantas cosas de la vida, que sería imposible tener palabras suficientes de agradecimiento. Al igual que yo, mi tío fue operador de autobuses durante muchos años, hasta que en el año de 1981 sufrió un accidente y la última tragedia lo alcanzó. Fue en la carretera federal que va hacia Veracruz, a la altura de un pueblito llamado Rinconada, cuando al venir de regreso perdió el control de su autobús y se estrelló contra la parte trasera de un tráiler cargado de maíz, que estaba haciendo alto total. Los miembros de la familia creemos que mi tío se quedó dormido al volante, después de arduas horas de trabajo y, aunque su muerte no fue instantánea y pudo ser trasladado aún con vida a un hospital en Jalapa, finalmente fue imposible salvarle la vida. Su entierro fue todo un suceso en el pueblo, y acudieron cientos de personas a despedirlo, a tal grado era querido mi tío. Yo era un hombre joven en aquel entonces, y su fallecimiento me causó un dolor demasiado terrible, pues era una de las personas a quien más quería en la vida. Su pérdida resultó irreparable y hasta el día de hoy sigo extrañándolo.
Después de ser enterrado en el panteón Sila, yo me dediqué a visitar su tumba constantemente. Cuando mi tío Pedro tenia aproximadamente ocho años de fallecido, yo pasaba por mi peor periodo de alcoholismo y una noche que andaba de parranda con unos primos, íbamos dando la vuelta en coche, cuando pasamos frente al panteón y, en mi borrachera, se me ocurrió hacerle una visita más. Eran cerca de las once de la noche y mis primos no quisieron entrar conmigo, así que les dije que sólo iría rápidamente a saludar a mi tío y regresaba. Entré solo al panteón y, como lo había hecho otras veces, caminé instintivamente hacia la tumba, siguiendo el camino bien conocido y dando la vuelta en las esquinas indicadas; sin embargo, al llegar al lugar, sucedió algo sumamente extraño. La tumba no estaba. Esto me resulto bastante extraño, pero pensé que tal vez, embriagado como me encontraba, había dado alguna vuelta errónea, por lo que rehíce mis pasos hacia la entrada del panteón y busqué de nuevo la tumba. Llegué al lugar por segunda vez, y luego por tercera y cuarta, y siempre con el mismo resultado: la tumba de mi tío Pedro no estaba por ningún lado, y no la pude encontrar a pesar de que conocía el panteón perfectamente. Ante mí repetido fracaso, decidí dejar el asunto por la paz y regresar con mis primos para seguir en la farra, pero al llegar con ellos los encontré profundamente dormidos en el coche. Los desperté reclamándoles que se hubieran dormido tan rápido, a lo que ellos contestaron en contra de mis reclamos: -¡ya ni la friegas, nos dijiste que nomas ibas a saludarlo y salías, y ya son las cinco de la mañana!- Yo estaba seguro de que no había tardado más de media hora y, sin embargo, eran más de seis horas las que habían transcurrido.
Al día siguiente, le platiqué lo que había pasado a mi abuelita, la mamá de mi tío Pedro, y ella me dijo que era muy fácil explicar lo que había sucedido. Me dijo que no encontré la tumba de mi tío porque él no lo permitió, pues ya no quería que fuera a verlo y que le siguiera llorando; ya había llegado la hora de dejarlo descansar en paz. Y fue así cuando, después de ocho años, terminé de guardarle luto a mi tío Pedro.
La tumba de mi tío está en el panteón Sila, en el lugar de siempre, rara vez la visito, pero al final del día yo estoy tranquilo porque sé que pronto lo volveré a ver a los ojos. Entre más tiempo pase, no estoy más lejos de él, sino más cerca.
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