Por José Steven
La pesadilla continúa atormentándome cada noche, haciéndome ver ese horrible rostro una y otra vez detrás de mí. Sin embargo, ahora me siento casi lúcido cuando la tengo y, aunque aún me aterroriza, creo que me estoy acostumbrando a ella.
Mi papá falleció hace ocho años, así que me es imposible preguntarle sobre Gregorio Moreno, por lo que he decidido buscar a Manuel y a Junior para platicar con ellos, por primera vez desde los acontecimientos de aquel día. Junior y su familia se mudaron de Providencia desde hace años, por lo que me enfoqué primero en contactar a Manuel, y para eso llamé por teléfono a mi mamá para decirle que planeo visitar Providencia y ver a algunos viejos amigos. Le pedí que me hiciera el favor de buscar a Manuel y así lo hizo. La recibieron sus papás y le informaron que desde la semana pasada Manuel había venido a la ciudad para hacer una diligencia relacionada con su trabajo. Afortunadamente, fueron muy amables en facilitarle su teléfono celular.
Tenía tantos años sin saber de Manuel, que fue un poco extraño llamarle de manera tan repentina, sin embargo, nos saludamos de forma muy amena y rápidamente estábamos charlando como los viejos amigos que somos. Le comenté que quería verlo para charlar un poco y recordar los viejos tiempos, aprovechando que se encuentra aquí en la cuidad, a lo que accedió con mucho gusto y propuso que nos viéramos el día de mañana en la Universidad Estatal.
Me alegró volver a hablar con Manuel y tengo la sensación de que va a ser un reencuentro igualmente agradable; sin embargo, tomando en consideración el tema tan sensible que pretendo discutir con él, creo que no todo serán sonrisas.
***
Hoy tuve noticias malas y buenas. La mala es que Manuel llamó por la mañana para decirme que no pudría asistir a la cita que concertamos, puesto que recibió una llamada de su trabajo diciéndole que lo necesitaban de vuelta en Providencia de inmediato; no entró en más detalles respecto a la razón por la que lo requerían, pero si me dijo que iba a estar ocupado por lo menos una semana. Sin embargo, la buena noticia es que Manuel me proporcionó un dato muy importante, el paradero de Junior. Yo ni siquiera le había preguntado aún por Junior, pero creo que de alguna manera intuyó que también quería hablar de él, después de todo, siempre fuimos los tres.
Una de las razones por las que perdí contacto con Junior fue porque en la medida en que crecimos él fue tomando una actitud cada vez más rebelde y agresiva, y sus actos dejaron de ser travesuras infantiles para convertirse en vandalismo y delincuencia. Abandonó la preparatoria a medio camino, y para ese entonces yo ya prefería evitarlo. Dejó de ser el muchacho simpático que era, y estar con él era una experiencia de alta tensión, como si en cualquier momento fuera a hacer una barbaridad. Ya no tenía respeto por nada y era cínico ante cualquier regaño o amenaza de sus padres, maestros u otras autoridades. Para cuando Junior abandonó la preparatoria yo ya no frecuentaba su compañía y únicamente lo saludaba cuando nos topábamos, pero prefería no entablar plática con él. En retrospectiva, es evidente que fue a partir del incidente de Gregorio Moreno cuando comenzamos a distanciarnos y cuando Junior comenzó a tener un cambio gradual, llegando casi a lo antisocial. Para cuando cumplió los dieciocho años ya tenía enemistad con varias personas, por lo que en ese entonces fue cuando Junior y su familia se marcharon de Providencia, y me pareció que la mayoría de las personas se sintieron un poco aliviadas cuando dejaron de verlo.
Manuel me informó que Junior se encuentra en el Reclusorio Central, ubicado a un par de horas de la cuidad. No puedo decir que me sorprendió mucho tal revelación, pero no pude evitar sentirme algo triste al saberlo. Es como si Junior estuviera destinado a tener una vida fallida, y yo soy parte de ella.
Este fin de semana le voy a hacer una visita, con la esperanza de que él me pueda dar todos los detalles sobre el incidente con Gregorio Moreno. Sin embargo, estoy un poco nervioso, pues no sé muy bien qué esperar de él. Tiene tantos años que no lo veo que parece que hubiera sido en otra vida. No tengo idea de qué clase de persona es hoy en día, incluso creo que me tranquiliza un poco el saber que está encarcelado. No me siento orgulloso de eso.
