Me siento ridículamente libre
como ópalo en el fondo del océano,
como el reflejo inmóvil de una pantalla de fuego,
como la tímida osteoporosis de un ornitorrinco
bailando en una fiesta de disfraces:
con una mano saludando
y con la otra apuntando un revólver a mi sien,
con un pie mirando al cielo
y el otro sumergido en excremento;
como si viviera dentro de una jaula de humo
que me empeño en seguir construyendo,
como si estuviera recibiendo el premio Nobel
al escupitajo más certero,
como si les cantara a los muertos mientras abrazo al presidente,
como si mis buenos deseos alimentaran a los desahuciados,
como si obstruyera un plan previamente descartado por el ego,
como si te viera en todas las mujeres que morboseo en silencio,
como si estuviera escribiéndote y no tuviera otro remedio.
Por Victor Valdovinos Romero
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