***
El día de ayer me entrevisté con Junior. Fue breve y resultó ser una experiencia agridulce que me dejó con muchas cosas en qué pensar.
Acudí al Reclusorio Central y, tras las revisiones correspondientes, me hicieron esperar aproximadamente media hora en una pequeña, sucia y deprimente sala de visitantes; eso, sumado a la vigilancia de dos malencarados guardias, me hizo sentir como si yo fuera uno preso más y en cualquier momento fueran a regresarme a mi celda. Finalmente apareció Junior y en ese momento para mí fue como ver a un fantasma; atravesó una puerta enrejada y tenía una expresión de curiosidad y extrañeza en el rostro, ya que aparentemente nadie lo había visitado antes; me levanté de mi asiento, le extendí la mano y en ese instante me reconoció; dio un paso hacia mí y pude apreciar cuán cambiado estaba; me dio la mano y se sentó en un pequeño banco, recargando su brazo en la mesa que estaba a un lado. Me miraba fijamente con una ligera e incrédula sonrisa. –Mi buen amigo, esta si es una sorpresa- fue lo primero que dijo.
Ingenuamente, yo tenía la intensión de grabar esa platica, pero como ya se imaginarán, lo primero que hacen en la entrada del reclusorio es inspeccionar a los visitantes y fue así como mi celular y mi cartera se tuvieron que quedar esperándome en el módulo de entrada; de cualquier forma, trataré de transcribir lo más exactamente posible la plática que sostuve con Junior:
-Hola Junior –contesté- ¿Cómo estás?
-Hombre, pues disfrutando ¿qué no se ve? –
me respondió.
-Disculpa, es que ha pasado tanto tiempo
que no sé muy bien ni que decirte -le dije,
algo apenado por mi absurdo saludo.
-No no mi amigo, es broma, me da gusto
verte –me dijo Junior- eres la primer persona
que me visita desde que estoy aquí
encerrado ¿tú crees?
-¿Y desde cuándo estás aquí? –le pregunté,
aunque yo ya sabía cuándo lo habían
encerrado, pues Manuel me lo dijo.
-Ya van a ser tres años –me dijo, aún
sonriendo– y lo que me falta… pero a ver, ya
cuéntame por qué viniste a verme así tan de
repente, no creo que te hayas dado la vuelta
hasta acá sólo para recordar viejos tiempos
¿o sí?
-De hecho así es –le respondí- quiero
preguntarte sobre algo en particular de los
viejos tiempos -hice una pausa, dudando
sobre si debía rodear un poco o ir directo al
grano, pero de inmediato me decidí por la
segunda opción– quiero hablar de Gregorio
Moreno.
-¡Ah! –exclamó con una expresión de
sorpresa que pareció fingida– pues entonces
no vamos a reírnos mucho en este
reencuentro –me dijo- ¿por qué quieres
hablar de eso?
-Bueno, es que nunca antes lo hicimos y
ahora hay una situación –Junior me miraba
frunciendo el seño en expresión de duda –es
un poco difícil de explicar pero bueno, la
cosa es que estoy teniendo pesadillas en las
que aparece él y no encuentro cómo
sacármelas.
-¿Ah caray, pesadillas con ese cabrón? –
preguntó, como burlándose- ¿y por eso
vienes a verme?
-¡No es tan simple! –Exclamé irritado– tengo
la pesadilla casi a diario y la chingadera no
me deja dormir tranquilo ¡y ya no aguanto!
¿Crees que si fuera tan simple hubiera
venido a verte aquí? –pregunté levantando
un poco la voz, aunque no más de lo
necesario. Fue la primera vez que hablaba de
la pesadilla con alguien.
-¡Bueno bueno, no sabía que estaba tan feo
tu asunto! –Me dijo en tono conciliador– a
ver ¿crees que si hablamos se va a ir la
pesadilla esa?
-No sé, tal vez -le dije, mirando la mesa– ¿Tu
sabes qué pasó con Gregorio Moreno? Es
que yo nunca supe exactamente…
-¿Cómo que no supiste? –me preguntó con
genuina sorpresa- pues si eres el que más
debiera saber ¿en serio no te acuerdas qué
pasó con él? –me volvió a preguntar y me
dejó pasmado. Contesté moviendo la cabeza
en sentido negativo.
-No pues está cabrón… –me dijo,
recuperando la sonrisa por un momento. A
continuación guardó silencio, como
meditando. De pronto su semblante se
tornó serio– No me gusta recordar eso.
Mira, yo he hecho muchas cosas y ya con el
tiempo hasta dejó de importarme tener las
manos sucias. Pero algo como lo que
Gregorio Moreno le hizo a Miguel… -su
expresión era ahora de repudio, y
mirándome a los ojos me dijo– cuando
estaba chavo, yo también tuve pesadillas… -
y pude notar que era sincero.
-¿Y qué hiciste? –le pregunté.
-¿Qué hice? pues un montón de cosas malas
je je, por eso estoy aquí –me respondió, y los
dos callamos.
-¿Dime qué pasó con Gregorio Moreno? –
rompí el silencio.
-Mmm… creo que mejor te voy a dejar que
eso lo investigues tú mismo, sólo te diré que
Gregorio Moreno recibió lo suyo –e
inmediatamente después de decir esto se
levantó de la silla y me extendió la mano– Ya
me tengo que ir, no me agradó mucho tu plática,
pero me dio gusto verte -y me di
cuenta de que no me diría más aunque le
insistiera.
-A mí también me dio gusto verte Junior, en
serio –le dije resignado, y cuando estreché
su mano me dio un apretón con ambas
manos. Después de eso dio media vuelta y
caminó unos pasos en dirección a la puerta
enrejada. Antes de atravesarla volteó una
vez más hacia mí y dijo -no te sorprendas
mucho si descubres que no soy el único que
debería estar encerrado-.
Ese fue mi reencuentro con Junior, el cual me dejó más preguntas que respuestas, pero en cierto modo, también me deja intrigado; parece ser que hay detalles esquivos en todo este asunto y planeo descubrirlos, así que he decidido que pediré permiso en la Universidad para ir mañana a Providencia desde temprano, y ver si puedo investigar más detalles y refrescar mi memoria, no sin antes pasar a ver a mi mamá; además de eso, voy a buscar a Manuel para tener esa charla que se postergó.
***
Hoy por la mañana llegué a Providencia. Me dirigí inmediatamente a casa de mi mamá y le llamé por teléfono a Manuel para invitarlo a comer con nosotros, a lo que accedió de buen grado. Llegó aproximadamente a las tres de la tarde y, después de un efusivo saludo, mi mamá nos preparó la
comida. Después de terminar de comer nos quedamos platicando un buen rato sobre los viejos tiempos y la actualidad en Providencia. Manuel sigue siendo un tipo sumamente agradable, y además es un exitoso abogado. Sería superfluo escribir todo lo que platicamos, puesto que sólo nos dedicamos a contar anécdotas y reír de nuestras aventuras juveniles y los embrollos en los que nos metíamos tan a menudo; pero ver a mi mamá y a mi viejo amigo Manuel me hizo sentir rejuvenecido y recordar épocas más simples y alegres, cuando únicamente nos dedicábamos a disfrutar cada momento y no nos preocupaban cosas como el trabajo, la renta, la política, etc. Ahora veo con una óptica más positiva esos momentos de juventud, contrariamente a la experiencia que me dejó hablar con Junior. Justamente por el alegre tono de nuestra plática fue que ésta se prolongó, y me resultaba sumamente incómodo traer a colación el tema de Gregorio Moreno. A eso de las ocho de la noche Manuel me dijo que estaba oscureciendo y se acercaba la hora de retirarse. Fue entonces cuando lo mencioné.
-Antes de que te vayas, quiero hablar
contigo de algo en especial. Vine a
Providencia para investigar lo que pasó con
Gregorio Moreno -le dije y, acto seguido, le
conté de la plática que sostuve con Junior,
mientras él me escuchaba con atención.
-Últimamente no puedo sacarme ese asunto
de la cabeza, y quisiera que me digas lo que
sabes al respecto. –le pedí.
-Claro que si –me respondió Manuel sin
titubear.
Lamentablemente él tampoco tenía idea de lo que habían hecho con Gregorio Moreno. Pero me dijo algo que yo no recordaba de aquel día. Me dijo que tampoco supo cómo hicimos Junior y yo para defendernos de Gregorio Moreno, pues cuando yo lo ataqué, él sintió pánico y salió corriendo a buscar ayuda. De los tres, mi casa era la más cercana y por eso fue a mi papá a quien localizó primero. Sin embargo, eso no era suficiente para mí, por lo que le expliqué que había decidido hacer otra visita.
-Quiero ir a casa de Miguel para hablar con
él, pero no me animo a ir a buscarlo yo solo.
-Si quieres yo te acompaño -me dijo- tiene
mucho que no nos veíamos, pero sabes que
eres de mis mejores amigos y siempre vas a
contar conmigo; además, a mí también me
gustaría saber cómo terminó ese asunto –
continuó- porque entre nosotros nunca lo
platicamos, y claro que aún es incomodo,
pero ya han pasado muchos años y debemos
terminar con eso. ¡Claro que te acompaño!
-¡Perfecto! la verdad es que yo también
quiero sacar eso de mi sistema. Entonces
cuento contigo.
Quedamos de vernos mañana al mediodía. Su apoyo me va a venir muy bien porque no sé qué tan dispuestos estarán Miguel y sus papás de tratar un asunto tan penoso. Pero debo intentarlo. Si hay suerte, mañana sabré lo que ocurrió con Gregorio Moreno.
***
Acabo de regresar a la cuidad, después de la pequeña investigación en Providencia que la pesadilla me obligó a realizar. No pude obtener toda la información que buscaba, pero si pude obtener un dato clave.
Manuel me acompañó a la casa de Miguel, sin embargo él ya no vivía ahí y quienes nos recibieron fueron su padres, Don Miguel y Doña Ana. Fueron sumamente amables con nosotros y nos invitaron a tomar un café con ellos. Después de conversar brevemente, fue Manuel quien de manera muy hábil introdujo el tema de Gregorio Moreno; les dijo que nuestro repentino interés en el asunto se debía a que él estaba investigado, en colaboración con la policía ministerial, un caso muy similar sucedido hace varios años y tenía la sospechaba de que podría existir conexión entre ambos casos. Se nota que Manuel es excelente para improvisar, sin duda producto de su amplia experiencia como abogado. Los papás de Miguel se mostraron evidentemente consternados y de inmediato expresaron su disposición para ayudarnos de cualquier manera que les fuera posible. Nos contaron que el día del incidente, Don Miguel se encontraba preparándose para salir a un viaje de trabajo, ya que era conductor de tráiler, y había mandado a su hijo a comprar algunos insumos. Aunque había tardado ya demasiado en regresar, pensaron que quizá su retraso se debía a que se había ido con algún amigo del colegio y se habían quedado platicando. Fue hasta que mi papá llegó a su casa, acompañando de Miguel, cuando se enteraron de lo que había sucedido. Nos dijo Don Miguel que cuando lo supo se puso furioso e incontrolable y quería que le dijeran dónde estaba Gregorio Moreno para ir a matarlo; pero en ese momento mi papá le dijo algo que para mi ahora resulta ser toda una revelación. Gregorio Moreno ya estaba muerto.
Nos dijo que mi papá se negó a decirle quién o quiénes lo habían matado, y que se conformara con saber que Gregorio Moreno ya había pagado por su crimen. Fueron juntos a ver el cadáver y decidieron llevarlo a una barranca, donde cavaron una fosa clandestina para enterrarlo.
Asimismo, nos explicaron lo dura que fue esta experiencia para toda su familia y que fue esta la razón por la cual que se alejaron lo más posible de la vida pública. Nos dijeron que Miguel se había vuelto extremadamente reservado y hacia poco menos de tres años que se había marchado de la casa, sin decirles la dirección exacta donde vive actualmente y acudiendo a visitarlos sólo de vez en cuando.
Ahora sé que Gregorio Moreno está muerto, y parece ser que mi papá es el único que podría decirme quién lo asesinó. Pero mi papá falleció hace cinco años, a causa de un paro cardíaco. Ya no sé a dónde más acudir, pero Manuel sugirió que busquemos a Miguel. Me propuso que le diera unos días para intentar averiguar su paradero y me prometió que lo va a encontrar; Manuel ha demostrado ser un apoyo invaluable. Pero ahora sólo me queda esperar y seguir sufriendo con la pesadilla.
***
Anoche tuve la pesadilla, y como ya es costumbre, por la mañana llegué a la Universidad con pocas horas de sueño, lo cual fue evidenciado por la observación de uno de mis colegas, quien me dijo que me notaba sumamente demacrado y me invitó a desayunar en la cafetería de la Facultad. Durante la conversación que manteníamos traje a colación el tema de la pesadilla que estaba teniendo, siendo la causante de mis desvelos y mi desmejorada apariencia. Después de escucharme, mi colega me explicó que a su parecer se trataba de un problema psicológico, por lo que me recomendó que acudiera a visitar a un amigo suyo, el psicólogo Josué Martínez, quien es profesor en la Facultad de Psicología de la Universidad Estatal.
Nunca antes he ido con un psicólogo, supongo que es porque nunca me había sentido con la necesidad, y también creo que siempre he tenido el ligero prejuicio de que sólo los desequilibrados lo necesitan. De cualquier modo, en este momento me siento bastante desequilibrado, y además, para terminar con la pesadilla estoy dispuesto a escuchar cualquier alternativa. Por esa razón, después de que mi colega me facilitó el teléfono del psicólogo Martínez, le llamé y concertamos una cita para el próximo lunes por la tarde. Es muy conveniente que la Facultad de Psicología esté situada a un lado de la mía.
***
El panorama se ha aclarado gracias a los métodos del psicólogo Martínez.
El día de nuestra primera cita acudí de manera puntual, y después de presentarnos formalmente, me invitó a entrar en materia de inmediato para efecto de poder hacer una valoración inicial del problema. Tuvimos una larga plática en la cual le relaté la pesadilla y todo lo concerniente a la investigación que había realizado. Le expliqué todo a detalle, incluso en más de una ocasión me detuve para preguntarle si me estaba extendiendo mucho en mi relato; sin embargo, me dijo que no había ningún problema y se mostró sumamente interesado en el tema, pues escuchaba atento y tomaba notas constantemente. Al final de la sesión, el psicólogo Martínez me pidió que nos viéramos de nuevo el día jueves y que durante este lapso me encargara de escribir los sueños que tuviera inmediatamente después de despertar.
El jueves siguiente regresé para mi segunda cita, entregando las notas sobre mis sueños recientes; lo curioso es que sólo una de las tres noches tuve la pesadilla, y no recuerdo haber tenido algún otro sueño. La pesadilla se presentó con una sola variación, en esta ocasión sentí que mi perseguidor no era tan grande, de hecho, éramos casi de la misma estatura y, consecuentemente, no sentí tanto miedo. Después de analizar los datos, el psicólogo Martínez me dijo que a su criterio era claro que la pesadilla se debía a recuerdos reprimidos y al severo trauma emocional que significó el incidente de Gregorio Moreno, por lo que me propuso llevar a cabo un método poco ortodoxo, pero que podía ser perfecto para la situación, y el cual consistía en someterme a una hipnosis regresiva, con el objetivo de revivir ese momento para poder atar los cabos sueltos. Me explicó que este tratamiento se basa en la noción de que todo lo que pasa en nuestra vida se almacena en el cerebro sin excepción alguna, y para acceder a esa información sólo basta con saber dónde buscar. Al principio me sentí algo nervioso ante la perspectiva de abrir mi mente de esa manera, además de no tener muchos deseos de revivir ese momento; sin embargo, el psicólogo Martínez me había transmitido mucha confianza, asegurándome haber practicado la hipnosis de manera exitosa en más de una ocasión, por lo que acepté su propuesta.
No me es fácil describir la manera en que se llevó a cabo la hipnosis. Siempre he recelado de las personas que pretenden jugar con la mente humana, pero los resultados fueron sorprendentes. El psicólogo Martínez me hizo sentar en su reclinable y procedió a darme indicaciones precisas de tranquilidad y relajación. Me dirigió expertamente en una línea de pensamiento específico y, sin darme cuenta, unos momentos después yo ya no me encontraba en su consultorio, sino en un pasillo oscuro y angosto, acompañado de mis amigos Junior y Manuel. Ante nosotros había una puerta roja y brillante, la cual parecía latir acompasada con mi corazón. Estaba recordando aquel día y, al mismo tiempo, viviéndolo. Pero esta vez no tenía miedo, sino que deseaba abrir esa puerta y enfrentarme al pasado. Los hechos transcurrieron con nitidez y cuando todo hubo acabado, había descubierto o, mejor dicho, redescubierto la pieza faltante en el rompecabezas. Me encontraba de pie, ante un Gregorio Moreno que yacía en el suelo, inmóvil y en posición fetal, sobre un charco de sangre que se agrandaba de manera lenta pero implacable. Mi mano derecha sostenía un cuchillo, cuyo acero estaba teñido de rojo con la sangre de su antiguo dueño, quien había dejado de existir.
***
Esta tarde recibí una inesperada llamada de Miguel. Inmediatamente me explicó que Manuel lo localizó y le contó todo lo referente a la pesadilla que me ha venido atormentando durante meses, razón por la cual decidió ponerse en contacto conmigo de manera personal. Le agradecí la atención y procedí a contarle sobre la terapia de hipnosis que me habían practicado y la revelación que ésta arrojó. Miguel me confirmó los hechos, y me dijo que después del golpe que me dio Gregorio Moreno, esté sacó un cuchillo para atacarme, pero en ese momento Junior reaccionó y lo embistió, haciéndole trastabillar y soltar el arma. Unos segundos después yo me había levantado y, aunque aún me veía afectado por el golpe, tomé el cuchillo en mis manos, avancé hacia Gregorio Moreno y se lo clavé en el estomago, mientras éste aún forcejeaba con Junior.
Una vez que Miguel me hubo contado todo, me di cuenta de que ahora lo recordaba con claridad. Le agradecí nuevamente y no me atreví a preguntarle nada más al respecto, sin embargo, fue él mismo quien procedió a explicarme las incontables repercusiones que tuvo en su vida, y el impedimento que tuvo para poder llevar una vida normal, sobretodo en su adolescencia. Se volvió solitario y misántropo, y después de varios años, decidió alejarse de Providencia, pues no era capaz de superar el trauma emocional. Durante un par de años se mantuvo errante, trabajando como obrero y sin poder asentarse en ningún lugar. Hasta que conoció a una mujer de la cual se enamoró y con quien formó una familia. Su vida tuvo un vuelco radical y cuando se dio cuenta, el dolor se había ido. Finalmente, me contó que ahora su esposa y sus hijos son el enfoque de su vida, y con tono firme, sentenció:
-Con el tiempo te das cuenta de que el pasado ya no
existe, solamente el presente, y debes olvidar a los muertos
que dejas, porque ellos ya no pueden seguirte.
Me resulta difícil poder describir la sensación que me transmitió Miguel con sus palabras. La fortaleza que tuvo para poder superar una de las experiencias más terribles que puede vivir un ser humano, me hizo sentir humilde y darme cuenta de que tengo que seguir el mismo camino. Una última vez, le agradecí profundamente sus palabras y él me dijo que no había necesidad de agradecer, ya que era lo menos que podía hacer por mí. Nos despedimos, probablemente para siempre, y yo sabía que nunca más volvería a tener la pesadilla.
***
Yo asesiné a Gregorio Moreno y aunque sé que nadie tiene el derecho de tomar una vida, no puedo evitar sentir satisfacción, porque ese maldito merecía morir. Miguel me dejó claro que debo olvidar el pasado si quiero tener un futuro, tal y como él hizo. La sombra de Gregorio Moreno estuvo detrás de nosotros durante años y durante ese tiempo fue capaz de quitarnos algo muy importante, se llevó nuestra juventud. Sin embargo, no nos quitó la vida, y ahora estoy listo para seguir con ella. Ya solamente temo por mi viejo amigo Junior.
FIN